por Lucas Carrasco
Un hombre alto de sobretodo para en la esquina y bajo el semáforo prende, con un fósforo, un cigarrillo. Yo, de miedo, me paro atrás. A mí me da mucho miedo que me asalten, que me peguen. Y me da miedo que sepan que me da vergüenza, no sé defenderme. No sé pelear. Me quedo y lo miro. Se acomoda el sombrero. Y pasa, más despacio, un taxi.Y hace más frío. Y baja la ventanilla y el del sobretodo se agacha y conversan, creo, algo. Que no escucho. Intercambian un misterio, de mano en mano. Seguramente sea alguna droga y no un microfilms con datos sobre ojivas nucleares.
La herida profunda de nuestra democracia es su nacimiento. Su pecado original. Se pueden establecer narrativas falsas que amplifican valientes fenómenos que, efectivamente, ocurrieron - las madres de plaza de mayo, el paro de la CGT- pero cuyo acercamiento revela más la soledad profunda de los actores involucrados que una modificación de la tesis de que, efectivamente, fue la derrota militar en Malvinas contra los ingleses lo que devolvió las instituciones parlamentarias como estrategia de consenso. Y que eso se llamó democracia. Doloroso y cierto.
Termina la transacción y el hombre del sobretodo retrocede dos pasos. Pero se queda mirándolo. No hace nada. El taxi tiene el motor en marcha, pero no arranca. El semáforo está en rojo. Se me ocurre, que en ese entero segundo, deben estar, los dos, incómodos. Algo está fallando. Porque cuando cambia el semáforo y se pone en verde, el taxi acelera, con ruido, con exageración.
Incluso, el estudio sobre las Madres de Plaza de Mayo, o el paro de la CGT, profundiza, como un cuchillo dentado, la herida. En ida y vuelta. Un bombeo anal pero con el cuchillo dentado. Inversamente proporcional al coraje de estos hechos, pausa, aislados. Las Madres de Plaza de Mayo ocupan ese lugar de prestigio justamente por la cobardía de la mayoría compacta de la sociedad. Que necesita, desde sus dirigencias, mentirse. Mentirse encima. Amanecer, como niños tras la separación de sus padres, con las sábanas mentidas. Guardadas, en vergonzoso secreto. Para sobrevivir psíquicamente. Y sus dirigidos, creerles a sus dirigencias, porque los exculpa. Porque servirán, además, como futura coartada. En cierto modo, esta hipocresía -cuya literatura magistral radica en los discursos exculpatorios y eficaces de Alfonsín, el Alfonsín del retorno de la dictadura y el Alfonsín privatizador, entreguista, derrotado, que dejó el país preparado para la algarabía menemista dónde, con aclamado acompañamiento fanático, la sociedad aplaudió el abrazo con la dictadura trasvestido de traumática reconciliación, la destrucción del estado, el asesinato y la cárcel de los militantes, la sacralización de las costumbres, la impunidad frívola de los poderosos, la eliminación del servicio militar, las utopías débiles y pacificadoras, el alejamiento de las pasiones, la eficacia del mercado que hoy, también, predomina (en los teléfonos, en los trenes, en los countrys, en la universidad no arancelada, en las botellas de agua mineral, en Puerto Madero, en los asesinatos policiales, en la joda hermosa que es el fútbol, en la estupidez cotidiana, contradictoria, quebradiza de las cosas)
El hombre, muy alto, del sobretodo, se acomoda el sombrero. Duda. Tira el cigarrillo. Lo apaga con un zapato de punta de metal. Lo que duelen esas patadas con puntas de metal. En el hígado. Y se da vuelta y se aleja, con su hígado. Y sus zapatos con punta, azul, de metal. Yo salgo de ese disimulado punto de mira estratégicamente tapado por un árbol. Camino, cauto. Lo veo doblar la esquina. me quedan 20 pasos, calculo, sin t5ocar las rayitas de las baldosas y andando de a dos baldosas por vez, hasta la esquina. El hombre dobla, se pierde en el misterio de doblar la esquina. En una metáfora gastada. En un embotellamiento de palabras. Que chocan, se rozan, se bocinan, para no tener que soportar el silencio de la espera. La futilidad de saber que no hay nada que hacer. La fragilidad del espacio quedado, inútil, espacio hecho para el transitar, espacio puro tiempo, espacio tiempo alborotado por lo social.
El retorno de la democracia tuvo como garante al radicalismo, fue un contrato de alquiler con un garante poco solvente pero maleable y predispuesto, con épica por el fracaso, vocación de derrota, poética de los vencidos; tanto como la inauguración de la democracia, en uno de los períodos históricos menos estudiados, 1916, por traumático. La guerrilla entonces, en 1912, cuando, si mal no recuerdo (los estudios, claro, soy malo para las fechas) estaba, desde los apogeos de la revolución del parque, la de 1890, estaban cristalizados en la derrota a través del triunfo sistémico. No es dialéctica marxista, es cosa de psicóticos. Es por eso, además de por fidelidad inaugural a su cobardía, que el radicalismo resigna su principal potencial revolucionario y se acota manso al voto universal de los machos. Las mujeres, no cuentan. No es mi culpa, es la historia. Cruel, la verdadera. La de los sumisos y sumisas. La que ahora, psicótica, viene en frasco chico, como todo lo bueno, para digerirlo rápido y sin complejos. ¿Es negar los progresos señalarles sus traumas, sus negaciones, sus complejos? ¿O es potenciarlos?
Y terminé, no sé porqué, capaz que para probarme, de manera oscura, algo a mí mismo, terminé doblando y siguiendo al tipo de sobretodo. Y cruzó la calle y a media cuadra se frenó y yo, instintivamente, crucé, pero venía una moto, un pibe con dos pendejas atrás, venían muy rápido y tambaleando y haciendo eses entre los adoquines y me quedé en medio de la calle y retrocedí y volví a la vereda y la moto, con un rugido y risas borrachas de las dos rubias, se alejó. Miré al hombre del sobretodo, estaba parado frente a una puerta vieja y parecía tocar el timbre. Retrocedí a la vereda. El hombre del sobretodo ni siquiera dio vuelta la cabeza. Seguía tocando el timbre, entre el viento.
El pacto para que los radicales -las mayorías propietarias de la etapa- tengan lugar fue, bue, una pequeña negociación, acorde con el fascismo de la época: quedan afuera los extranjeros, o sea, los trabajadores. La argentina inauguró su democracia con el voto de más o menos un 15% de su población: no votaban los trabajadores, las mujeres, los que a la policía no les gustaban, los que no vivían cerca del puerto, los que no estaban armados, los que tenían ganas de decidir. El fraude organizado fue cumplido. En la Argentina hay una especie de farsa donde cada tanto sobreviene la alucinación colectiva de la esperanza autoplagiada. La argentina no tuvo elecciones libres hasta, por lo menos, 1983. Pero si me obligan, mire, señor, propietario, creo que las primeras elecciones libres, democráticas y limpias fueron, en la argentina en 1995 y gracias a Menem, a esa circunstancia de la historia que puso al hombre indicado en el momento indicado. Fue el momento de blanquear que las instituciones y reglas electorales estaban organizadas para conservar la situación patrimonial emergente del terrorismo de estado. Yo no fui "de" Menem ni del Frepaso ni Radical ni de Duhalde, no tengo que explicar, ni zapatear, yo hablo de lo que creo. Con esta falta de timidez. Esta vocación por la arrogancia. Yo creo que la democracia es un regalo del mercado mundial. Yo dudo de la pasión democrática de nuestra sociedad. Yo no le adjudico méritos heroicos a nuestra sociedad. Yo soy un disidente. Yo, qué se yo.
Nadie lo atendió, nunca, al hombre del sobretodo. Me dio impresión, cuando lo dejé tirado sobre la banquina, un pedazo de algo gelatinoso cubierto de sangre rojo flúo, como a tres metros del cuerpo del hombre. Capaz que eran sesos, no sé. Corrí. Hasta que no me dieron más los pulmones. Y me apiadé. Llamé a la ambulancia. Capaz, nunca lo sabré, se salvó.
Yo me quedé hasta que amaneció mirando el punte y el río y las nubes.
Y tiré la pistola al agua.
Después me tomé un colectivo y esa mañana desayuné tostadas con manteca. Como las que me preparaba mi abuela.
Publicación original:
http://www.lucascarrasco.blogspot.com.ar/2012/04/cabalgando-hasta-una-luna-blanca-con.html
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