miércoles, 21 de marzo de 2012

En busca de la filosofía perdida

Cualquier futura reflexión filosófica para ser valedera, debería asumir del marxismo al menos uno de sus principios capitales: hacer de la historia y la socioeconomía, las fuentes fundamentales de estudio.

por  Julio Pino Miyar *

“(…) abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado una porción de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del dulce, tocó mi paladar un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándome de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, era yo mismo. Dejé entonces de sentirme mediocre, contingente y mortal...”

En busca del tiempo perdido Marcel Proust


Uno

En busca del tiempo perdido de Marcel Proust fue un acto supremo de la evocación y la reminiscencia, así como un arduo y fascinante proceso de reconstrucción del pasado. Las asociaciones mentales desatadas por el sabor de la magdalena, sumergida ocasionalmente por el artista en una taza de té, trajeron consigo un alud de remembranzas, y lo que fue durante toda una vida sepultado en el olvido, retornaba como un viento fresco y triunfal a la memoria; las cosas volvían a adquirir sentido, y la propia vida era comprendida en su unidad, asumida desde sus más intensos significados. Los placenteros y lejanos días de Combray, sus viejas calles, sus hermosas iglesias, la rancia aristocracia de Guermantes, ese universo en fin, narrado por Proust de un modo tan sentimental, acaso tan chic, y en ocasiones grandilocuente, reaparecía en el mismo sitio donde hubo una antigua y dolorosa fractura. El inmenso tejido de una de las novelas más extensas de la literatura de Occidente hacía hipóstasis sobre la huella que había dejado la ausencia y, desde ella, reconstruía la existencia hasta ese momento obliterada del artista.

En una célebre carta al filósofo Federico Schelling, su joven compatriota, el también filósofo alemán Federico Hegel, afirmaba “precisamos de una nueva mitología”. Existe una sensibilidad muy especial que explora más allá de los límites de la razón y supone la existencia del mito, la búsqueda de su verdadero sentido en la historia de la cultura. Proust es uno de los mejores ejemplos de esto que estoy diciendo. El gran autor francés tocó un punto neurálgico cuando hiciera del acto de la reminiscencia, la pieza clave, no sólo de su literatura, sino de su relación personal con la cultura; entre tanto, desarrollaba un método de construcción literaria basado en la psicología del escritor. El viejo tema de la redención humana, como el recurrente asunto proustiano del autor que busca a través de sus palabras el valor de una vida perdida, remiten por igual a una problemática que una época tan convencional como la nuestra ha reubicado con desdén en el terreno del mito.

Tal vez por eso no sólo es importante afirmar que los vínculos entre literatura y filosofía no están rotos, y que debemos sumergirnos en esa relación, intentando demostrar lo mucho que le debe la filosofía a la sensibilidad, porque además, es significativo expresar la necesidad que tiene la filosofía de ver reactivada su misión en el seno de la comunidad humana. Ya que mito y razón, literatura y filosofía, deberían confluir juntas hacia un espacio interdisciplinario que hiciera posible disolver “las oposiciones solidificadas.” La filosofía podría ser de esta manera, el resultado coherente de la abstracción intelectual y la sensibilidad, pues como el arte, está llamada a operar a través de la sensibilidad extrema, y, como la ciencia, por medio de la gestación laboriosa de conceptos. Por lo anterior, vale reiterar la pregunta, aunque sin pretender una respuesta, ¿qué es filosofía?

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