viernes, 6 de abril de 2012

Un otoño con olor a empanadas.

por Lucas Carrasco

Yo salí a comprar algo para comer entre las calles, ya oscurecidas, de mi barrio. Acabo de volver.

Tengo abiertas las ventanas del navegador, notas de domingo en distintos diarios. No compré nada, al final. No tenía plata. Pero recorrí las esquinas como si fuera un extraño.

Sonriendo, pateando una pelota que, supongo, habré imaginado. Los domingos son, repetidos, el fútbol de la infancia. Una especie de regresión a la época de monaguillos y camiseta con el 5, en cuerina, pegado atrás. Cosido por mi abuela. Linda noche. Lindas sombras. Un otoño, se me ocurrió al pasar por la rotisería donde una anciana me miró con ternura, que era un otoño, decía, con olor a empanadas. Y vine y lo escribí. Y ahora vuelvo a leer las notas, tontas, de un domingo lindo. De un lindo día. Que oscurece lindo. Con parejas que vuelven de la plaza. Tomadas de la mano. Un pibe de barba que me saluda sin conocerme. La boliviana que limpia casas ajenas esperando el semáforo con un nenito, ajeno. Los pobres tienen la mayoría de las horas de su vida en una completa ajenidad. Hasta la felicidad es ajena. En mi país, ser trabajador es equivalente a ser pobre.

Yo me juno entre los que estamos salvados.

A veces, me da un poco de pena. Yo no pertenezco a este universo injusto, pueril, repleto -ya ni cabemos- de tilingos pretenciosos. Y sin embargo, yo lo sé, soy uno de ellos. No puedo evitarlo.

Un lindo día.

Un otoño con olor a empanadas.


publicado en: República Unida de la Soja domingo, (abril 01, 2012)

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