por: Teodoro Boot
Nacido en Odesa, el inmigrante judío Iahn Perelman, hombre de acción y tenaz militante comunista que casi no hablaba castellano, se desempeñaba como obrero en la gigantesca Tamet, la metalúrgica más importante de Sudamérica. Le habían tocado en suerte dos hijos muy rebeldes, el activo y encarador Ángel y el serio y reflexivo Adolfo, el intelectual de la familia, a quien en algún momento había echado de su casa debido a sus ideas.
Descarriados
Metalúrgico uno, textil el otro, ambos hermanos habían sido influidos por Liborio Justo, hijo del presidente Agustín P. Justo, que no estaba muy bien de la cabeza y con el alias de Quebracho apostrofaba al imperialismo norteamericano en las recepciones oficiales a Franklin Delano Roosevelt y se oponía públicamente al estalinismo, sumándose a las huestes del derrotado León Trotsky. Mientras, con el pseudónimo de Lobodón Garra,
daba forma a textos costumbristas y conservacionistas, los hermanos Perelman también renegaban del Partido Comunista y colaboraban con el periódico Frente Obrero.
Frente Obrero, cuyo director era el casi adolescente Jorge Abelardo Ramos, hijo y nieto de anarquistas, meloneado en las ideas trotskistas por Adolfo Perelman, fungía de órgano del Partido Obrero Revolucionario Socialista (PORS), pequeño grupo de jóvenes activistas aglutinado en torno a Aurelio Narvaja.
Con el tiempo, atraído por la revolución boliviana, Adolfo viajará a La Paz, donde tendrá enorme influencia en el surgimiento de una izquierda nacional, hasta el punto de que el malogrado Sergio Almaraz, el Scalabrini Ortiz de Bolivia, le dedicará su libro El poder y la caída, y será el inspirador de la creación de la primera fundición de estaño de Bolivia y redactor de la ley de nacionalización de la Gulf Oil Company en 1969. Dos de los discípulos de Adolfo serán Marcelo Quiroga Santa Cruz, asesinado en 1980 por un
grupo de militares argentinos durante el sangriento golpe de los narcotraficantes Luis García Meza y Luis Arce, y Andrés Solís Rada, ministro de Hidrocarburos de Evo Morales.
Una agachada sindical
Pero estamos en 1942, en el transcurso de una huelga metalúrgica declarada por una asamblea el 26 de junio que a inicios de julio la dirección del SOIM (Sindicato de Obreros de la Industria Metalúrgica) en manos de militantes comunistas, decide levantar con el argumento de los obreros le estarían “haciendo el juego a los nazis”. Ese es el momento en que el joven Ángel Perelman adquiere notoriedad, al volcar a favor de continuar la medida de fuerza a la asamblea de trabajadores de CATITA, una enorme
metalúrgica de más de 3000 obreros. Para los trabajadores metalúrgicos –argumentará Perelman, de ahí en más delegado general de la planta– los nazis contra los que debían pelear no estaban en Berlín, sino en la Unión Industrial.
Ya desde el año anterior Perelman venía denunciando en Frente Obrero la complicidad de los dirigentes de su sindicato con Torcuato Di Tella y el gobierno conservador a fin de reducir la conflictividad laboral y oponerse a los aumentos salariales reclamados por los trabajadores.
No se había equivocado. El 13 de julio de 1942, el SOIM consigue levantar la medida de fuerza, en medio de serios incidentes entre los trabajadores y los dirigentes del sindicato, el aparato del Partido y las fuerzas policiales. La defección del SOIM y la complicidad del Partido Comunista con la patronal quedan en evidencia.
Pocos meses después un grupo de mecánicos de la fábrica Fontanares va a ver a Perelman, quien en su libro Cómo hicimos el 17 de octubre recordará: “Eran como yo, en esa época afiliados al Partido Socialista, disconformes con la orientación del partido y con la dirección comunista de nuestro gremio. Me propusieron la formación de un nuevo sindicato metalúrgico que organizase realmente a los trabajadores de nuestra industria rompiendo así, definitivamente, con los comunistas”.
Los delegados fundan la UOM
Fue en base a esos trabajadores de Fontanares, delegados de Tamet como Fernando Carpio –quien en el futuro sería el primer secretario general del Partido Socialista de la Izquierda Nacional–, Ángel Perelman y Víctor Gosis (del PORS) y Nicolás Giuliani y el grupo de delegados socialistas, tras sucesivas reuniones en la pieza de un conventillo de la calle México, el 20 de abril de 1943, en la sede de la Unión Ferroviaria de Independencia 2880, unos sesenta delegados de varias fábricas deciden fundar la Unión Obrera Metalúrgica.
Por unanimidad, Ángel fue elegido secretario general, Carlos Etkin y Hugo Sylvester, asesores jurídicos, Adolfo Perelman, administrativo, Víctor Gossis y Nicolás Giuliani parte de la comisión directiva de quince trabajadores de diversas corrientes ideológicas, mayoritariamente socialistas. Iahn Perelman, comunista convencido, no perdonó la defección del SOIM y se sumó como asesor al nuevo sindicato, con el secreto propósito de controlar a sus dos descarriados hijos.
El nuevo sindicato comenzará a funcionar en una pequeña oficinita de la sede de la Unión Ferroviaria, dirigida por José Domenech (líder de una de las dos facciones en que se había dividido la CGT) y cuya eminencia gris era el abogado socialista Atilio Bramuglia, quedando así de hecho incorporada a la CGT
Un coronel muy raro
Un mes y medio después, el 4 de junio de 1943, se producía un golpe de estado y el nuevo gobierno, en sus inicios “orientado en sentido reaccionario”, recordará Perelman, interviene a varios sindicatos.
Cuando poco después el general Farell es designado ministro de Guerra, un insólito coronel Perón lo acompaña como secretario de la cartera, secundado por el teniente coronel Mercante. El coronel tenía una idea muy precisa de la importancia que adquirirían los trabajadores y así lo sostuvo en una conferencia dictada en la Escuela de Guerra, en la que debe haber infartado a más de cuatro al afirmar que si la Revolución Francesa había terminado con el gobierno de las aristocracias, la Revolución Rusa
terminaría con el gobierno de las burguesías. “Empieza –aseguró– el gobierno de la las masas populares”.
Pero no le resultaría sencillo establecer alguna clase de vínculo con los dirigentes sindicales que, con buenas razones, desconfiaban de los militares, sus intenciones y su ideología.
El hielo se empieza a derretir por medio del teniente coronel Mercante, hijo de un muy respetado dirigente de La Fraternidad, que insiste en la necesidad de que ambos gremios ferroviarios se entrevisten con los dos jóvenes oficiales. Será Hugo Mercante, hermano del teniente coronel y obrero ferroviario, quien lleve a Bramuglia y a Domenech a la Secretaría de Guerra.
Fue el primer paso. En los próximos meses, con la Secretaría convertida en un Departamento del Trabajo paralelo, Perón sostendrá infinidad de reuniones con los dirigentes ferroviarios y delegados y militantes de base de diversos gremios.
La renuncia de “Angelito”
La comisión directiva de la UOM rechaza la propuesta de Perelman de reunirse con Perón y “Angelito” se siente obligado a renunciar. El 20 de septiembre otra asamblea general elige una nueva Comisión Directiva, designando secretario general a Nicolás Giuliani, apoyado por los socialistas. Perelman queda en minoría, aunque continúa integrando la Comisión Directiva. Lo recordará así: “Mi posición encontró gran resistencia entre los otros miembros de la Comisión. De los 15 asistentes, votaron en contra 13 y sólo dos a favor”.
No obstante, la Comisión autorizará a Perelman y a Ernesto Cleve –más tarde diputado nacional por el Partido Laborista– a reunirse con Perón, como metalúrgicos, pero a título personal. En esos momentos Perón y Mercante ocupaban el edificio del Consejo Deliberante porteño y Perón asumía la presidencia del Departamento Nacional del Trabajo, inmediatamente convertido en Secretaría. La única representación sindical presente en el acto fue la de la Unión Ferroviaria.
Perelman y Cleve concurren a entrevistarse con el secretario de Trabajo y salen muy entusiasmados de la reunión: el coronel se había comprometido a apoyar todas las demandas del gremio metalúrgico.
Paralelamente, Bramuglia es designado director general de Asistencia Social de la Secretaría y Mercante desplaza al capitán de fragata Raúl Puyol de la intervención a la Unión Ferroviaria y La Fraternidad, asumiendo la administración del gremio rodeado de sus dirigentes.
De inmediato unifica todas las entidades mutuales ferroviarias, organiza el sistema integral de asistencia y previsión, al que suma el Hospital Ferroviario y las colonias de vacaciones e imponiendo un 12% de aporte provisional a las empresas, sanea el sistema jubilatorio y reglamenta el alcance de las pensiones e indemnizaciones por deceso.
El momento decisivo
Ángel Perelman, cuya oficina de la UOM en la Unión Ferroviaria es contigua a la de Domingo Mercante, observa cómo, en apenas dos meses, los ferroviarios concretaban viejos reclamos que ni en sueños habían pensado en satisfacer. Vuelve a la carga y finalmente consigue persuadir a la Comisión Directiva de entrevistarse con Perón.
Para asombro de la mayoría, en esa reunión se formaliza el acuerdo con las
reivindicaciones del gremio metalúrgico y se resuelve organizar un acto público con el propio Perón, el miércoles 6 de septiembre de 1944 en el salón del edificio de Perú y Diagonal Sur para hacer públicos el convenio y los acuerdos.
“Fijada la fecha –dice Perelman– calculamos que podríamos llenar con mil metalúrgicos el Salón de Sesiones del Consejo Deliberante”. Sorprendidos, los dirigentes observarán que tras colmar el salón de actos, en la Diagonal Roca se había concentrado una enorme multitud de cerca de 20.000 metalúrgicos.
A partir de ese momento, la UOM no cesará de crecer. Perelman y un pequeño grupo de trabajadores trotskistas que pronto formarán la izquierda nacional, habían creado la que sería la organización más poderosa del movimiento obrero y auténtico emblema del sindicalismo peronista.
Luego de su activo papel en las jornadas del 17 de octubre, como especialista en convenios colectivos Ángel Perelman conservará enorme influencia en la UOM, tanto durante el periodo peronista como luego de su retorno del exilio en Israel tras la amnistía dictada por Frondizi. En la asamblea que consigue normalizar el sindicato, cuando el viejo dirigente Paulino Niembro, que había sido uno de los sesenta delegados iniciales, rechaza el cargo de secretario general para el que había sido proclamado,
proponiendo en su lugar al joven Augusto T. Vandor, Ángel Perelman estaba a su lado. En 1968, en el documental “La Hora de los Hornos”, junto a un grupo de delegados obreros Perelman sostendrá que “El sindicalismo argentino no lucha únicamente por un salario más, sino que, verdaderamente, nosotros soñamos y creemos en la posibilidad de
una gran revolución social y nacional para reivindicaciones ya no únicamente de la clase trabajadora sino para todo el país”.
Tal como sostuvieron Solanas y Getino, a lo largo de la larga noche que cayó sobre Argentina en 1955, Ángel Perelman será un auténtico ejemplo de que “los delegados, comisiones internas y dirigentes sindicales fueron la única vanguardia intelectual y efectiva que se autoproporcionó el movimiento nacional”.
A los 25 años de edad, ese obrero trotskista, prototipo de una nueva camada de activistas sindicales, había sido el fundador y primer secretario general de la Unión Obrera Metalúrgica y nada menos que el gestor de un acercamiento al coronel Perón que resultará clave y providencial.
Ángel Perelman morirá en 1973, a los 56 años de edad. Aquí, las versiones difieren. Para algunos fue enterrado en La Chacarita y para otros está sepultado en el cementerio judío de La Tablada, que si dispone de un sector especial para putas y cafishios, seguramente dispondrá de otro para nipo-nazi-falanjo-peronistas.
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