lunes, 30 de abril de 2012

Cuando este hombre ama a esa Mujer

Cuando la conoció, ella tenía veintiún años, el veinticinco, ambos estaban casados y se conocieron en una oficina, como compañeros de trabajo.

Después de más de veinticinco años juntos-después de haber compartido  la cama, los cuerpos, los anhelos, los hijos… -se habían separado.

Él no podía olvidarla, aun cuando buscase en todas las mujeres sus ojos almendra, ese gesto de ternura eterna que con los años se había ido disipando.

Ella había decidido que lo que le quedaba de vida lo iba a hacer sin él, y él lo sabía.
Hubo años en que- pese a tratarse todos los días – se ignoraron. Se ignoraron en lo que luego los iba a unir: El amor

En esos años el quemaba parte de su tiempo con otras mujeres y corría una carrera sin saber para y por qué.

Lo que estaba edificando esos días, no sería la mejor parte de su futuro, pero sería la arcilla para construirlo.

De todos modos su vida venia cargada, ella tomaría esas cosas como beneficio de inventario y quizás fueron parte de lo que la atrajo de él.

El había tenido dos hijas de su primer matrimonio y un hijo con una compañera de trabajo.

Y ella lo sabía. Lo sabía todo.

Sabia del hijo con la compañera de trabajo porque era amiga de esa mujer y compañera de oficina de él y porque el destino quería que sus vidas se imbricasen, se montasen como las capas de rocas cuando la tierra cruje,

Ella,  sabía todo eso,  a él, la certeza  lo angustiaba y le quitaba el aire

Ella sabía que él amaba a sus hijas y que temía perderlas, como si perder los hijos fuese lo mismo que perder una billetera.

Ella sabía lo que sentía dentro, lo percibía, porque su instinto de hembra la hacía reparar en esas cosas en el afán de conquistar su amor.

Ella era una buena mujer y una linda mina, que ya tenía veintisiete años, que se había casado, separado, tenido otros novios y estaba sola,  Irresistiblemente sola como para que el, cazador de hembras, la dejase pasar.

Y un día ocurrió, se dio eso que estaba flotando en el aire.

Empezaron a andar juntos, en una  tormenta de deseo, de compañías y anhelos,  dos almas que porfiaban por encontrar el meollo de su amor.

Dentro de tanta pasión desbordada el amor latía y empezó a parir
Ella quedo embarazada del primer en un verano del 86, un verano de pasión, de búsquedas y de fascinación de estar uno con el otro.

EL dudó en ese momento, pero ella estaba convencida y el embarazo siguió.

Él se debatía en tratar de entender su separación, en cómo encarar con sus hijas pequeñas, su nueva pareja, su nueva situación.

Pero la vida produce saltos cuánticos en los que sin continuidad, los espacios y la materia entran en otro estado.

Cuanto agradeció el -años después-esa decisión sabia y valiente.
Aun  pasados más de veinticinco años, él la miraba dormir y un volcán amenazaba estallar desde dentro. Tantas veces deseo a esa mujer,  tantas veces la amo.

Amaba besarla detrás de la oreja cuando ella se acomodaba en la cama de espaldas hacia él y dejaba salir su hombro desnudo por sobre las sabanas.

El cuerpo tibio, la piel suave. ¡Cuánto significaba ese momento!

Era la revancha de los años de soledad, de mujer en mujer.

Era la revancha de quien cree que puede seguir amando y lo logra.

Ese cuerpo tibio…-pensaba. Y se decía: - Dios, no hay nada más bello en tu universo ¡!
Ella sintió con el paso de los años que la historia de él producía fantasmas recurrentes y lo que era peor, realidades fantasmales.

Al principio fue la distancia de sus hijas, siempre en paralelo con esa fiereza que el ponía para con su profesión.

Como si quisiese conseguir un reconocimiento tan grande de su tarea que solo las palabras nunca dichas podrían describirlo.

Y ella entendía esa pasión, pero era dolorosa, porque le quitaba la sonrisa a ese hombre que ella amaba.

Ella entendía, pero extrañaba al hombre capaz de compartir los crucigramas como hacían al principio de la relación, en esa camaradería que siempre terminaba con los dos desnudos devorándose.
El tiempo, la necesidad de amarse y formar una familia trajeron dos hermosos hijos más.

Luego fue la vehemencia porque la empresa en la que trabajaba saliese a flote, y ella sola, sin tiempo con él. Tan terriblemente sola en esa casa en construcción, en esas calles de tierra, lejos de todo lo que amaba.
Entonces ella pensó que pese a tener tres hijos pequeños no podía quedarse allí, y se marchó, se fue a su ciudad, a su barrio, intentó comenzar de vuelta.

Su alma de Paloma empezó a batir alas con fuerza por primera vez.

Él no podía estar sin ella, sin sus hijos.

Entonces abandono lo poco que quedaba en esa remota ciudad del sur y volvió a Buenos Aires.

Para estar con ella, para empezar otra vez.

Con miedos enormes ya que tenía 43 años y lo más rico de su profesión lo había desarrollado a miles de kilómetros de Buenos Aires. Volver a Buenos Aires significaba comenzar de nuevo…

Pero allí el mostro de que madera estaba hecho. Como cuando decidió dejar la profesión para la que había dedicado casi ocho años de estudio universitario y se dedico con pasión a programar computadoras y a enseñar a programarlas.

Se rehízo, en la gran ciudad. A  los 43 se rehízo. Como quien se reinventa para que su cuerpo quepa en el traje que le ofrecen.

Y empezó a sentir orgullo de eso.

Pero nuevamente el pasado traía sus mensajes con el hijo que había tenido estando casado todavía con su primera mujer.

Y nuevamente los fantasmas, los silencios, los dolores…y ella allí, sin saber cómo derramar su miel sobre su héroe, como dar una caricia a ese hombre que parecía necesitado de tormentos.
En el medio intentaron construir de nuevo algo, juntos.

Compraron su primer auto, su segunda casa, aunque esta a diferencia de la anterior pudieron pagarla
Ella dejo de trabajar y comenzó a quedarse en la casa para dar ese sabor de hogar a una familia, Ese sabor que da la mama en la casa.

Y crecieron los hijos al cuidado de esa madre y bajo la mirada del padre…
Un día el pasado volvió a llamar a la puerta. O mejor dicho el se encargo que el pasado volviese a llamar a la puerta.

Un profiláctico en el auto, una noche de juerga con compañeros de trabajo y en ella se hizo vivo el viejo, el enorme.

La confirmación de su constante falta de confianza. Es que cuando se es mujeriego, es imposible cambiar- pensó.

Él le hizo un relato que ella intento creer.

Ambos hicieron terapia y volvieron a intentar.

A buscarse en las noches.

A esperar la noche del Sábado para encontrarse.

A tomar salidas juntos, de unos pocos días en los que la intimidad se fortalecía.

La vida siguió no sin tropiezos y la búsqueda de trabajo lo llevo a él a intentar en Brasil.

Lo hizo igual que siempre. Con fiereza, entregándose de cuerpo y alma a que eso fuese para adelante.

Y ella volvió a sentir soledad. Volvió a sentir abandono como cuando el viajo al sur hacía ya catorce años.

Y de vuelta la sensación del abandono. De vuelta los fantasmas de otras mujeres que podían estar con él.

Él lo presentía y sabia que su vida de fidelidad en Brasil solo iba a servir para que no existiese un hecho concreto.

Pero la confianza se basa en aspectos más sutiles, más intrincados y la confianza no existía por parte de ella.

Solo años después y ya separado pudo percibir ese mecanismo de sutileza que lleva a la confianza del otro.

Tres años duro esa campaña en Brasil y finalmente pudo acordar con el dueño de su empresa de cerrar ese negocio que lo tenía como referente exclusivo y central.

Y eso le permitía estar en buenos Aires todos los días, cenar  en su casa todos los días, dormir en la cama con su mujer todos los días.
Pero ya nada sería igual, pese a un último gran intento en unas maravillosas vacaciones juntos, en Pinamar, ella vivió ese año con una tensión y una angustia que a él lo confundía y atormentaba.

Un día se sentía atragantada y sentía que no podía respirar.

El la tranquilizo, le pidió que se quedase tranquila, que no forzase la respiración.

Y ella volvió a respirar.

..Y estaba atragantada. La hija mayor de él que vivía en EEUU se iba a casar y no había partido la invitación para ella.

Para ella que había conocido a su hija mayor desde que tenía siete años y la había recibido en su casa en los primeros tiempos de su relación con él.

Él lo había hablado con su hija, pero la hija dio la excusa recurrente. Que su madre no había superado “aquello”. Una separación de veinte años ¡!!

Dios, pensaba él, quiero salir de este círculo, de este encierro de posiciones donde nada avanza sino que como la noria, vuelve su pesada carga al punto de partida.

Y el viajo a EEUU a la boda de su hija y ella quedo acá. Sintiéndose sola. Sintiendo el abandono como la sombra compañera, como el zumo último de la relación.

Y ella comenzó a agitar sus alas de Paloma.

A agitar sus alas blancas para que los pinceles pintasen los cuadros más bellos, los colores reflejasen los estados de su alma y el lienzo supiese del talento de esa mujer.

La Paloma comenzó a escribir poemas bellos y cuentos intensos y a atraer la mirada de otros escritores y otros artistas que ayudaron a que ella confiase en sí.
Y entonces ella vio que la vida latía en otros sentidos, que vibraba en cuerdas que sus manos no habían imaginado y se dio cuenta que ya no podía estar con el

Entonces comenzó su vuelo, pero lo detuvo, muchas veces para ayudar a que el entendiese.

Su noble alma de Paloma no quería herirlo y sentía por el amor.

Solo que ya no era mujer de un hombre.

Era ella misma.

Y cuando vio que comenzó a entender, cuando vio que ya no quedaba rencor, sino el recuerdo dulce del vino compartido batió las alas.

Esas alas bellas que parecían un pañuelo del alma y en forma de corazón lo saludo

Y él la vio partir y en su corazón se mezclo la pérdida del amor que no se tendrá y el orgullo de entender que el amor no se refleja en la posesión sino en la felicidad de aquel que se ama.

-Adiós Paloma, se dijo y camino solo por la calle mientras la luz de la luna le marcaba el rumbo.

Ebais

domingo, 29 de abril de 2012

El Vigilante

Un niño que habla consigo mismo para sobrellevar su soledad, un relato, obra de una gran amiga Julia Almecija, que nos llega desde Venezuela. Una historia que tal vez se repite cada día en las grandes ciudades de Suramérica ante la mirada indiferente de los más.  Una historia extrema y cruel, pero tan común que pasa desapercibida. Julia confiesa: La escribí por impotencia,  sentí la necesidad visceral de ofrecer un homenaje a estos niños de nadie.

El Vigilante

I
Mi tía Usebita llora en su habitación. Dice que este barrio sería mejor si yo no hubiera nacido nunca.

Antes de encerrarse dispuso que me estuviese aquí. Bien quieto. Y que si llego a abrir la boca me cose el cuero a vergajazos. Pero la culpa no es mía sino de la vecina: hace rato llegó acusándome como una loca repitiendo ¡fuiste tú muerto de hambre! ¡Te robaste las tortas de cazabe que puse temprano en mi ventana! ¿Quién la mandó a asolearlo? A mí me gusta el cazabe.

Es verdad. Mayormente si le untan el dulce de leche que trae la comadre de mi tía cuando viene a criticar. Vieja jetuda. De todas maneras no fui yo el que se zampó la comida de la vecina pero ella toma por costumbre ponerme a mí de pagapeos.

Y lo peor de todo: Usebita se lo cree. Pues mejor será que esa señora cuide un poco más su lengua: si el concubino se entera de las mentiras que ella inventa, rapidito le rebana el guargüero y de paso la despluma. Sin contemplaciones.

Tal como hace mi tía con las gallinas que trae del mercado cuando se acerca la navidad. A mí me da los pescuezos. ¡Son más que suficientes para llenar la semejante panza que Dios te puso! me dice mientras les retuerce la cabeza.

Algunas gallinas, escapan llevando el cuello a medio torcer y empiezan a dar vueltas metiéndose golpes como si fueran trompos con alas. No dicen ni pío. Se mueren mudas.

En cambio la comadre de Usebita jamás para de hablar: un día agarró la matraca de querer purgarme a cuenta de la parásita que tengo en las tripas. La muy pichirre no me daba dulcito de leche dizque ¡Ay! niño si comes azúcar se te ceba la bicha que tienes en el mondongo. Pura tacañería.

Yo quisiera ser gallina en diciembre. A ellas mi tía les atapuza el buche con maíz tierno. Hay que ponerlas gorditas para que rindan lo suficiente cuando prepare las hallacas. Lo malo es que son para vender. Le quedan gustosas pero enseguida me amenaza: Cuidado las pruebas, zoquete, porque no hay negocio si te las comes.

Hace poco sacó sus cuentas: con las quinientas que coloque este año se va a redondear unos realitos para echar un piso aquí en el patio. Tiene razón. Ya está bueno que el agua se lleve el terreno cuando les da por caer a los chaparrones. Mala es la lluvia de noche. Las luces se apagan. La quebrada se alborota. El marido de mi tía prende velas rogando San Isidro Labrador quita el agua y pon el sol para que con tu sagrado poder esta vaina no se nos caiga pero igualito se nos mete el tufo a mierda. Además nos toca salir a ensoparnos por si las peticiones no funcionan y se nos vienen las paredes encima. Luego amanece. Y es tanto el cansancio que el miedo se nos quita.

Los que pierden su rancho se ponen como locos. Arman unas verraqueras tan sonadas que se enteran hasta en la alcaldía y enseguida se presentan unos entendidos para mandarnos a desalojar. Pero ¡yo ni muerta vuelvo al llano! dice mi tía: allá la vida es dura. Otras noches son normales. En algunas mi parásita me despierta revolviéndose. Quiere comer.

Entonces me pongo a imaginar plátanos fritos con carne mechada mientras el marido y mi tía se montan unas sacudidas largando chillidos como si se fueran a reventar remachando acomódamelo más duro mi amor así más duro. Mejor si joden de noche.

De día él le dice cabrona y ella lo saca a escobazos gritándole ¡te voy a denunciar por el maltrato doméstico! Igual mi tía no lo piensa botar de un todo: el marido aguanta parejo las palizas que ella le mete. Acá en el barrio la gente dice que Usebita se ganó la lotería con ese marido por lo mucho que el muy pendejo le soporta el temperamento. Antes me espantaba creyendo que ella lo iba a malograr cuando armaban sus matracas. Pero ya el culillo se me quitó de tanto verlos pelearse.

Mientras se sacan las madres pienso en el queso guayanés que la vecina nos regala para callarle la jeta a mi tía.

Hace bien en callársela.

Toditos vamos a salir perjudicados si a Usebita le da por jalarle a la lengua y se le escapa aunque sea una ñinga de lo que la vecina inventa cuando se queda sola. Por cabronearle el relajo.

De todas maneras ese queso apenas me lo dejan probar: Así se te quita la mala costumbre que trajiste del llano de querer comer todo el tiempo, Goyo José.

Antes de morir mi mamá, cuando vivía, me despertaba diciendo ya sabe, mi hijo, nada más reúna unos cobres visitamos a su tía Usebita y de paso conocemos el televisor a colores que compró en la capital. Pero la pobre quedó allá enterrada con los gusanos. No me gustan esos bichos.

Mi tía no hace sino insistir en que es una botadera de plata estar criando a la que se metió en mi barriga. Ya se hartó de darme remedios para sacármela: primero me puso agachado en unas piedras calientes hasta que el culo se me volvió candela. Luego me dio a beber juntamente pencas de zábila y aceite El Gallo. Después tuve cagantina. Y ni con esas quiso morirse el condenado animal pero igual la Usebita sigue escuchándole el palabreo a su comadre.

De todas maneras ellas ahorita no son tan parientas: el año pasado los narcos ajusticiaron al hijo de mi tía y ahí tiene la excusa para visitarnos menos.

II

Ya se atrancaron la vecina y su malandro. De un tiempo acá ella es muy buena conmigo. Incluso acaba de contratarme: Mira, Goyo José, tú te subes a esta piedra y vigilas las escaleras que empiezan abajo en la calle. ¡Cuidadito te descuidas! No se preocupe, vecina.

Voy volado a avisarles si aparece el concubino. La mujer ha prometido darme todo el cazabe con queso que yo quiera cuando termine de trabajar aquí sentado. No me muevo. Mi tía Usebita piensa que a la vecina un día la van a estropear por revolcarse con el sujeto ese que más bien parece el hijo de ella. Y que el concubino es medio huevón porque ni cuenta se ha dado de lo que todo el mundo sabe hace rato.

Yo no comento nada: es malo meterse en los problemas de los demás. Allá ellos hay que decir. Desde acá puedo ver el barrio muy bien. Los niños que duermen en los cartones son güelepegas. No hace mucho mi tía lo juró dando gritos: Si por casualidad me entero que te acercaste a esos malaconductas, ¡te encierro de por vida en el retén de menores! Es que ellos se la pasan flipados. Y a ella no le gusta la vagabundería. Bastante tuvo con perder a su hijo por causa de esa desgracia.

Frente a mis ojos flotan unos papagayos de colores. El marido de mi tía me hizo uno pero no voló. Se emperró en que no hacía falta comprar papel finito del que usan los muchachos cuando los arman y lo forró con periódicos. No voló. Él subió los brazos todo lo que pudo para despegarlo del piso pero no voló nada. Nada de nada. Entonces mi tía le encasquetó al marido el sambenito de tarado. Luego lo batuqueó por la cabeza. Después él se puso a decir que me comprará uno que ya venga listo con su cabuya de nailon si le pagan el bono y los sueldos caídos.

A esta hora sólo se ven mujeres por las escaleras. Bajan a llenar los tobos en el chorrito que acomodaron los de la alcaldía: Para que puedan tener agua corriente los ciudadanos que viven en este sector. Así fue como dijeron. Por allá viene la gorda de las conservas aguantando su bandeja en la cabeza.

Me gustan las de guayaba pero mi tía no quiere darme plata para que no aprenda a malgastar. Un día voy a colgarme en aquel palo de mango: cuando ella pase se las raspo y me las como aunque la parásita se me ponga así de larga.

A la derecha también esperan unas personas: en ese rancho vive una vieja que le ha ido bien en la vida a punta de engañar a cuanto prójimo la visita. Cuando el viento se levanta trae de esa casa una peste a tabaco y a velones chorreados que hasta los zamuros salen espavoridos. Como si los espíritus que a la vieja se le meten en el cuerpo se fugaran todos juntos. Entonces los vecinos vienen con el chisme de que a esa bruja la vamos a denunciar porque no es santera sino cuentera. Y que a toditos les sacó los reales y nunca les pegó nada del futuro.

Todo el tiempo no es así.

De vez en cuando se para un camión en la entrada de la escalera y aparecen los verdes con tremendos hierros colgando para bajar aquel pocotón de guacales atapuzados de comida. Luego los meten en casa de la vieja como si vinieran a montarle una bodega particular. Pero esa fiesta no es gratis: con ella se consulta un candidato que trabaja en la gobernación.

La mujer le acomoda los problemas y él le manda esos mercados de puro agradecimiento. Aunque ella no tiene un pelo de tonta: muchos se quejan de que cobra los ensalmes por adelantado. Mejor no sigo pensando en los cajones de la espiritista porque el hambre se me dispara.

Me parece que el malandro demora mucho. No importa. No tengo prisa. ¡Pero la vecina que no se olvide de entregarme lo que ajustamos antes de subirme aquí!

III

Anoche cayó un aguacero bien jodido. A mi tía le entró el pánico y tuvimos que sacar los macundales al patio. Ahora se están secando mientras duermen ella y el marido. No pegaron un ojo por causa de la lluvia. También yo quiero dormir pero no puedo: la vecina volvió a contratarme esta mañana. Y esa tipa siempre cumple con la paga. Claro que no recibo todo el cazabe y el queso que imagino pero ella se inclina para cortar un pedacito de cada cosa y mostrándome las tetas se ríe diciéndome a gozar, mi hijo querido, que el mundo se va a acabar.

Mi tía Usebita todo el tiempo repite que un trabajo debe cuidarse cuando se consigue: Es raro que en estos tiempos a alguien le salga una oportunidad. Eso es muy cierto. A su marido ella le compone tremendos guisos y a cambio él sólo tiene que ocuparse de mirar la puerta para reventar a carajazos a los rateros por si a esos desgraciados se les ocurre saquear lo que tanto te costó bregarte, Usebita, desde que llegaste a trabajar en la capital. De todas maneras ella no sabe que estoy aquí cuidando este chancecito que me ha dado la vecina. Si se entera es capaz de levantarme el cuero con la suela de su cotiza.

Ahora mismo siento como si los ojos se me estuvieran poniendo gordos. Me pican mucho. Está pegando una solanera pero igual quiero arroparme. Tengo sueño. Sin darme cuenta me voy durmiendo y mi cabeza va bajándose. De pronto siento que estoy cayéndome por el barranco y despierto angustiado del puro susto. Mejor será que abra los ojos.

Hoy las escaleras están vueltas leña: el agua las lavó. Las rayas se le borraron. Hay escalones gordos y escalones flacos y partes donde ni escalones hay. La gente sube y baja con los zapatos en la mano. Los pies se hunden como si el barro quisiera tragárselos. Y la quebrada no para de sonar: da miedo el ruido que hace.

Mi mamá pegaba gritos allá en el llano cuando escuchó la crecida del río. Ella me ayudó a subir a un árbol. Después siguió dando voces para que alguien le tirara un mecate pero la bulla del río le tapaba la boca. Luego el agua se puso fuerte y la arrastró. Yo la vi dar vueltas cabeza arriba y cabeza abajo hasta que quedó toda desaparecida. A mi tía le dijeron que a mi mamá la encontraron como a la semana con una gusanera metida en el cuerpo cuando el río ya se había puesto igual de tranquilo que está siempre.

En aquel entonces los rescatadores de la defensa civil me dieron una cobija porque me damnifiqué. La tengo en el catre donde mi tía. Me la hubiese traído a escondidas si llego a saber que esta piedra era tan dura. Otra vez tengo que sujetarme la cabeza. Se me va a caer.

Y nada que el malandro le suelta las tetas. Un día la vi. A la vecina. Las tiene como melones. Así de grandes. Con las punticas paradas como los cachos de los toros. Y camina meneándolas.

Pobre concubino. Ahorita si es verdad que se fregó sin poder subir por ninguna parte: alguien se llevó las escaleras para otro sitio. Ya no las veo ahí ni veo nada tampoco y no sé para dónde fue que mudaron los escalones.


IV

Esta mañana los de la patrulla se llevaron preso al concubino. Ayer me quedé dormido. Él llegó y cortó a la vecina en pedazos con el machete de abrir los cocos y arreglar el monte.

Pegué un salto con los gritos. Me puse todo cagado sin saber qué hacer. Se escuchaba un espanto tan grande que mis patas se entiesaron.

No podía moverme creyendo que la piedra donde dormía se me había subido encima. Mi tía y el marido aparecieron en pelotas con las caras desteñidas: ella sacudía las manos mentando a las ánimas del purgatorio y él arrastraba los pantalones repitiendo carajo negra esta vaina yo la veía venir.

Todo el mundo subió a ver qué pasaba. Al llegar entraban en casa de la vecina y salían horripilados diciéndole asesino al concubino. Él tenía sangre por todas partes y lloraba gritando maldita puta.

Más tarde mi tía Usebita comentó que el malandro salió pirado. El concubino no alcanzó a pescarlo. Menos mal. Lo hubiese descuartizado igualito que a su mujer. Y que ya sabía ella que aquel asunto iba a terminar de esa manera.

En resumidas cuentas: la vecina palmó y ahora caminamos despacio por el medio de la calle que termina en el cementerio.

Delante van los muchachos que vuelan los papagayos pero vestidos con faldas cargando unos lamparones. Luego viene el cura repitiendo dale Señor el descanso eterno. Y los del barrio vamos detrás de la caja contestando que brille para ella la luz perpetua. Es parecido al enterramiento de mi mamá pero con más personas haciendo filas.

Algunos familiares de la vecina no paran de mandar berridos llorando como si los machacaran. Piden que encanen de por vida al criminal. ¡Que ese desgraciado pague por la vaina que nos echó! Lo van a linchar si lo dejan salir del penal. Se nota que esa gente no escucha la radio: el otro día acomodaron una ley que perdona unos años de jaula al pendejo que encuentre a su hembra con otro y la vuelva un mazacote.

Por los cachos que aguantó. A mi tía esa justicia le parece injusta: ¡Te corto las bolas si te pesco puteando! Porque ¡yo también tengo mis derechos!, le dijo al marido. La santera asegura que vio sangre en el tabaco y con tiempo se lo advirtió a la vecina: No putees tanto, mi hijita, que el hombre tuyo es jodido. Los narcos van a la derecha y parecen no estar de acuerdo: Que va, hermano querido, para mí ese concubino no le daba a la mulata lo que le tenía que dar.

Usebita los mira con rabia pero seguro piensa éstos tienen razón. El marido va callado agarrándola por la cintura como si tuviese miedo de parecerse al concubino. La gorda de las conservas se queja por la pérdida de la mercancía: Que Dios la tenga en su gloria pero ella nunca me canceló por el mal hábito de gastarse los reales rumbeando con ese desadaptado social.

Detrás de nosotros arrastra los pies la comadre. Va callada. Muda. No dice ni pío. Todos saben que fue ella quien avisó al concubino pero nadie se atreve a retorcerle el pescuezo.

Vieja bocona. Por su mala mierda otra vez me quedé sin comer. Encima este calor cada vez más arrecho por culpa del trapero negro que se ha puesto la gente para acompañar a la fallecida. Y lo peor es el hambre. La barriga me suena desde temprano. Apenas bebí un guarapo en el sitio donde hicimos la rezadera.

Repartieron una sopa levanta muertos pero no tuve suerte: se la engulleron los güelepegas antes que los sacaran a patadas del local. Me pregunto si será mucho problema ir a meterme en aquel rancho. Tal vez nadie quiera ese cazabito con el zaperoco que se armó.

A fin de cuentas mi tía no sabe que yo acepté trabajar de vigilante y me quedé dormido. Lástima de queso guayanés. Se va a llenar de gusanos.

Es cierto que no cuidé la escalera todo el tiempo pero un buen rato sí estuve mirándola. ¿Quién la manda a ser tan zorra justo después de un aguacero? Me voy derecho donde jodieron a la vecina nada más terminemos de echarle la tierra.

¡A tragar, mi hijo querido, que el mundo se va a acabar! De todas maneras si no me lo lleno yo, nadie vendrá a llenarme el buche como hace mi tía Usebita con las gallinas que compra en diciembre.

Julia Almecija

viernes, 27 de abril de 2012

Cabalgando hasta una luna blanca con manchas grises que se ve desde una terraza

por Lucas Carrasco

Un hombre alto de sobretodo para en la esquina y bajo el semáforo prende, con un fósforo, un cigarrillo. Yo, de miedo, me paro atrás. A mí me da mucho miedo que me asalten, que me peguen. Y me da miedo que sepan que me da vergüenza, no sé defenderme. No sé pelear. Me quedo y lo miro. Se acomoda el sombrero. Y pasa, más despacio, un taxi.Y hace más frío. Y baja la ventanilla y el del sobretodo se agacha y conversan, creo, algo. Que no escucho. Intercambian un misterio, de mano en mano. Seguramente sea alguna droga y no un microfilms con datos sobre ojivas nucleares.

La herida profunda de nuestra democracia es su nacimiento. Su pecado original. Se pueden establecer narrativas falsas que amplifican valientes fenómenos que, efectivamente, ocurrieron - las madres de plaza de mayo, el paro de la CGT- pero cuyo acercamiento revela más la soledad profunda de los actores involucrados que una modificación de la tesis de que, efectivamente, fue la derrota militar en Malvinas contra los ingleses lo que devolvió las instituciones parlamentarias como estrategia de consenso. Y que eso se llamó democracia. Doloroso y cierto.

Termina la transacción y el hombre del sobretodo retrocede dos pasos. Pero se queda mirándolo. No hace nada. El taxi tiene el motor en marcha, pero no arranca. El semáforo está en rojo. Se me ocurre, que en ese entero segundo, deben estar, los dos, incómodos. Algo está fallando. Porque cuando cambia el semáforo y se pone en verde, el taxi acelera, con ruido, con exageración.


Incluso, el estudio sobre las Madres de Plaza de Mayo, o el paro de la CGT, profundiza, como un cuchillo dentado, la herida. En ida y vuelta. Un bombeo anal pero con el cuchillo dentado. Inversamente proporcional al coraje de estos hechos, pausa, aislados. Las Madres de Plaza de Mayo ocupan ese lugar de prestigio justamente por la cobardía de la mayoría compacta de la sociedad. Que necesita, desde sus dirigencias, mentirse. Mentirse encima. Amanecer, como niños tras la separación de sus padres, con las sábanas mentidas. Guardadas, en vergonzoso secreto. Para sobrevivir psíquicamente. Y sus dirigidos, creerles a sus dirigencias, porque los exculpa. Porque servirán, además, como futura coartada. En cierto modo, esta hipocresía -cuya literatura magistral radica en los discursos exculpatorios y eficaces de Alfonsín, el Alfonsín del retorno de la dictadura y el Alfonsín privatizador, entreguista, derrotado, que dejó el país preparado para la algarabía menemista dónde, con aclamado acompañamiento fanático, la sociedad aplaudió el abrazo con la dictadura trasvestido de traumática reconciliación, la destrucción del estado, el asesinato y la cárcel de los militantes, la sacralización de las costumbres, la impunidad frívola de los poderosos, la eliminación del servicio militar, las utopías débiles y pacificadoras, el alejamiento de las pasiones, la eficacia del mercado que hoy, también, predomina (en los teléfonos, en los trenes, en los countrys, en la universidad no arancelada, en las botellas de agua mineral, en Puerto Madero, en los asesinatos policiales, en la joda hermosa que es el fútbol, en la estupidez cotidiana, contradictoria, quebradiza de las cosas)

El hombre, muy alto, del sobretodo, se acomoda el sombrero. Duda. Tira el cigarrillo. Lo apaga con un zapato de punta de metal. Lo que duelen esas patadas con puntas de metal. En el hígado. Y se da vuelta y se aleja, con su hígado. Y sus zapatos con punta, azul, de metal. Yo salgo de ese disimulado punto de mira estratégicamente tapado por un árbol. Camino, cauto. Lo veo doblar la esquina. me quedan 20 pasos, calculo, sin t5ocar las rayitas de las baldosas y andando de a dos baldosas por vez, hasta la esquina. El hombre dobla, se pierde en el misterio de doblar la esquina. En una metáfora gastada. En un embotellamiento de palabras. Que chocan, se rozan, se bocinan, para no tener que soportar el silencio de la espera. La futilidad de saber que no hay nada que hacer. La fragilidad del espacio quedado, inútil, espacio hecho para el transitar, espacio puro tiempo, espacio tiempo alborotado por lo social.

El retorno de la democracia tuvo como garante al radicalismo, fue un contrato de alquiler con un garante poco solvente pero maleable y predispuesto, con épica por el fracaso, vocación de derrota, poética de los vencidos; tanto como la inauguración de la democracia, en uno de los períodos históricos menos estudiados, 1916, por traumático. La guerrilla entonces, en 1912, cuando, si mal no recuerdo (los estudios, claro, soy malo para las fechas) estaba, desde los apogeos de la revolución del parque, la de 1890, estaban cristalizados en la derrota a través del triunfo sistémico. No es dialéctica marxista, es cosa de psicóticos. Es por eso, además de por fidelidad inaugural a su cobardía, que el radicalismo resigna su principal potencial revolucionario y se acota manso al voto universal de los machos. Las mujeres, no cuentan. No es mi culpa, es la historia. Cruel, la verdadera. La de los sumisos y sumisas. La que ahora, psicótica, viene en frasco chico, como todo lo bueno, para digerirlo rápido y sin complejos. ¿Es negar los progresos señalarles sus traumas, sus negaciones, sus complejos? ¿O es potenciarlos?

Y terminé, no sé porqué, capaz que para probarme, de manera oscura, algo a mí mismo, terminé doblando y siguiendo al tipo de sobretodo. Y cruzó la calle y a media cuadra se frenó y yo, instintivamente, crucé, pero venía una moto, un pibe con dos pendejas atrás, venían muy rápido y tambaleando y haciendo eses entre los adoquines y me quedé en medio de la calle y retrocedí y volví a la vereda y la moto, con un rugido y risas borrachas de las dos rubias, se alejó. Miré al hombre del sobretodo, estaba parado frente a una puerta vieja y parecía tocar el timbre. Retrocedí a la vereda. El hombre del sobretodo ni siquiera dio vuelta la cabeza. Seguía tocando el timbre, entre el viento.

El pacto para que los radicales -las mayorías propietarias de la etapa- tengan lugar fue, bue, una pequeña negociación, acorde con el fascismo de la época: quedan afuera los extranjeros, o sea, los trabajadores. La argentina inauguró su democracia con el voto de más o menos un 15% de su población: no votaban los trabajadores, las mujeres, los que a la policía no les gustaban, los que no vivían cerca del puerto, los que no estaban armados, los que tenían ganas de decidir. El fraude organizado fue cumplido. En la Argentina hay una especie de farsa donde cada tanto sobreviene la alucinación colectiva de la esperanza autoplagiada. La argentina no tuvo elecciones libres hasta, por lo menos, 1983. Pero si me obligan, mire, señor, propietario, creo que las primeras elecciones libres, democráticas y limpias fueron, en la argentina en 1995 y gracias a Menem, a esa circunstancia de la historia que puso al hombre indicado en el momento indicado. Fue el momento de blanquear que las instituciones y reglas electorales estaban organizadas para conservar la situación patrimonial emergente del terrorismo de estado. Yo no fui "de" Menem ni del Frepaso ni Radical ni de Duhalde, no tengo que explicar, ni zapatear, yo hablo de lo que creo. Con esta falta de timidez. Esta vocación por la arrogancia. Yo creo que la democracia es un regalo del mercado mundial. Yo dudo de la pasión democrática de nuestra sociedad. Yo no le adjudico méritos heroicos a nuestra sociedad. Yo soy un disidente. Yo, qué se yo.

Nadie lo atendió, nunca, al hombre del sobretodo. Me dio impresión, cuando lo dejé tirado sobre la banquina, un pedazo de algo gelatinoso cubierto de sangre rojo flúo, como a tres metros del cuerpo del hombre. Capaz que eran sesos, no sé. Corrí. Hasta que no me dieron más los pulmones. Y me apiadé. Llamé a la ambulancia. Capaz, nunca lo sabré, se salvó.
Yo me quedé hasta que amaneció mirando el punte y el río y las nubes.
Y tiré la pistola al agua.
Después me tomé un colectivo y esa mañana desayuné tostadas con manteca. Como las que me preparaba mi abuela.

Publicación original: 
http://www.lucascarrasco.blogspot.com.ar/2012/04/cabalgando-hasta-una-luna-blanca-con.html

lunes, 23 de abril de 2012

Sobre héroes y tumbas


Allá lejos, a fines del año 69, aunque parece que fue ayer, había yo terminado la escuela secundaria y andaba más perdido de vocación y de Norte, que Adán en el día de la madre.

Al garete y sin mucha ocupación, solía, en al afán de calmar mis ansiedades, emprender largas caminatas por la ciudad sin otro propósito que tratar de encontrarle el agujero al mate.

Remataba los días recalando en la mesa de algún café de la calle Corrientes y allí dejaba pasar las horas hasta que el cansancio y el hartazgo me encaminaran en dirección de una cama en el sur de la ciudad, donde las más de las veces no lograba conciliar el sueño por muchas horas más.

Un día, de vuelta al redil, harto de esos vanos prolegómenos, decidí que esa noche no se podía volver a repetir el desastroso ritual del insomnio suburbano y entré decidido en la librería “De las Artes”, una de las tantas que en ese entonces no cerraban hasta altas horas de la madrugada.

Una vez dentro del local, y tras el vehemente impulso inicial, algo me frenó, no sabía que hostias pedir, en realidad íntimamente lo que deseaba era hallar por arte de magia una lectura capaz no solo de combatir las horas vacías de mi vida de adolescente, sino que me proporcionase de alguna forma una revelación que cambiara el curso de mi vida.

Fue entonces que me encaró un vendedor y amablemente me dijo:

- ¿Que andás buscando?

Lo mire espantado, mientras una parejita de intectualosos esperaban a un lado que el vendedor se desocupase y le tiré, de una al vendedor, un título que recordaba por haberlo leído en no sé cuál revista del momento. Le dije:

- Algo sobre héroes y tumbas, algo así…

Los intectualosos se cagaron de risa, lo que me arrebató con una mezcla de vergüenza y odio que nunca pude olvidar. Después supe que era un libro re manyado y sumamente exitoso en ese momento y que todo el mundo lo había leído, menos, obviamente yo.

El vendedor, canchero, le puso paños fríos al asunto, manoteó el libro enseguida de un estante y con cara de boludo preguntó:

-¿algo más?

Pague y en segundos estaba nuevamente en la calle con el libro bajo el brazo, llegue a casa y lo leí casi de un tirón.

No podría decir exactamente que ese libro me cambió la vida, pero lo que si es cierto que marcó el comienzo de una nueva etapa en vida, porque si bien no encontré en el ninguna respuesta de las que esperaba encontrar, me planteó muchas nuevas preguntas que aún no había logrado siquiera sospechar.

Sobre Héroes y Tumbas fue para mí un maravilloso espejo donde redescubrí otra mirada posible de los paisajes habituales de esa adolescencia, que estaba a punto de perder para siempre.

Loboalpha

La novela

Sobre héroes y tumbas se publicó en 1961 en Buenos Aires, ciudad que asoma latiendo en cada página, en cada escena, y se impone en nuestra visión de lectores, se yergue desafiante por mucho que nunca hayamos estado allí. La ciudad profunda aparece en todas sus dimensiones, desde los miradores al alcantarillado, como pieza clave donde se desenvuelven las ansias de los personajes.

La ciudad en un aquí y ahora, coordenadas con que estos personajes se sitúan en el mundo en circunstancias determinadas. Sábato no elude el peronismo, las diferencias sociales, el subte, los viejos de los parques... muy al contrario, utiliza todos estos elementos y los absorbe para lograr un testimonio integral: la realidad de Buenos Aires en los años 60 fundida con un espacio de sueño, delirio, pesadillas universales y atemporales que acechan cada noche en una piecita, en un caserón abandonado. En esa fusión reside uno de los aspectos de la grandeza de esta novela.

A partir de la ciudad, Sábato habla de la argentinidad como sentimiento, esa nostalgia permanente de haber perdido lo que nunca se llegó a tener, una sensación que cada personaje desarrolla a su manera para mostrar o intentar ocultar sus carencias, sus miedos, sus frustraciones. De ahí el sarcasmo, la violencia, el doble juego que nos lleva a uno de los motivos de la novela: la máscara.

"siempre es terrible ver a un hombre que se cree absoluta y seguramente solo, pues hay en él algo de trágico, quizá hasta de sagrado, y a la vez de horrendo y vergonzoso"

Sábato se pregunta qué máscara nos queda cuando estamos en soledad, ante nuestra conciencia, enfrentados a un yo que, como en el caso de Fernando Vidal, uno de los personajes clave de la novela y artífice del "Informe sobre ciegos" (parte III de Sobre héroes y tumbas), puede deformarse y metamorfosearse continuamente. O como Alejandra, la otra gran protagonista, atormentada por fuerzas extrañas, oscuras, destructivas contra las que a veces no es posible ni siquiera luchar. Fernando y Alejandra desarrollan a lo largo de la novela una relación cuya evolución y complejidad el lector no puede más que intuir, y ahí residen su fuerza y su tragedia, su atracción. Un padre y una hija con un pasado oscuro, que se odian hasta la muerte, se aman hasta el incesto, se destruyem mediante un fuego purificador... y todo ello narrado por la velada emoción de Bruno, las impresiones entrecortadas de Martín, las palabras desgarradoras de Alejandra y la obsesión por los ciegos de Fernando, que es la esencia de la novela y que se condensa en frase como ésta:

"La noche, la infancia, las tinieblas, el terror y la sangre, sangre, carne y sangre, los sueños, abismos, abismos insondables, soledad soledad soledad, tocamos pero estamos a distancias inconmesurables, tocamos pero estamos solos".

Sobre héroes y tumbas es una novela conmovedora y trágica. Lo que se propone Sábato, y lo consigue con creces, es sacudir y despertar al lector, de modo que éste, al acabar la lectura, ya no sea el mismo, igual que el escritor no lo fue al acabar de escribir. Pero lo más emocionante y admirable de la narración es que logra superar la maldición latente de la resignación, y aunque la felicidad absoluta no existe, como nos hacían creer de chicos, sí es posible apreciar y disfrutar las pequeñas felicidades, las que narra Hortensia Paz, esos frágiles y fugaces momentos de amor o de éxtasis que el arte es capaz de eternizar. Y ésta es la única felicidad que existe en medio del perpetuo desencuentro que es la vida. Así, Ernesto Sábato cumple lo que él mismo definió como "novela profunda":

"Una novela profunda surge frente a situaciones límite de la existencia, dolorosas encrucijadas en que intuimos la insoslayable presencia de la muerte. En medio de un temblor existencial, la obra es nuestro intento, jamás del todo logrado, por reconquistar la unidad inefable de la vida"

(de Antes del Fin)

por Blanca Gago domínguez

El nacimiento de un libro (Mario Sabato, 1963)

domingo, 22 de abril de 2012

Marlon Brando, un rebelde eterno

Un 22 de abril com hoy hace 39 años, Marlon Brando renunció al Oscar como mejor actor por El Padrino para reclamar atención sobre la difícil situación de la población indígena en Estados Unidos. Hecho por cierto peculiar, considerando que mucha gente del espectáculo,  considerablemente menos favorecidos por las musas, estarían dispuestos a vender el alma tan solo por recibir un premio de cuarta en cualquier evento miserable.

por Roberto Palmitesta

Ya todos se habían despedido de su desproporcionada e inerte humanidad. El actor más famoso de la posguerra yacía entubado y solitario en su cama clínica cuando ocurrió su deceso en la madrugada del 3 de julio, pareciéndose al famoso padrino que creó con su originalidad y talento hace tres décadas, esperando la muerte en un gran hospital. Sólo que esta vez las probabilidades estaban en su contra y no sobreviviría -como lo hizo el patriarca Corleone en la antológica secuencia central- ya que sus dolencias cardíacas y respiratorias eran demasiado graves, y moriría justo a sus 80 años cumplidos, como si hubiera planeado no pasar de esa edad. Así se fue el actor más comentado e influyente del último medio siglo, convertido en un mito por los medios que nunca lo abandonaron, ya que siempre fue noticia, aún en su decadencia, dejando como legado un puñado de impactantes caracterizaciones fílmicas y una multitud de imitadores y fanáticos.

Brando murió como vivió: orgulloso, solitario, rebelde, desafiante, caprichoso, anticonformista e iconoclasta, tal como diría una vez: “No puedo ser otra persona sino yo mismo, aunque me peguen en la cabeza”. A pesar de que ganó muchos millones -y a veces alquilando apenas su carisma durante minutos- en sus últimos años se mantenía con una pensión del sindicato de actores y de la ayuda del seguro social, ya que su fortuna fue derrochada en excentricidades o gastada en líos legales. Amante de lo exótico -se casó o vivió con cuatro extranjeras-, curiosamente los que más lamentaron su muerte han sido los indios norteamericanos -por defender a menudo su causa- quienes pusieron la bandera a media asta en las reservaciones indígenas. Hasta Bush se vio obligado a dar una declaración de pesar desde la Casa Blanca, lo cual da una idea de la importancia del personaje.

Su su partida marcaba el fin de una era y se había ido un pedazo de Hollywood, un actor prometeico y omnipresente en las pantallas grandes y chicas, desde que nos conmovió como un militar minusválido e iracundo en la cinta de Fred Zinnemann, Los hombres, y luego como el marido abusivo en Un tranvía llamado deseo, más adelante como el rebelde motociclista en El salvaje, como el boxeador frustrado en Nido de Ratas, o como el patriarca mafioso en El padrino, o como el amante circunstancial de una parisina en El ultimo tango en París, o finalmente como el oficial desquiciado en Apocalipsis ahora, quizás su último gran papel.


Altibajos profesionales

Su carrera arrancó con buen pie en los 50, se estancó en los 60, revivió en los 70 gracias a El Padrino, pero a partir de los 80 hizo sólo papeles mediocres u olvidables, la mayoría tipo relámpago, aunque todavía se daba el lujo de cobrar tres millones de dólares por dejar poner su nombre en afiches y marquesinas. A pesar de que participó en unas 40 cintas, sólo la media docena de filmes arriba mencionados se pueden considerar como realmente antológicos, verdaderos hitos en la historia del cine. Obtuvo incontables premios y homenajes (destacándose sus cinco nominaciones y dos Oscares de la Academia) y su caracterización de un abogado anti-Apartheid, en A dry, white season (Una estación seca y blanca), realizado hace apenas 15 años- por poco le hace ganar un tercer Oscar como mejor actor secundario, aunque tampoco lo hubiera aceptado. En su último filme, hecho hace apenas tres años, The Score (Saldo de cuentas) interpreta al autor intelectual y financista de un espectacular robo de joyas, por primera vez al lado de Robert De Niro, irónicamente el actor que interpretara el mismo personaje que revitalizó su carrera, en la segunda parte de la saga de El Padrino.

Algunos fracasos notables: Desirée (como Napoleón), La condesa de Hong Kong, (la lamentable última cinta de Chaplin), Motín en el Bounty (como el oficial rebelde), Ellos y Ellas (Guys and Dolls, como un tahúr de bajos fondos, que canta y baila). Dirigió una sola película, One-eyed Jacks (El rostro impenetrable) un western poco apreciado por crítica y público, aunque algunos lo consideren ahora un clásico del Oeste. Si bien prefería roles dramáticos, gustaba actuar en comedias y se lo recuerda en algunas hilarantes cintas, como en Dos pícaros ladrones (Bedtime story, como un estafador de ricachonas) y como un mafioso en The Freshman (El novato) parodiando a Vito Corleone, personaje casi mitológico del cual jamás pudo escapar. En las últimas dos décadas sólo actuó como protagonista de dos cintas importantes, como un sensible psiquiatra en la romántica Don Juan de Marco y como el científico demente en el fallido remake de La isla del Dr. Moreau. Su último proyecto, ahora abortado, sería un largo documental sobre su persona, proyectada para filmarse este año -a cargo de un cineasta tunecino- y que se titularía Brando & Brando, aunque quizás se llegue a realizar sólo con retazos y opiniones de otros, sin su avasallante presencia física.

Brando tuvo la suerte de trabajar con los mejores directores de su época, (tales como Chaplin, Zinnemann, Kazan, Milestone, Dmytryk, Mankiewicz, Coppola, Pontecorvo y Bertolucci), y actuar con artistas de la talla de Vivien Leigh, Anna Magnani, Jean Simmons, Sophia Loren, Elizabeth Taylor y Faye Dunaway. Fue también un pionero, pues su original método de actuación –penetrante, intenso y espontáneo, aprendido en el Actors Studio- sentó la pauta para el cine mundial de la posguerra e influyó en actores como James Dean, Paul Newman, Sydney Poitier, Jack Nicholson, Dustin Hoffman, Al Pacino, Robert De Niro, James Caan, Mickey Rourke, Leonardo DiCaprio, Russell Crowe, Sean Penn y Johnny Depp, siendo estos cuatro últimos muy solicitados últimamente y considerados por la crítica como los más recientes herederos del estilo interpretativo liderado por Brando. En otros países también se sintió su influencia, pues Richard Harris y Alan Bates en Inglaterra, y Jean- Paul Belmondo y Alain Delon en Francia, y Klaus Maria Brandauer en Alemania, aplicaban el mismo método y elogiaban a menudo a Brando.

Rebelde, irreverente y promiscuo

Su desprecio por Hollywood fue evidente desde los años 70, simbolizado por su renuncia al codiciado premio de la Academia y por su búsqueda de nuevos horizontes en Francia e Italia. Su irreverencia lo convirtió en protagonista ideal para trabajar en dos hitos del cine erótico, primero en Candy (1968), aquella alocada sátira sexual del francés Christian Marquand con libreto del irreverente Terry Southern, donde Brando interpreta a un extraño guru seudo-oriental que embauca y fornica descaradamente con una ingenua ninfómana, junto a un reparto variopinto que incluyó nada menos que a Richard Burton, Walter Matthau, Ringo Starr, Charles Aznavour, Sugar Ray Robinson, John Huston y James Coburn. Con esa atrevida experiencia softcore en su currículo, Bertolucci no tuvo dudas en contratarlo para su Ultimo Tango en París, donde –además de escenas muy eróticas- aparece ensayando el sexo anal con Maria Schneider, algo antes impensable en una película no pornográfica, que la hizo clasificar como X –al igual que Candy- y a prohibirse en muchos países. Nuevamente, aún en su madurez, Brando sería el iconoclasta pionero de nuevas experiencias fílmicas.

Con esa actitud liberal sobre el sexo y el amor, y con la imagen de seductor sensual que arrastró desde sus primeros filmes, no extraña que su vida sentimental fuera bastante desordenada... y a veces trágica. Después de sus tres breves matrimonios entre 1957 y 1960, primero con la actriz de origen indio, Anna Kashfi, luego con la mexicana Movita Castañeda y finalmente con la tahitiana Tarita Teripaia, siguió teniendo amores con muchas actrices que lo admiraban, tales como Pat Quinn, Rita Moreno y Ursula Andress. (A esta última le preguntó una vez :”Nosotros ya hicimos el amor, verdad?, lo que da una idea de su obsesiva promiscuidad). En sus últimos años compartió la cama con su ama de llaves, María Cristina Ruiz, quien lo demandó por la bicoca de cien millones de dólares por olvidarse de ella y sus hijos cuando terminaron en el año 2000. En total tuvo 11 vástagos (5 con su apellido), pero dos le dieron muchos pesares, pues uno fue condenado a 10 años de prisión por asesinar al novio de su hermana Cheyenne (hija de Brando y con Tarita) y quien luego se suicidó. Sin embargo, a pesar de que se humilló por ellos y lo dejaron arruinado, lo consideraban un padre egoísta y errático, reflejo de una dura niñez con padres alcohólicos e irresponsables.

Un personaje polémico

Mientras muchos lo consideran un gran actor por su profundidad y talento, otros critican su desprecio por la profesión y su flojera como profesional (olvidaba sus diálogos e improvisaba mucho), además de su egolatría (gustaba monopolizar las escenas) y sus notorios caprichos de superestrella, pues se ausentaba mucho del plató y hacía exigencias absurdas, como la de ignorar a su propio director, Frank Oz, en su último filme. Gillo Pontecorvo, su director en Queimada! dijo de él: “Podía ser un dios frente a las cámaras y, minutos después, una persona insufrible”. Pero al conocerse su deceso, algunos colegas lo elogiaron así:

-Sophia Loren: “Fue un queridísimo amigo y compañero, muy educado y profesional. Actores como él deberían ser eternos”.

-Robert Duvall: “Fue uno de los actores más grandes y originales del siglo, sólo comparable con Laurence Olivier”.

-Bernardo Bertolucci: “Con su muerte, Marlon Brando pasó indudablemente a la inmortalidad”.

-Francis Ford Coppola: “Marlon odiaba los cumplidos. Así que lo único que diré es que me entristece su partida”.

Algunas de sus frases fueron antológicas, incorporadas a la mitología fílmica:

- “¡Stella, Stella!”, en Un tranvía llamado deseo (echando de menos a su mujer).

- “¡Contra lo que sea!”, en El salvaje. (al preguntársele contra qué se rebelaba).

- “Pude haber sido alguien”, en Nido de Ratas (conversando con su hermano).

- “Le haré una oferta que no podrá rechazar”, en El Padrino.

- “El que no pasa tiempo con la familia, no es un verdadero hombre” (idem).

- “¡Busca la maldita mantequilla!”, en El último tango en París.

- “¡El horror, el horror!” en Apocalipsis Ahora (refiriéndose a la guerra).

Un comentarista español resumió en su elegía del actor el sentir general de su fanaticada: “El cine se queda huérfano, pues fue uno de sus monstruos sagrados. Brando combinaba un talento único, un carácter difícil, una imagen sensual, una rebeldía constante. Algunos pueden haberlo odiado, pero la mayoría agradece de que haya vivido.” Paz a los restos de Brando... el grande, con todos sus defectos.


sábado, 21 de abril de 2012

Charles K. Bukowski: un escritor maldito

Barbara Frye, afamada escritora y editora, miraba con cierto desdén a su marido. Éste –apátrida, escéptico, alcohólico y prematuramente maltratado- derramaba líneas sobre el papel que se le asemejaban, más que a versos, a sucios regueros de grasa. Pero no todo el mundo compartía su opinión. Cuando John Martin, de Black Sparrow Press, leyó sus manuscritos, un súbito presentimiento lo iluminó como una bombilla. Ofreciendo al fracasado poeta un salvoconducto para liberarlo de la rutina, Martin tuvo la certeza de haber descubierto a un genio: un señor muy malhablado llamado Charles K. Bukowski.

El joven Heinrich Karl Bukowski conoció muy pronto el desencanto. Despojado de su verdadero y germánico nombre tras el traslado familiar a Baltimore (EE.UU) en 1923, en el nuevo “Charles” confluyeron todos los factores que pueden empujar a un niño al ensimismamiento: un ambiente familiar turbio, un físico poco agraciado y una timidez atávica e irremediable. Demasiado joven para el alcohol o las drogas, demasiado débil para plantar cara, Bukowski se refugió muy pronto en los libros. Tanto es así, que en su poema “Llegaron a tiempo” realiza un agradecimiento conmovedor a los Huxley, Faulkner, Hemingway o Joyce, integrantes todos ellos de su infantil pandilla de celulosa: “Todos estos amigos bien adentro de mi sangre, quienes, cuando no había ninguna oportunidad, me dieron una”. La vocación literaria, cómo no, estaba al caer. En la mitad de la veintena, nuestro hombre realiza incursiones con cierto éxito en la literatura breve. Poco después, desanimado por la imposibilidad de continuar con sus apariciones en Story Magazine y demás revistas literarias, llega de nuevo el estigma de la desilusión, hallando esta vez –y ya para siempre- un consuelo efectivo y duradero en forma de alcohol con dos cubitos de hielo.

Comienzan entonces unos años grises y turbios, con demasiado olor a vómito y muy poca esperanza aguardando cada mañana. Bukowski malvive en Los Ángeles, y aficionado a la 66 y a cualquier otra ruta, vagabundea por USA desarrollando un amor incondicional por los moteles de carretera, hoteles “cucaracha” como el de “Tres mujeres”. La cosa, entonces, sólo podía ir a peor. A principios de los 50, el servicio postal le ofrece un trabajo gris con perspectivas grises, un curro de legañas desanimadas y días pasando lentos tras una mesa. Su experiencia durará tres años. Con la libertad recién adquirida, en 1955 los excesos pasan factura en forma de úlcera sangrante. Nada mejor que ver de perfil a la muerte para que un indolente vocacional -“Mi ambición está limitada por mi pereza”- comience a buscarle sentido a su vida.

Llegan entonces las primeras tentativas de retomar su carrera literaria, coronadas con la publicación en 1959 de “Flor, puño y gemido bestial”. Bukowski cuenta entonces con treinta y nueve años, y este éxito inmediato y a la vez tardío en la poesía será uno de los mayores motivos de orgullo que el escritor conservará para el resto de su vida. Las cosas, sin embargo, podían ir mejor. Desencantado por el poco apoyo de su mujer desde 1957, Barbara Frye, y demasiado enfrascado en el alcohol, su matrimonio se rompe, y su maltrecha economía –sustentada a menudo por el patrimonio burgués de su esposa- se resquebraja. Ha de volver a la oficina entre petates y sellos, y todo lo anterior no parece más que un paréntesis en mitad de la desgracia.

No mucho después retomará su vida de manos de Frances Smith, quien en 1964 le dará su primera hija, Marina Louise. Pero no terminará ahí su despertar. Este solitario con muy buenos amigos encontrará un hueco en la revista “The Outsider”, por mediación del editor Jon Webb. Allí, su nombre se relacionará con el de autores de la talla de William Borroughs y Henry Miller, comenzará a ser conocido y el fenómeno “Bukowski” arrancará con pies de plomo. La llave hacia el éxito llega en forma de un contrato vitalicio de 100 dólares al mes, y Bukowski, tal y como declara, se plantea qué senda tomar en mitad de una bifurcación clara: la de un empleo rutinario pero seguro o la de un riesgo enorme y sacrificado. Ninguna otra decisión fue tan fácil. “He decidido morir de hambre”. Nunca lo hará.

Los setenta fueron la década dorada. Bien relacionado – Jean Genet y Sartre se encontraban entre sus admiradores más entusiastas- el torrente se dispara y de la pluma del escritor surgen títulos como Cartero (1971), Factotum (1975) y otros menos eufónicos, como La máquina de follar (1975) o El amor es un perro infernal (1977).

Como culmen, llegan Mujeres (1978), un recorrido enmascarado de seudónimos por su vida conyugal, y otro título algo más que significativo: Shakespeare nunca lo hizo (1979). Muerto en 1994, mordaz, atrevido y descarnado, alguien que caracterizó a Thomas Mann como a “un tipo que confunde el arte con el aburrimiento” y defendió a los artistas que dicen “una cosa complicada de un modo simple”, sólo nos podía dejar una herencia como la suya: citas imprescindibles, un amor por el exabrupto sólo comparable con el de otros padres del “Pulp” y un puñado de títulos que tu madre no querría ver jamás asomando por tu estantería.

La casa

Construyen una casa
media cuadra abajo
y yo me levanto aquí
con las persianas bajas
a escuchar los ruidos,
los martillos clavando las puntillas,
tac, tac, tac, tac,
y luego escucho los pájaros y
tac tac tac
y voy a acostarme,
tiro las cobijas hasta la garganta;
han estado construyendo esta casa
por un mes y pronto tendrá
su gente... durmiendo, comiendo,
amando, moviéndose por todas partes,
pero algo
ahora
no es correcto,
parece una locura,
hombres caminando en su techo con puntillas en la boca
y leo acerca de Castro y Cuba,
y por la noche camino por
y las nervaduras de la casa muestran
y adentro veo gatos caminando
la manera como los gatos caminan,
y luego un muchacho que pasa en una bicicleta
y aún la casa está sin terminar
y en la mañana los hombres
regresan
caminando por todas partes en la casa
con sus martillos
y parece que la gente no construye casas
nunca más,
parece que la gente debiera parar de trabajar
y sentarse en cuartos pequeños
en segundos pisos
bajo luces eléctricas sin persianas;
parece que hay mucho para olvidar
y mucho para no hacer
y en farmacias, mercados, bares,
la gente está cansada, no quieren
moverse y yo me paro en la noche
y miro a través de esta casa y la
casa no desea que se construya;
a través de sus lados veo las colinas moradas
y las primeras luces del atardecer,
y hace frío
y abotono mi chaqueta
y me paro allá a mirar la casa
y los gatos se para y me miran
hasta cuando me siento desconcertado
y me muevo hacia el norte por la acera
donde habré de comprar
cigarrillos y cerveza
y retornaré luego a mi cuarto.

miércoles, 18 de abril de 2012

Un árbol, una roca, una nube

 Carson McCullers (fragmento)

“Lo que pasó fue esto. Ahí estaban esos sentimientos hermosos y esos pequeños placeres sueltos, dentro de mí. Y esta mujer era para mi alma algo así como una cinta de montaje. Hacía pasar por ella esos poquitos de mí mismo y salía completo. ¿Me sigues ahora?

(…) En esas circunstancias, ya te puedes imaginar cómo me quedé cuando me dejó.

(…) Fuí a todas las ciudades que había mencionado alguna vez, buscando a todos los hombres que habían tenido alguna relación con ella. Tulsa, Atlanta, Chicago, Cheehaw, Memphis… Durante casi dos años corrí por el país tratando de encontrarla. La verdad es que el amor es una cosa extraña. Al principio no pensaba más que en que volviera. Era una especie de manía. Luego, según pasaba el tiempo, trataba de recordarla, pero ¿sabes qué ocurría?

(…) Cuando me tumbaba en la cama y trataba de pensar en ella, mi cabeza se quedaba en blanco. No podía verla. Y entonces sacaba sus fotografías y las miraba. Nada, no había nada que hacer. Era como si no la viera. ¿Puedes imaginarlo?

(…) Pero un pedazo de cristal inesperado en la acera o una canción de cinco centavos en un gramófono automático, una sombra en una pared por la noche, y recordaba. A veces eso me ocurría por la calle y yo me echaba a llorar y me golpeaba la cabeza contra un farol. ¿Me comprendes?

(…) Cualquier cosa. Daba vueltas por ahí y no tenía poder sobre cómo y cuándo recordarla. Uno cree que se puede poner encima una especie de blindaje. Pero el recuerdo no viene al hombre así, de frente, viene por las esquinas, dando rodeos. Estaba a merced de todo lo que oía o veía. De repente, en vez de ser yo el que atravesara el país para encontrarla, empezó ella a perseguirme en mi propia alma. Ella persiguiéndome a mí, !fíjate! Y en mi alma.

(…) Yo era un pobre mortal enfermo. Era como la viruela. Te confieso, hijo, que me emborraché, forniqué, cometí cualquier pecado que de pronto me apeteciera. Me avergüenza confesarlo, pero así es. Cuando recuerdo esa temporada, está todo confuso en mi mente; fue terrible.

-Pasó el quinto año. Y con él empezó mi ciencia.

(…) Es difícil explicarlo científicamente, hijo. Me figuro que la explicación lógica es que ella y yo nos habíamos perseguido tanto tiempo que al fin nos hicimos un lío, nos echamos atrás y lo dejamos. Paz. Un vacío extraño y hermoso.

(…) Yo me quedába allí, en mi cama, echado en la oscuridad. Y así me vino la sabiduría.

(…) Es esto. Escucha atentamente. Medité sobre el amor y saqué la conclusión. Me di cuenta de qué es lo que nos pasa. Los hombres se enamoran por primera vez. Y ¿de qué se enamoran?

(…) De una mujer. Sin sabiduría, sin nada para poder ir por ahí, emprenden la experiencia más sagrada y peligrosa de este mundo. Se enamoran de una mujer.

(…) Empiezan por el revés del amor. Empiezan por el punto crítico. ¿Te das cuenta de por qué es algo tan desgraciado? ¿Sabes cómo deberían querer los hombres?

(…) Hijo, ¿sabes cómo debería empezarse el amor?

(…) Un árbol. Una roca. Una nube.

(…) Medité y empecé con precaución. Cogía cualquier cosa de la calle y me la llevaba a casa. Compré un pececillo dorado y me concentré en él y lo amé. Pasaba gradualmente de una cosa a otra. Día a día iba adquiriendo esa técnica.

(…) Ya hace seis años que voy por ahí solo haciéndome mi saber. Y ahora soy un maestro, hijo. Puedo amarlo todo. No tengo ya ni que pensar en ello. Veo una calle llena de gente y una luz hermosa entra dentro de mí. Miro a un pájaro en el cielo o me encuentro con un viajero en el camino. Cualquier cosa, hijo, o cualquier persona. ¡Todos desconocidos y todos amados! ¿Te das cuenta de lo que puede significar una ciencia como la mía?.”

Al final de “Una roca. Un árbol. Una nube” el chico que escucha la historia del viejo que predica las virtudes y riesgos del estudio de la ciencia del amor, le pregunta si se ha vuelto a enamorar de alguna mujer. El viejo –que tiene agarrado al niño por el cuello de su chaqueta de cuero- lo suelta, bebe un trago largo de cerveza y por fin responde:

“-No, hijo. Fíjate, ése es el último paso de mi ciencia. Voy con cuidado. Todavía no estoy preparado del todo.”

Extracto del libro “El aliento del cielo”, de Carson McCullers

Ver : CARSON McCULLERS: LA BALADA DEL CAFÉ TRISTE


jueves, 12 de abril de 2012

La estación el terror

Este fragmento del libro "Diario de un Clandestino" de Miguel Bonasso, constituye, a mi juicio, uno de los mejores relatos acerca de la atmósfera  opresiva y demencial de las calles porteñas en los años de dictadura.
El terror desciende con el techo de tu propia casa. Te acompaña en todas tus salidas a la calle, Por la noche, de regreso en la guarida, ves una película sobre la resistencia francesa y lo que antes te parecía una hazaña hoy te resulta trivial. Te has pasado el día burlando controles, razzias y "pinzas", compartiendo el territorio con ellos: los horribles.

Ayer en la tarde, conversaste en voz baja con un compañero, sobre lo que está pasando en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Pese al silencio total de los medios, pese al hermetismo impuesto por los milicos, hay filtraciones, vahos que se escapan por las grietas de la gran casa de los muertos. Se dice que logró evadirse una chiquita de quince o diecis años. La dejaron por muerta en un galpón junto a otros cadáveres que estaban por ser cremados en el horno de la Escuela. Aparentemente trepó sobre los cuerpos, alcanzó un ventanuco, se escurrió por ahí y se arrojó al piso. Nadie la vio y avanzó hasta una alambrada, que logró saltar, luego corrió campo traviesa, saltó otra alambrada y se perdió en la tiniebla. Evocaban la escena oculta mientras caminaban por la calle Córdoba pasando Pueyrredón entre bares, pizzerías, inmobiliarias y un kiosco de diarios; el barrio viviendo a pleno con las luces de la noche, mientras la voz del compañero te recreaba los pies desnudos, en la sombra azulada, trepando sobre la pila de muertos. ¿Verdad, mentira? Acaso nunca lo sepamos.

Dicen que en la ESMA cortan los miembros con una sierra eléctrica. Que allí fue despellejado el "Nono" Lizaso en presencia de su familia. Jorge cayó frente al café los Angelitos en avenida Rivadavia. Así lo contó a la Orga Diego Guelar, un compañero que tenía una cita con él y vio como se lo llevaban, herido y gritando que era un secuestro.

Todos los días te enterás de una caída. Alguien te dijo ayer: "Secuestraron a Jarito Walker en un cine. Tenía una cita en un cine de barrio, entró la patota y se lo Ilevó de los pelos". Jarito: su entusiasmo ante una "nota bárbara". Jarito en la Orga. No sabés cuando te va a tocar. Cuando vas a caer vos en la cita envenenada. Tengo miedo por Silvia, por los chicos. Sabés que tenés que matarte cuando te agarren para que no puedan chantajearte con tu mujer o tus hijos. Que ese es el punto vulnerable de esta guerra sucia. La ventaja que tienen ellos sobre vos. Su absoluta falta de límites para vencer. Su definitiva renuncia a la condición humana.

Compartís el territorio con los horribles. Los ves todos los días. Pasan en los Falcon verdes o celestes, medio cuerpo emergiendo de la ventanilla, la Itaca enarbolada contra cualquiera, desde la impunidad absoluta. Tienen caras siniestras, de autentiicos degenerados. Donde no cuesta descubrir los rasgos del asesino, el violador, el tipo que se va a meter una noche en la tibieza de tu intimidad, para arrancar de la cama a tu mujer en camisón para meterle una 45 en la cabeza a tu nena. Este es el Estado, querido, la alimaña que se esconde detrás de los faldones de la Patria. La fiera que acecha en el seno del poder. Con ellos compartís el territorio. Hasta que todo se acabe en un minuto.

Subís al colectivo cerca de tu casa. Hace frío y viene bien que haga frío porque el sobretodo te permite disimular los dos fierros: el tuyo y el que le llevás a un compañero. Estás por pagar el boleto cuando ves, a través del gran parabrisas, que hay una "pinza" del Ejército a dos cuadras. La cabeza funciona a mil por hora. Le hacés una pregunta estúpida al colectivero y le pedís que te abra para bajarte. Balbuceás que te equivocaste de colectivo. El chofer sabe que estás mintiendo. Te mira y ve la muerte en tus ojos. No dice nada pero se caga en la disciplina de las paradas y te abre la puerta, para que te descuelgues con el coche todavía en movimiento. Le murmurás "gracias" antes de saltar y sabe que no es una forma de cortesía. Llegás a la cita y olés que está cantada. No hay nada en el barrio sur que te lo diga. Los mismos balcones, los mismos balaustres. Las mismas tiendas bostezando al sol de la tarde que comienza. Pero hay algún elemento indefinible en el paisaje urbano que te alerta. De pronto lo descubrís es un Chevy negro con cuatro tipos que aguarda estacionado sobre Solís en la entrada de las cuatro cuadras que demarcan el territorio de la cita. Raudamente guardás en un bolsillo interno el "buscapolo" que tenías a la vista como contraseña Pero no te detenés abruptamente porque eso sería alertarlos. Seguís caminando hasta la esquina, luego cruzás en diagonal y te vas por Solís de contramano. Sin darte vuelta, con el rabillo del ojo ves que el Chevy sigue parado en la puerta de la trampa. Aparentemente no te miran porque no entraste en la zona demarcada. Das la vuelta hacia Entre Ríos y te trepás al primer colectivo que baja hacia el centro. Te creías a salvo; estás totalmente equivocado. Al llegar a San Juan te arrojás literalmente dentro de la boca del subte, para hacer "antiseguimiento". Un golpe de adrenalina te eriza la piel: hay un soldado de fajina, con un FAL en la mano que monta guardia en el rellano. Y vos bajaste ya tres escalones. No tenés retorno. Si te das vuelta el tipo dará la alarma o te meterá un tiro por la espalda. Mientras lo pensás aparece un oficial. Por suerte estás "limpio". Ni armas, ni papeles. Tampoco documentos falsos, sino una cédula con tu nombre verdadero. El oficial te mira. Bajás como si nada y le preguntás como un ciudadano decente que no teme al Ejército: " Disculpe, este es el subte que va a Boedo?". El tipo contesta maquinalmente que sí por suerte es un queso de bola y le ganaste psicologicamente la primera jugada. De pronto reacciona y te dice bruscamente: "¡Documentos!". Le extendés con terror la maldita cédula donde desgraciadamente dice la verdad, rezando para que ese salame no se acuerde de tu nombre maldito. El boludo la examina atentamente para comprobar que no es falsa. Falsa, je, je, ojalá fuera falsa. Entonces le ganás la segunda vuelta. "Puedo entrar?", preguntas con naturalidad y el salame asiente. Perdió un round, pero vos no sabés lo que te espera. Entrás al infierno del Dante y lo que ves a tu derecha termina de helarte la sangre: tipos de civil (que deben ser de Coordinación Federal) tienen a varios pasajeros contra la pared, mientras cotejan sus documentos con unas listas en las que tu nombre no debe faltar.

Escurriéndote, procurando convertirte en el hombre invisible, caminás hacia los molinetes y tratás de meter en la ranura uno de esos cospeles que tenés la previsión de llevar siempre en los bolsillos. El miedo es esa falta de puntería una fichita metálica, apretada por dos dedos temblorosos, que no acierta a meterse en la ranura. Lo conseguís espiando con disimulo que nadie te haga señas para llevarte al lugar donde los canas realizan su control, porque entonces sí que estarás jodido. Bajás las escaleras reprimiendo el impulso de correr y llegás a un andén vacío. Casi vacío. En un costado lográs descubrir a un abuelito con dos nietas que se pesan en una balanza. Vos y ellos son las cuatro personas que han logrado eludir la pinza. El tren no llega nunca. Durante un siglo estás seguro de que milicos y policías van a aparecer en cualquier momento por la arcada que acabás de trasponer, gritando tu nombre. Qué vas a hacer entonces? Tirarte a las vías, tratar de escapar por las vías o de morir bajo un tren o acabar con la fuga, que te disparen por la espalda. Tu vista está clavada en ese túnel dolorosamente vacío por el que no acaba de aparecer la maldita máquina. Todo llega, también el subte argentino. Nadie ha bajado vociferando tu nombre. Entrás al vagón te mezclás con los argentinos normales que soportan la grisura de sus vidas con prescindencia de que gobiernen los peronistas, los radicales o los militares. Ponés la misma cara de aburrido que tus compatriotas, pero tenés los sobacos aureolados de sudor y te gana –en medio del alivio– una nueva aprensión: que te detecten por el olor. Porque el terror huele.

Miguel Bonasso

viernes, 6 de abril de 2012

Un otoño con olor a empanadas.

por Lucas Carrasco

Yo salí a comprar algo para comer entre las calles, ya oscurecidas, de mi barrio. Acabo de volver.

Tengo abiertas las ventanas del navegador, notas de domingo en distintos diarios. No compré nada, al final. No tenía plata. Pero recorrí las esquinas como si fuera un extraño.

Sonriendo, pateando una pelota que, supongo, habré imaginado. Los domingos son, repetidos, el fútbol de la infancia. Una especie de regresión a la época de monaguillos y camiseta con el 5, en cuerina, pegado atrás. Cosido por mi abuela. Linda noche. Lindas sombras. Un otoño, se me ocurrió al pasar por la rotisería donde una anciana me miró con ternura, que era un otoño, decía, con olor a empanadas. Y vine y lo escribí. Y ahora vuelvo a leer las notas, tontas, de un domingo lindo. De un lindo día. Que oscurece lindo. Con parejas que vuelven de la plaza. Tomadas de la mano. Un pibe de barba que me saluda sin conocerme. La boliviana que limpia casas ajenas esperando el semáforo con un nenito, ajeno. Los pobres tienen la mayoría de las horas de su vida en una completa ajenidad. Hasta la felicidad es ajena. En mi país, ser trabajador es equivalente a ser pobre.

Yo me juno entre los que estamos salvados.

A veces, me da un poco de pena. Yo no pertenezco a este universo injusto, pueril, repleto -ya ni cabemos- de tilingos pretenciosos. Y sin embargo, yo lo sé, soy uno de ellos. No puedo evitarlo.

Un lindo día.

Un otoño con olor a empanadas.


publicado en: República Unida de la Soja domingo, (abril 01, 2012)

lunes, 2 de abril de 2012

Vencidos

Desde el fondo de la historia, a los que hoy luchan en las calles de España, a mi abuelo Melchor Soengas, a Buenaventura Martinez Llorens y a tantos otros españoles derrotados que la providencia trajo a estas costas del Plata y que con sus historias heroicas enriquecieron mi niñez.

loboalpha

¡Cuántas veces, Don Quijote, por esa misma llanura,
en horas de desaliento así te miro pasar!
¡Y cuántas veces te grito: Hazme un sitio en tu montura
y llévame a tu lugar;
hazme un sitio en tu montura,
caballero derrotado, hazme un sitio en tu montura
que yo también voy cargado
de amargura
y no puedo batallar!

Leon Felipe (Vencidos)


Llamo Al Toro De España | Miguel Hernández

Alza, toro de España: levántate, despierta.
Despiértate del todo, toro de negra espuma,
que respiras la luz y rezumas la sombra,
y concentras los mares bajo tu piel cerrada.

Despiértate.

Despiértate del todo, que te veo dormido,
un pedazo del pecho y otro de la cabeza:
que aún no te has despertado como despierta un toro
cuando se le acomete con traiciones lobunas.

Levántate.

Resopla tu poder, despliega tu esqueleto,
enarbola tu frente con las rotundas hachas,
con las dos herramientas de asustar a los astros,
de amenazar al cielo con astas de tragedia.

Esgrímete.

Toro en la primavera más toro que otras veces,
en España más toro, toro, que en otras partes.
Más cálido que nunca, más volcánico, toro,
que irradias, que iluminas al fuego, yérguete.

Desencadénate.

Desencadena el raudo corazón que te orienta
por las plazas de España, sobre su astral arena.
A desollarte vivo vienen lobos y águilas
que han envidiado siempre tu hermosura de pueblo.

Yérguete.

No te van a castrar: no dejarás que llegue
hasta tus atributos de varón abundante
esa mano felina que pretende arrancártelos
de cuajo, impunemente: pataléalos, toro.

Víbrate.

No te van a absorber la sangre de riqueza,
no te arrebatarán los ojos minerales.
La piel donde recoge resplandor el lucero
no arrancarán del toro de torrencial mercurio.

Revuélvete.

Es como si quisieran arrancar la piel al sol,
al torrente la espuma con uña y picotazo.
No te van a castrar, poder tan masculino
que fecundas la piedra; no te van a castrar.

Truénate.

No retrocede el toro: no da un paso hacia atrás
si no es para escarbar sangre y furia en la arena,
unir todas sus fuerzas, y desde las pezuñas
abalanzarse luego con decisión de rayo.

Abalánzate.

Gran toro que en el bronce y en la piedra has mamado,
y en el granito fiero paciste la fiereza:
revuélvete en el alma de todos los que han visto
la luz primera en esta península ultrajada.

Revuélvete.

Partido en dos pedazos, este toro de siglos,
este toro que dentro de nosotros habita:
partido en dos mitades, con una mataría
y con la otra mitad moriría luchando.

Atorbellínate.

De la airada cabeza que fortalece el mundo,
del cuello como un bloque de titanes en marcha,
brotará la victoria como un ancho bramido
que hará sangrar al mármol y sonar a la arena.

Sálvate.

Despierta, toro: esgrime, desencadena, víbrate.
Levanta, toro: truena, toro, abalánzate.
Atorbellínate, toro: revuélvete.
Sálvate, denso toro de emoción y de España.

Sálvate.