domingo, 4 de marzo de 2012

EN EL REINO DE LAS SOMBRAS

En julio de 1896, el escritor ruso Máximo Gorki (1868-1936) descubre la invención de los hermanos Lumière en la feria de Nijni-Novgorod y consagra dos artículos al Cinematógrafo, muy próximos uno de otro. El primero, firmado por I.M.Pacatus, parece ser el relato de un descenso al “reino de las sombras”.

por MAXIMO GORKI (1896)

Ayer estuve en el reino de las sombras. Si supierais hasta que punto es aterrador…Allí no existe ni el sonido ni el color: todo, la tierra, los árboles, los hombres, el agua y el aire, todo tiene allí un color gris uniforme. En el cielo gris, rayos de sol grises; en los rostros grises, ojos grises. Y hasta las hojas de los árboles son grises como la ceniza: no es la vida, sino una sombra de vida. No es el movimiento, sino una sombra de movimiento, desprovista de sonido.

Me explicaré, so pena de que se me tache de simbolista o de loco. Estaba en el recinto de Aumont y asistía a una sesión del Cinematógrafo Lumière (las fotografías animadas) La impresión que producen es tan poco común, tan original y compleja que me resulta difícil transmitir todos sus matices. Intentaré de cualquier modo expresar lo esencial.

Cuando la luz se apaga en la sala donde se presenta la invención de los Lumière, aparece en la pantalla un gran cuadro gris, una “Calle de París” que tiene la textura de un grabado de mala calidad. Contemplándolo, se observa gente inmóvil en actitudes diversas, coches, casas, todo gris, hasta el cielo es gris. No es de esperar nada original de una vista tan tópica, pues cuántas veces hemos visto imágenes de calles de Paris como ésta…

Pero de repente, un extraño temblor invade la pantalla y el cuadro cobra vida. Más tarde, la perspectiva, los coches que vienen directos hacia mí, hundiéndose en la oscuridad en la que nos hallamos sumidos, la gente que aparece a lo lejos y aumenta de tamaño a medida que se aproxima. En el primer plano, unos niños juegan con un perro, unos ciclistas pedalean a toda velocidad, los peatones cruzan la calle: todo se mueve, vive, bulle, se dirige hacia el primer plano del cuadro para desaparecer en alguna parte del más allá.

Y todo sucede sin ruido, en silencio: es tan extraño… No se escuchan ni las ruedas contra la calzada, ni el murmullo de los pasos, ni las conversaciones, nada, ni una sola nota de esta compleja sinfonía que siempre acompaña el movimiento de los hombres. Sin ruido, el follaje gris ceniza de los árboles se agita al viento y las siluetas grises de los hombres, como si fueran sombras, se deslizan en silencio sobre la superficie del suelo gris, alcanzadas por un maleficio y cruelmente condenadas al silencio, privadas de todos los matices, de todo el colorido de la vida.

Sus sonrisas están muertas, aunque sus movimientos estén llenos de una energía viva, de una inalcanzable velocidad; su risa es silenciosa aunque podamos ver cómo se contraen los músculos sobre los rostros grises. Una vida que bulle ante los ojos, a quien han despojado de palabra y a la que han quitado el ornamento del color: una vida gris, silenciosa, abatida, lamentable, como desposeída de todo.

Asusta verla, con su movimiento de sombras y sólo sombras. Hace pensar en los fantasmas, en los crueles y malditos hechiceros que sumergen en el sueño a ciudades enteras, tanto que creeríamos estar presenciando una broma pesada de Merlín: él es quien ha embrujado una calle entera de París, encogiendo los altos edificios desde la base hasta el tejado en la medida de una archina[1], ha reducido a los hombres, les ha privado de palabra, ha recogido todos los colores del cielo y de la tierra y los ha convertido en esa tinta gris uniforme, y bajo esa forma, ha colocado la broma en el nicho de una sala oscura de restaurante. Pero de repente, se oye un crujido. Todo desaparece y en la pantalla aparece un ferrocarril. Se lanza hacia usted como una flecha, ¡cuidado! Parece que va a precipitarse sobre la oscuridad y nos convertirá en un saco de piel despedazada, repleto de carne magullada y de huesos triturados, se diría que va a destruir , a reducir a polvo esta sala, este establecimiento lleno de vino, mujeres, música y vicio.

Pero también no es más que un tren de sombras.

Silenciosamente, la locomotora desaparece más allá del marco de la pantalla. El tren se detiene, siluetas grises descienden de los vagones sin hacer ruido, se saludan en silencio, ríen, corren, se agitan, se emocionan sin emitir un sonido… antes de desaparecer. Y he aquí un nuevo cuadro: tres hombres, sentados en torno a una mesa, juegan a las cartas. Los rostros tensos, los movimientos de manos que reparten las cartas son rápidos, la avidez de los jugadores se lee en sus dedos temblorosos, en los músculos de sus rostros. El juego… los tres se echan a reir, y el camarero que les ha servido una cerveza, se ha quedado de pie cerca de la mesa, también ríe. Parece que van a reventar de la risa pero no se escucha un sonido. Se diría que esos hombres están muertos y sus sombras han sido condenadas a jugar a las cartas en silencio hasta la eternidad.

(…)

Esta vida gris y silenciosa termina por trastornarnos y oprimirnos; se tiene la impresión de que contiene una advertencia cuyo significado se nos escapa, pero es lúgubre y la angustia oprime al corazón. Poco a poco uno olvida quien es, extrañas imágenes aparecen en la mente, la conciencia se nubla, se perturba…

Pero de repente se escucha alrededor una provocadora risa femenina, voces burlonas … y de repente uno recuerda que está en el lugar de Aumont, de Charles Aumont.

Pero, ¿por qué ha encontrado asilo precisamente aquí esta extraña invención de los Lumière? Una vez más, aporta la prueba de la energía y de la curiosidad del espíritu humano que eternamente busca saber todo, comprender todo. Y en el paso, ¿qué traerá el éxito de Aumont mientras el invento se encamina al descubrimiento de los misterios de la vida?

No percibo la importancia científica del invento de los Lumière, pero sin duda existe y podrá contribuir al fin último de la ciencia, mejorar la vida del hombre y desarrollar su espíritu. No es el caso de Aumont, donde sólo se anima y se prodiga el vicio. ¿Por qué en ese lugar , entre las “víctimas del temperamento de la sociedad” y los juerguistas, que han venido a comprar besos? ¿Por qué se muestra aquí el último descubrimiento de la ciencia? Pronto se perfeccionará el invento de los Lumière, pero será siguiendo el carácter de Aumont, Toulon y compañía.

Hasta el momento, además de las vistas mencionadas, también se ha mostrado el “desayuno en familia”, una escena idílica de tres personajes: una pareja joven y su primer bebé desayunan juntos. Ellos están tan enamorados, tan encantadores, alegres, felices, y su bebé es tan divertido… El cuadro transmite una impresión muy hermosa. Pero ¿hay sitio para esta escena en el negocio de Aumont?

Y otra: mujeres trabajadoras, en una multitud alegre y sonriente, salen de una fábrica. Tampoco hay sitio para esta escena en Aumont ¿Por qué recordar aquí que una vida pura, laboriosa, es posible? Es inútil. En el mejor de los casos, este cuadro lo único que conseguirá es herir a la mujer que vende sus besos, eso es todo.

Estoy convencido que pronto esos cuadros serán reemplazados por otros cuyo género estará en consonancia con el tono general del café concierto. Por ejemplo, veremos “Madame se desnuda”, “Akoulina saliendo del baño”, “Madame se pone las medias”. Asimismo, se podrá fotografiar una bronca entre un marido y su mujer en Kanavino[2] y presentarlo al público con el título “Placeres de la vida conyugal”

Sí, eso es lo que pasará. Lo bucólico y lo idílico no tienen lugar en esta gran feria rusa que sólo sueña con la indecencia y la extravagancia. Aún podría proponer algunos temas para ayudar al Cinematógrafo, con el fin de distraer al público de la feria: por ejemplo, someter a uno de esos dandis a un empalamiento a la turca, y una vez fotografiado, hacer la presentación.



[1] Antigua medida rusa de longitud equivalente a 71 cm aproximadamente.

[2] Barrio de Nijni-Novgorod donde todos los años tenía lugar la feria.

Texto: Fragmento de Au Royaume des Ombres... 1896 de Máximo Gorki

Publicación: Le cinéma: naissance d’un art (1895-1920), de Daniel Banda y José Moure. Editions Flammarion (www.editions.flammarion.com)

Traducción: Esmeralda Barriendos

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