En memoria de los veteranos de los años sesenta, setenta y ochenta.
“¿Dónde están? ¿Qué se hicieron? ¿Habrán desquijado los robustosP. Lot.
leones o estarán amancebados con las alfombras del poder?
¿A qué océano fueron a naufragar?”.
Resumen
Este artículo tiene por propósito identificar y explicitar cuáles son las ideas que sub-
yacen tras las imágenes que Max Weber utiliza para configurar su concepción de la
vocación política. Cuando Weber intenta esbozar tal noción, en las últimas líneas de
su conferencia Politik als Beruf, lo hace mediante un lenguaje que es altamente estético
y críptico a la vez. Atendiendo a tal peculiaridad este artículo procura, en la medida
de lo posible, convertir las metáforas en conceptos. Ello, con la finalidad práctica de
ayudar al lector de Politik als Beruf a desentrañar el sentido del mensaje que Weber
quiso trasmitir a sus interlocutores. Si este ensayo alcanza su objetivo, será a costa
de deslucir la plasticidad de las imágenes de las que se sirve el sociólogo alemán para
delinear sus planteamientos.
Contexto y Texto
¿Qué sentido tiene citar un poema de amor en un discurso que tiene por tema prin-
cipal la política? Más aún, ¿cuál es la pertinencia de un soneto que alude al canto del
ruiseñor, a la primavera y la alborada del estío en un contexto en que se habla del
Estado, la violencia y el carácter demoníaco del poder?
El texto es una partícula del contexto. Por eso, para desentrañar el signi cado que
tiene la segunda estrofa del soneto 102 de Shakespeare en la conferencia Politik als
Beruf de Max Weber1, es preciso aludir, aunque sea brevemente, al ambiente en el
que ella fue dictada.
Max Weber pronunció dicha conferencia aproximadamente ochenta días después del
término de la Primera Guerra Mundial. Alemania, como se sabe, perdió la guerra.
Las tropas del Káiser Guillermo II capitularon en las cercanías de París antes de que
los ejércitos aliados ingresaran en suelo alemán. La derrota convirtió los sacri cios
realizados para ganar la guerra en penurias absurdas. Y no sólo la sangría demográ ca
(2,7 millones de jóvenes muertos), sino que también los esfuerzos económicos para
nanciar la contienda, además del padecimiento de frío y hambre causado por la
escasez de combustibles y alimentos y, en n, todas las incomodidades suscitadas por
las restricciones en el uso de aquellos bienes que son indispensables en una incipiente
civilización industrial.
Toda guerra en términos humanos es un desastre, pero lo es mucho más para quienes
son derrotados. Cuando los vencidos se sienten defraudados por la conducción de
la guerra exigen explicaciones a sus líderes y, si los resultados son inexplicablemente
adversos, no sólo buscan responsables sino que además culpables. En Alemania el
sindicado fue el Káiser. Por eso, la derrota contribuyó a poner n a la monarquía y su
derrumbe suscitó un vacío de poder, con su respectiva crisis de gobernabilidad, que
pronto devino en “revolución”. La sociedad alemana estaba dividida y se ensañó consigo
misma. Ello dio pie a acusaciones y recriminaciones recíprocas, las que, junto a otras
variables políticas, atizaron la discordia hasta llevarla al umbral de la guerra civil2.
Alemania comenzó a vivir un momento crepuscular. Para unos era el crepúsculo del
amanecer, para otros, en cambio, el del atardecer. Así, lo que estaba en ciernes podía ser el
luminoso comienzo de una nueva era o, por el contrario, un naufragio nocturno en una
latitud donde no se sabe si hay cerca tierra rme o no. En tales circunstancias todo parece,
paradójicamente, posible e imposible a la vez3. En ellas se tiene la sensación de que todo
está por hacerse y de que es factible de realizarse o, inversamente, que ya no hay nada más
que hacer, excepto conservar y defender a ultranza lo poco que va quedando4 .
Un protagonista crucial de ese tiempo crepuscular fue la juventud. Pero ella distaba de
constituir un actor político unitario. Ella, en efecto, no estaba cohesionada en torno a
una gura política indiscutida ni conformaba un grupo ideológicamente homogéneo.
En ella había sectores anarquistas, nacionalistas, comunistas y paci stas cristianos y
seculares. Ellos constituyen el grueso del público que asiste a la conferencia de Weber.
Pero no obstante su heterogeneidad tienen algo en común: participan activamente en
los acontecimientos políticos que están en marcha y se sienten auténticos políticos de
vocación, en cuanto dicen tener -o creen tener- vocación para la política.
En seguida transcribiré el soneto 102 completo5. La estrofa que cita Weber la pondré
en negrilla y cursiva. La traducción que aquí ocupo es ligeramente diferente de la que
aparece en las diversas ediciones en español de Politik als Beruf. En ellas los traductores
tratan de conservar el número de sílabas de cada verso, al costo de forzar el mensaje
del poeta. En cambio, la traducción que transcribo más abajo es más libre en cuanto
al “metro”, pero se ciñe más al mensaje que quiere transmitir el hablante lírico.
Mi amor es más fuerte, aunque más débil en apariencia; no amo menos, aunqueparezca que amo menos.
Es amor mercantilizado el que es pregonado a toda voz por su poseedor.
Nuestro amor era lozano y primaveral, cuando yo acostumbraba a celebrarlo con mis rimas, pero ahora es como el del canto del ruiseñor al acercarse el estío que termina por apagarse al avanzar los días maduros.
No es que el estío sea ahora menos apacible que cuando sus hermosos himnos hacían callar la noche, pero ya discorde rebalsa de todas las ramas la música, y las cosas dulces, al vulgarizarse, pierden su apreciado deleite.
Así como él yo guardo mi auta porque no quiero seguir ajando vuestra alegría con mi canto.
Amor y Política
El motivo del soneto es el amor. En él se contrapone el ímpetu del amor juvenil a la
serenidad del amor maduro. Weber al apropiarse del soneto retransmite el mensaje
del hablante lírico a los jóvenes, pero en clave política.
Así, el motivo del soneto ya no es el amor erótico, sino que ahora es la política. En
efecto, el destinatario del mensaje ya no es una pareja de jóvenes que disfruta de la
embriaguez del deleite amoroso, sino que ahora es la juventud que se siente fascinada
por la política.
En ambos casos se trata de la embriaguez, fascinación y arrobamiento que suscita el
objeto amado. Y en ambos casos los sujetos que experimentan intensamente las pasio-
nes son personas jóvenes. A partir de tales similitudes se puede establecer un paralelo
entre el ímpetu amoroso y el entusiasmo por la política. Así establecida la ecuación,
queda claro, entonces, que los destinatarios inmediatos del mensaje son los jóvenes
que proclaman tener, o que creen tener, vocación para la política, en cuanto se sienten
fascinados, atraídos o encantados por ella.
La pregunta que implícitamente está haciendo Weber a los jóvenes es si la pasión que
sienten por sus respectivas amadas es de similar índole a la fruición que sienten por
la política. Si la respuesta a esta pregunta es a rmativa surgen otras interrogantes. En
primer lugar, si la continuidad de una actitud está garantizada por el sólo hecho de sentir intensamente una emoción en un momento dado. Y ésta remite a otra: ¿qué
tan estables son los sentimientos?
El llamado de Weber es a no confundir el enamoramiento con el amor. Uno es intenso,
abrasador y fugaz. El otro recatado, apacible y duradero. Quienes están más expuestos
a incurrir en tal indistinción son los jóvenes que experimentan pasiones intensas, pero
evanescentes. El ímpetu de ellas los induce a sobrestimar la magnitud y consistencia
de sus sentimientos y simultáneamente los impulsa a realizar actos temerarios de los
que después son reacios a hacerse responsables.
Así como es necesario distinguir el enamoramiento del amor, análogamente es indis-
pensable distinguir el entusiasmo de la vocación.
¿Qué es la vocación? Como punto de partida hay que señalar que la vocación es algo
más que un estado de ánimo que predispone favorablemente a realizar un determinado
tipo de quehacer. En efecto, es algo más que un entusiasmo pasajero por aquello que
resulta atrayente. La vocación es una motivación persistente en el tiempo, en cuanto
permanece lozana a pesar del paso de los años. Ella, por cierto, no se marchita con
las vicisitudes de la vida, ni es mutilada por los vaivenes anímicos, ni es amagada
fácilmente por la adversidad.
En el primer verso que está en cursiva se habla de un amor idealizado que se perpetúa en
una eterna primavera, que se traduce en un perenne bienestar. En él no se hace alusión
a los días difíciles y menos aún a la manera de afrontarlos cuando ellos sobrevengan.
En efecto, “lo que hay fuera” -en la calle, en la manifestación, en la barricada- es una rea-
lidad diferente de la que esboza el soneto. La política tiene sus cuotas de incertidumbre
y ciertas dosis de coerción y antagonismo. Ellas aumentan su intensidad durante una
revolución. Así, por ejemplo, el antagonismo verbal deviene en con icto existencial,
con lo cual la palabra es reemplazada por la fuerza y el espacio del antagonismo se
traslada de la tribuna a la calle. En efecto, las luchas callejeras entre las facciones en
pugna ponen en riesgo la vida de los antagonistas y si la intensidad del con icto sigue
creciendo puede alcanzar el umbral de la guerra civil. Así, el quehacer político cuando
está impregnado de tensiones y antagonismos se asemeja más a la frialdad de una noche
polar que cobra sus víctimas que a la apacible calidez de una mañana primaveral. La
actividad política no tiene nada de poética en el sentido estético del término.
En conclusión, Weber quiere establecer un contrapunto entre la realidad que describe
el soneto, especialmente en sus dos primeras líneas, y el mundo externo. Incita a los
jóvenes a admitir las circunstancias concretas en las que ellos están insertos: un país
devastado, una revolución en marcha y un futuro incierto. En ella no hay primaveras
ni trinos de aves mañaneras. Por el contrario, más bien parece estar incubándose el
advenimiento de una noche polar.
Desengaños y Política
Weber no pretende sugerir a los jóvenes que dejen de soñar. Su mensaje es otro: que
lo hagan, pero sin perder de vista la realidad factual. Es más, los insta a perseverar en
sus sueños. Con tal propósito les recuerda que la historia demuestra que no se hubie-
se alcanzado lo posible si no se hubiese intentado una y otra vez lo imposible8. Sin
embargo, quien quiera proponer ideales de perfección primero debe mirar al mundo
tal cual es y al hombre en su desnuda realidad, con sus potencialidades y debilidades,
porque solamente atendiendo a ellas se pueden elaborar ideales que sean factibles de
materializar.
Si algunos intentos por cambiar el mundo efectivamente han tenido éxito se debe a que
quienes los llevaron a cabo estaban conscientes de las peculiaridades de la materia con
la que operaban y supieron en qué momento actuar. Si pudieron alcanzar sus metas
fue porque persistieron en su empeño, actuaron de manera prudente y conocían a
cabalidad los recovecos del alma humana. Por cierto, disponían de vocación, talento
y sabiduría. La primera incita a perseverar en las metas que se quieren alcanzar; el
segundo sugiere de manera prudente los cursos de acción a seguir; la tercera brinda
un conocimiento razonable de orden práctico.
La conjunción de tales cualidades permite incrementar las probabilidades de tener
éxito en el enrevesado mundo de la política, entendido éste como el logro de los fines
propuestos. Tales exigencias y complejidades quedan en evidencia cuando Weber les
recuerda a los jóvenes que “la política consiste en horadar lenta y profundamente
unas tablas duras con pasión y distanciamiento al mismo tiempo”9 . En efecto, para
alcanzar las metas, y así el éxito, es necesario saber de qué bra, de qué madera, está
hecho el hombre, pues él es la materia sobre la que se opera. También es necesario no
cejar frente a la adversidad, ni dejarse amilanar por las di cultades y la magnitud de las
tareas a realizar. Asimismo se debe tomar distancia de la pasión puesto que obnubila
la capacidad para razonar, pero teniendo el cuidado de que permanezca siempre viva
porque ella es el motor de la acción. Si ella se extingue muere la vocación y sobreviene
el desgano, la apatía y el inmovilismo.
Sin embargo, se corre el riesgo de que la persistencia se transforme en tozudez. El
empecinamiento que ésta suscita, al no poner reparo en los efectos colaterales que
genera, puede terminar desacreditando las metas que ella misma quiere alcanzar. Para
evitar tal estropicio, la persistencia debe estar asistida por la prudencia. Ésta es quien
determina en qué momento es oportuno actuar y discierne sobre la pertinencia de
los medios que se deben emplear para insistir, una vez más, en el n que se pretende
alcanzar. La elección de los medios es clave, porque si ellos no son los adecuados se
puede poner en riesgo la existencia misma del ideal en cuanto tal. Por cierto, se debe
evitar que los medios desacrediten, difamen e incluso lesionen gravemente el prestigio
del ideal que se desea implementar10 .
¿Cómo van a reaccionar los jóvenes, en el ocaso de la primavera, cuando tengan las
primeras sospechas de que la política es un con icto de intereses que se disfraza como
lucha de principios? Al nal del verano, cuando ya estén cayendo las primeras hojas,
comenzará a escucharse el inquietante palpitar de la verdad fáctica que se oculta tras
el follaje semántico. Ella con su muda presencia interpelará la retórica de los políticos
que dicen actuar inspirados por valores sublimes. Es el momento en que comienza a
insinuarse el rostro duro de la realidad y su aceptación o rechazo constituye la prueba
de fuego para discernir si alguien tiene vocación para la política o no. Es la hora del
despertar atónito, del parpadear incrédulo y del preludio que anuncia el ocaso de las
ensoñaciones. Ese preludio “es como el canto del ruiseñor al acercarse el estío que termina
por apagarse al avanzar los días maduros”. Esta imagen del derrumbe de las ilusiones
y del declive del brío estival, de la armonía bucólica orquestada por el ruiseñor, dará
paso a una realidad grisácea que no tardará en tornarse macilenta y en suscitar una
sensación de desconsuelo aun en el alma de los más optimistas.
¿Qué sucederá cuando despunte el alba, cuando haya quedado atrás la magia de la
noche, y la luz matinal permita ver claramente el contorno y el dintorno de las cosas?
¿Cuál irá a ser nuestra actitud cuando dejemos atrás las ensoñaciones nocturnas y
observemos la realidad a plena luz del día?
¿Cambiaremos nuestro juicio acerca de la realidad?
¿Aceptaremos la realidad con sus testarudas imperfecciones o insistiremos en seguir viéndola como algo potencialmente bello y perfectible?
¿Intentaremos cambiarlao renegaremos de nuestros ideales de la noche anterior?
¿Qué sentimientos irán a experimentar los jóvenes entusiastas en las últimas horas
del día al nal del verano?
¿Sentirán nostalgia por lo que se fue y no volverá? ¿Se quedarán con sus miradas ancladas en el pasado?
Si las respuestas a estas interrogantes son afirmativas es porque fueron incapaces de asumir la realidad en su cotidianidad, tal cual ella es. Al negarse a aceptarla se evaden de ella. ¿A dónde? Hacia el pasado o el futuro. Y tal huida los incita a refugiarse en idealizaciones, creando así mundos de fantasía acordes a sus ensoñaciones. En el fondo, entonces, carecían de la fuerza de voluntad y la dureza de alma necesaria para sobreponerse a los continuos desencantos y frustraciones que suscita la lucha política11.
Por consiguiente, habría que concluir que no tenían vocación para la política.
De Pie en Medio de las Ruinas
La política gradualmente comienza a perder su encanto y, a causa de ello, van des-
apareciendo los políticos que viven para ella y no de ella. Los escasos hombres que
ingresan a la política guiados por nobles motivos pronto ven truncados sus sueños por
el propio funcionamiento del campo de la política. Las entrañas de la política están
hechas de asperezas, fricciones y resquemores y no todos los que a ella ingresan son
capaces de afrontarlas sin costo alguno para sus ilusiones12.
La desilusión es un capítulo muy avanzado de la ilusión. Sólo puede sentirse des-
encantado de la política aquel que una vez se sintió encantado por ella. ¿Quiénes
estarán menos expuestos a experimentar tales decepciones? Los que han nacido con
los ojos abiertos. Ellos han asumido el mundo tal cual es, con todas sus asperezas, por
consiguiente no requieren de ideales acorde a sus ensoñaciones para cobijarse de sus
inclemencias. Ellos pueden prescindir de los visillos románticos y mirar cara a cara la
realidad sin sentir pavor. Por eso son inmunes a los sortilegios que tienen por misión
encantar el mundo y hacerlo más llevadero.
Se suele decir que el paso de los años va amagando la capacidad de soñar y va apagando
la sed de ideales. Pero no todos los hombres son iguales. También es posible encontrar
ancianos soñadores. Quizás sería más justo decir que todos los hombres son ilusos y
realistas al mismo tiempo. Sin embargo, ello no signi ca en modo alguno que todos
sean igualmente ilusos o realistas en un mismo dominio de la realidad ni respecto a
las mismas cosas al interior de ese dominio.
Pero si existe algún dominio de la realidad en el que es indispensable ser un realista,
lo que en última instancia signi ca ser un perspicaz conocedor de la naturaleza hu-
mana, ese dominio es el de la política1 3. La mayoría de las veces se trata de un cono-
cimiento intuitivo o por connaturalidad que tienen algunos individuos respecto de
sus congéneres14. Generalmente se trata de una aprehensión espontánea y profunda
de un determinado segmento de la realidad1 5. Por cierto, tal conocimiento rara vez se
adquiere de manera teórica, sin embargo, tampoco está asociado invariablemente a la
longevidad ni al haber tenido un determinado tipo de vivencias.
La experiencia no implica necesariamente el haber vivido cierta cantidad de años.
Sólo adquieren el estatus de experiencias aquellas vivencias que han sido previamente
re exionadas y asimiladas. Por cierto, el acta de nacimiento no garantiza por sí misma
la posesión de la experiencia necesaria para evitar dejarse encandilar por el éxito ni
para sobrellevar la adversidad con entereza. La experiencia, por el contrario, supone
un cierto tipo de actitud que se caracteriza por “haber aprendido a mirar sin reservas
las realidades de la vida y la capacidad para soportarlas y para estar interiormente a
su altura”16.
Pero no todos los hombres están hechos de la misma madera. Por eso Weber interpela
a sus auditores17 y los invita a que imaginen qué va a ser interiormente de cada uno de
ellos cuando abran los ojos, cuando asuman la realidad factual. Por eso, desde el punto
de vista humano, la pregunta sigue en pie: ¿qué va a suceder con el optimismo de los
jóvenes cuando descubran que tras los “valores” se ocultan los intereses? ¿Irá a ser ese
el instante en que de nitivamente se desvanecerán las ilusiones primaverales o, por el
contrario, irá a ser el momento en que ellas se aquilaten? Si sucede esto último el calor
del verano será su crisol y el frío invernal la fuente en la que serán templadas. Así, los
jóvenes se trasmutarán en viejos. Pero la palabra “viejo” aquí significa ser poseedor
de cierto temple de ánimo y éste no necesariamente supone tener una cifra abultada
de años. Es la capacidad de mirar con desenfado al mundo, pero sin claudicar a él.
Por eso Eduardo Ortiz dice, con toda razón en mi opinión, que el realismo político
es básicamente una actitud frente a la vida y el mundo18 . La vejez supone conocer los
pliegues de la naturaleza humana, los laberintos del alma, las motivaciones, ambiciones
y miedos ocultos que propulsan y direccionan el comportamiento de cada uno de
nosotros. En tal sentido Max Weber a rma -probablemente rescatando el tenor de las
palabras que Dostoievsky pone en boca de El Gran Inquisidor19- que si “el demonio
es viejo; haceros, pues, viejos para entenderlo”20.
El ruiseñor, como ave de la hora del crepúsculo, simboliza el despertar y el declive de
una pasión; representa el paso del enamoramiento al amor; el tránsito del entusiasmo
por la política a la genuina vocación política. Así la auténtica vocación política resulta
ser ajena a los aspavientos, pues ella comienza a a anzarse en la medida en que el rui-
señor va callando. Éste es el sentido que tienen los cuatro primeros versos del soneto:
“Mi amor es más fuerte, aunque más débil en apariencia/; no amo menos, aunque parezca que amo menos/. Es amor mercantilizado el que es pregonado/ a toda voz por su poseedor”.
En efecto, el soneto relata metafóricamente una transición emocional, desde un ánimo
alegre y optimista suscitado por el entusiasmo que generan las ilusiones políticas, hasta
su posterior declive cuando ellas pierden su vigor y comienzan a desfallecer tras ser
sobreexplotadas por la retórica sentimental21. Ellas, nalmente, expiran a causa de la
apatía, el hastío y la decepción. De hecho, el tedio deviene rápidamente en fastidio. Y
es así como las cosas dulces, al vulgarizarse, pierden su apreciado deleite. Pero aquellos
que permanecen inmunes, en lo esencial, a tal proceso de desvanecimiento de los
ideales, de evaporación de las ilusiones, y que son capaces de mantenerse de pie en
medio de las ruinas y que pueden decir “dennoch, no obstante, a pesar de todo, sólo
ésos tienen vocación para la política”22 , concluye Weber.
Verdades que Matan
Al momento de cerrar este artículo es pertinente recordar la primera andanada verbal
con la que Weber espeta a su auditorio: “La conferencia que por deseos de ustedes he
de pronunciar hoy les defraudará por diversas razones”23. La advertencia es clara: la
conferencia decepcionará. Los primeros desencantados serán aquellos que esperaban
oír palabras dulzonas del maestro. Ellas son, por el contrario, de un realismo descar-
nado. ¿Por qué? Porque la intención de Weber es incitar a sus oyentes a asumir con
responsabilidad el juego de la política.
El téngase presente es para aquellos que se autocali can de políticos de convicciones.
Éstos rehúyen el carácter enrevesado y paradojal de la realidad factual. Pero si Weber
acentúa demasiado su realismo corre el riesgo de amagar el idealismo de los jóvenes.
Acaso, ¿no será mejor que guarde silencio para evitar que se marchiten tantos ideales en
or? Si opta por ello, su mutismo será como el del ruiseñor. En efecto, él se abstendrá
-al igual que el ave mañanera- de enrostrarles toda la verdad a los jóvenes por respeto
a sus ilusiones. Por eso, invocando al ruiseñor (o transmutándose en él) también pudo
haber concluido su conferencia con los últimos versos del soneto: “Así como él yo guardo
mi auta,/ porque no quiero seguir ajando vuestra alegría con mi canto”.
El llamado de Weber es a evitar ver la realidad a través de un visillo de idealizaciones
y ensoñaciones. Es una invitación a abandonar el romanticismo político. No hay co-
rrespondencia entre la vida política real, menos aún en una situación revolucionaria
que por de nición es violenta, y el lugar apacible que describe el soneto. En el segundo
verso (en cursiva) se re ere a la celebración de la situación descrita en el verso anterior,
que análogamente corresponde a la exaltación del proceso revolucionario, a la euforia
que produce la pasión política que ha suscitado “este carnaval al que se le embellece
con el orgulloso nombre de revolución”6.
La vida política no tiene nada de poética. Menos aún durante un proceso revolucio-
nario. Las revoluciones no estallan en lugares apacibles ni en sociedades donde reina
el amor. Por eso Weber, con cierto dejo de ironía, advierte a los jóvenes que se sienten
arrebatados por el ímpetu revolucionario que “sería muy bello que las cosas fueran de
tal modo que se pudiera aplicar el soneto 102 de Shakespeare”7. Sin embargo, la vida
real dista del talante anímico que trasunta el soneto. Más aún durante el transcurso de
una revolución, pues en ellas las relaciones humanas se tornan más tensas y abrasivas
e incluso violentas. Mientras ella dure, la violencia permanece al acecho y la irrupción
de ésta puede traer consigo devastación, sufrimiento y muerte.
Revista Enfoques, primer semestre, número 006
Universidad Central de Chile
Santiago, Chile
No hay comentarios:
Publicar un comentario