jueves, 15 de marzo de 2012

Mano a mano con la calle

A mi amigo Loyola le gustaron, las notas de los cafés de los 60-70, el cine “Lorraine” y el “Bar La Paz”. Sacar a la luz ciertos recuerdos es como exorcizar los fantasmas que los merodean, pienso, poder compartir la memoria de ciertas experiencias con personas a las que le son comunes es un doble exorcismo, luz y testimonio.

Mientras apuro el último sorbo de un extraño brebaje, al que los propietarios del establecimiento que alberga mi trasnoche, decidieron nombrar pomposamente “Café”, me embargan los recuerdos. Tal vez a causa del efecto narcótico de la poción de marras, tal vez porque me estoy poniendo viejo.

La noche no da para más…

-Mozo, me cobra, por favor…

Necesito salir de ese lugar para escapar del tedio, del mal café y de los recuerdos. Un taxi quizás, no, mejor camino un poco, ya son como las tres de la madrugada, ya estoy jugado.

Llevo la mirada hacia el cielo despejado a ver si puedo ver rodar la Luna por Callao, pero no, ahí está, quietita, que decepción, se ve que la contemplación de esos prodigios solo está reservada a los poetas cuando están en curda o pasados de algún entremés, o a los locos, como el de la balada.

-¡Jefe!, ¿tiene una moneda?

me dice un pibe…

Le doy la moneda, se aleja y pienso: “Cuanto insomnio peregrinado, cuanta alma en la parrilla de la mishiadura, cuanto torso humano en el purgatorio de destinos inciertos de hospicio, calabozos, juzgados y más allá, la inundación de “los vaya a saber qué y porque”…” eso no ha cambiado, los viejos bares ya no están, pero eso no ha cambiado…

Cuando la “gente decente” duerme, afloran las criaturas de la noche, que también están de día, pero a estas horas se apoderan del paisaje, la vergüenza de su destino se trastoca en orgullo y pertenencia.

Mentalmente escribo:

La habitación era muy pequeña

Además todo es olor a eternidad…

Él, pensó que estaba muerto

Y salió sereno a buscar sepultura.

Entre las doce y las seis,

Las almas penitentes decoran 

Las ochavas, los mingitorios…

La podredumbre de las buenas gentes

Hay mucho insomnio peregrinado

Un estuario colmado de plegarias inocentes

Un excesivo plancton de anatomías a medio viaje

Demasiada ternura abandonada en las puertas del osario…

-Medrano y Salguero por favor…

A través de la ventanilla del taxi, contemplo el paisaje nocturno de la ciudad, ya sin ver, en realidad estoy mirando hacia adentro y solo veo fantasmas de otro tiempo.

Yo crecí en la atmosfera de amontonamiento sedimentario de un bar del puerto regenteado por el gallego Melchor Soengas, mi abuelo materno, un lugar colmado de personajes marginales al destino de normalidad y medida, propios de la clase media pacata, de algún modo se me antoja, que me gustaría contar su historia, pero eso será en otra ocasión.

Loboalpha

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