miércoles, 7 de marzo de 2012

Albert Camus: El Extranjero

Albert Camus, novelista, ensayista y dramaturgo francés, considerado uno de los escritores más importantes posteriores de la segunda mitad del siglo XX. Camus nació en Mondovi (Argelia) el 7 de noviembre de 1913, y estudió en la universidad de Argel. Sus estudios se
interrumpieron pronto debido a una tuberculosis. Formó una compañía de teatro de aficionados que representaba obras a las clases trabajadoras; también trabajó como periodista y viajó mucho por Europa.

Sus obras más importantes son El Extranjero (1942), Calígula (1945), La Peste (1947), La caída (1956), El hombre rebelde (1951), Estado de sitio (1948); y un conjunto de relatos, El exilio y el reino (1957). En 1994 se publicó la novela incompleta en la que trabajaba cuando murió, El primer hombre. Camus, que obtuvo en 1957 el Premio Nobel de Literatura, murió en un accidente de coche en Villeblerin (Francia) el 4 de enero de 1960.

El extranjero es un clásico de la literatura francesa del siglo XX. En unas cuantas páginas Camús es capaz de narrar una historia completa que deja al lector muchos interrogantes. Y no ha perdido nada de actualidad, al contrario, ahora más que nunca necesitamos estos oasis de reflexión. La novela tiene un trasfondo muy claro: la ausencia de valores identificados en la sociedad de hoy. Siempre ha habido migraciones hacia los lugares donde se decía que había más oportunidades. Hoy también sigue habiendo millones de personas de un sitio para otro en busca de una vida mejor.

La novela hace una reflexión sobre el absurdo del mundo, la alienación que sufren algunas personas y el desencanto general. Las circunstancias cambian al protagonista que se va haciendo cada vez más ajeno a todo lo que le rodea. Algún resquicio queda para la esperanza al final.

El protagonista, Meursault, comete un absurdo crimen y, a pesar de sentirse inocente, jamás se manifestará contra su ajusticiamiento ni mostrará sentimiento alguno de injusticia, arrepentimiento o lástima. La pasividad y el escepticismo frente a todo y todos recorre el comportamiento del protagonista: un sentido aburrido de la existencia y aun de la propia muerte.

Meursault es el personaje que encarna ese sentimiento de profunda apatía por todo lo que le rodea haciéndose de manera más ostensible en la actitud ante la muerte de su madre. Meursault personifica la carencia de valores del hombre, degradado por el absurdo de su propio destino, ni el matrimonio, ni la amistad, ni la superación personal, ni la muerte de una madre… nada tenía la suficiente importancia ya que la angustia existencial de este antihéroe inundaba todo su ser. Así su ateísmo estaba justificado, la vida no tenía ningún sentido fuera de uno mismo, la confianza en fuerzas externas a él mismo le producía una sensación de caída hacia el abismo de lo incierto. Meursault se transforma así en un extranjero que juzga y remueve los fantasmas de una sociedad angustiada, cuya moral, carente de sentido, regula la vida de un todo social.

El sentido de la vida, tema fundamental del existencialismo y de la filosofía de todos los tiempos, es la clave para tratar de interpretar la novela. El dominio de la libertad absoluta es fundamental en este planteamiento.

Una obra fundamental.

Frases de “El Extranjero” ( 1942 ):

“Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: «Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias.» Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer”.

“Era verdad. Cuando mamá estaba en casa pasaba el tiempo en silencio, siguiéndome con la mirada. Durante los primeros días que estuvo en el asilo lloraba a menudo. Pero era por la fuerza de la costumbre”.

“Me despertó un roce. Como había tenido los ojos cerrados, la habitación me pareció aún más deslumbrante de blancura. Delante de mí no había ni la más mínima sombra, y cada objeto, cada ángulo, todas las curvas, se dibujaban con una pureza que hería los ojos”.

“En ese momento entraron los amigos de mamá. Eran una decena en total, y se deslizaban en silencio en medio de aquella luz enceguecedora… Se mostraban abatidos, tristes y silenciosos. Miraban el féretro o a sus bastones, o a cualquier cosa, pero no miraban a nada más. Los veía como no he visto a nadie jamás… Por un momento tuve la ridícula impresión de que estaban allí para juzgarme”.

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