miércoles, 29 de febrero de 2012

Simón Radowitzky (1891-1956)

"Mil y mil veces maldita tierra aborrecida del crimen, del sufrimiento y del sicario. Bajo el azote helado de tus huracanes gime el hombre; la angustia roe las almas de las víctimas; los abnegados, los Radowitzky, agonizan, mártires de la chusma del máuser, y, sobre el hórrido concierto de sollozos, se oye, siniestra, la carcajada del verdugo."

por Osvaldo Bayer

Así comenzaba un volante del diario anarquista La Protesta, para el 1º de Mayo de 1918, el Día de los Trabajadores. Estoy en Ushuaia, en el edificio del antiguo penal, y hablo sobre Simón Radowitzky ante una concurrencia formada principalmente por gente joven. Nunca hubiera soñado antes que iba a tener esa posibilidad. En los años setenta publiqué un libro que se titulaba Simón Radowitzky, ¿mártir o asesino?, que fue a parar a la hoguera de la dictadura de los Videla y Massera. ¿Quién era ese Simón Radowitzky que había sido una figura legendaria del movimiento obrero en las tres primeras décadas de este siglo y que había pasado veintiún años de su vida en la cárcel, la mayoría de ellos en el penal de Ushuaia, una de las páginas más negras de la historia penal del género humano de la cual tendríamos que avergonzarnos los argentinos? Y que se mantuvo no sólo durante el gobierno de los conservadores liberales sino también durante los tres gobiernos primeros del radicalismo. Los que más cantaron a Simón Radowitzky, llamado el "mártir de Ushuaia", fueron los payadores criollos en los mitines y asambleas obreras.

"Traigo aquí para Simón
este manojo de flores,
del jardín de los dolores
del alma y del corazón:
traigo para aquel varón
valiente y decidido,
este manojo que ha sido
hecho con fibras del alma,
en un momento sin calma
de rebelde convencido."

Así cantaba el payador Manlio por la década del veinte.

Es que Simón había corporizado la violencia de abajo al matar de un preciso bombazo al jefe de policía coronel Ramón L. Falcón después que éste reprimiera brutalmente la manifestación obrera del 1º de Mayo de 1909. Ese día ocurrirá la más grande tragedia obrera hasta ese momento de nuestra historia social. La policía montada al mando del comisario Jolly Medrano, después de que sonara el clarinazo de ataque ordenado por el propio coronel Falcón, se lanza sobre las columnas obreras en la Plaza Lorea. Parece una estampa de la Rusia imperial cuando los cosacos atacaban concentraciones de famélicos proletarios en San Petersburgo o en Moscú. En la historia de las represiones obreras, la del coronel Falcón quedó como una de las más cobardes y alevosas. En un primer momento se cuentan treinta y seis charcos de sangre. Para explicar el drama, el militar traerá el argumento que todavía hoy se emplea en la Argentina: le echa la culpa a los "agitadores". Seguirán días de paro general proclamado por la FORA que tendrá un desarrollo muy violento. Esos días continuará la brutal represión y se seguirán sumando los muertos. Los obreros no se rinden porque:

"Los tiempos ya terminaron
en que hubo feudales bravos
que agarraban a los esclavos
y fiero los azotaron
¡Hoy no! Ya se rebelaron,
Y ese hombre hoy, febril y ardiente
cuando ve que un prepotente
burgués quiere maltratarlo:
cara a cara ha de mirarlo,
cuerpo a cuerpo y frente a frente!"

Así fue. Ese joven judío de apenas 18 años, obrero metalúrgico, esperará al coronel Falcón y pondrá fin a la vida del orgulloso militar que era todo un símbolo para los hombres de uniforme: Falcón había sido el cadete número uno recibido en el Colegio Militar creado por Sarmiento. Simón trata de suicidarse pero es capturado, condenado a muerte y luego, como es menor de edad, a prisión perpetua a cumplir en el penal de Ushuaia, con el agravante de que cada año, en oportunidad de cumplirse cada aniversario de su atentado contra Falcón "deberá ser llevado a reclusión solitaria a pan y agua durante veinte días", como dirá la sentencia.

En la prisión, sólo comparable con la de la Isla del Diablo, Radowitzky se convertirá en el "mártir de la anarquía". Será un místico de la resistencia y del altruismo con los demás presos. Protagonizará una huida legendaria a través de los canales fueguinos hasta que es capturado por un buque de guerra chileno y entregado a los carceleros argentinos. Todos los castigos inimaginables serán entonces para él. Aunque enfermo de tuberculosis, el clima del extremo sur y el aislamiento no lo amedrentan y sigue siendo el defensor de los demás presos para quienes Simón es una personalidad mística y al que admiran casi con respeto religioso.

Sus compañeros de ideas de todo el país no lo abandonaron en ningún momento. Miles de mitines y su nombre siempre en la primera página de sus publicaciones. Hasta que en 1930, Yrigoyen firmará el indulto. Pero el gobierno radical no se aguanta al carismático atentador en territorio argentino y lo expulsa al Uruguay. Allí será detenido y poco después soportará presidio en la isla de Flores. Hasta que en 1936, ya en libertad, marchará a la Guerra Civil española a luchar contra el fascismo de Franco. Morirá en México en 1956 mientras trabajaba de obrero en una fábrica de juguetes, el mejor oficio que puede tener un ser humano.

Me paseo por las celdas del presidio de Ushuaia, cuarenta años después de la muerte del "santo de la anarquía". Los muros del oprobio. Oprobio que años después se iba a trasladar a los dominios de otros carceleros con uniforme militar: los campos de concentración de los Bussi, los Menéndez, los Camps. Pienso en estos verdugos cuando atravieso el portón de salida del ex presidio austral. Y me consuela un pensamiento que me asalta en ese momento. Esos tres jamás tuvieron juglares criollos que les cantaran. De Radowitzky quedan los recuerdos de esas coplas del auténtico pueblo:

"Simón, la fe no desmaya
y el pueblo sí que resiste
te ha de sacar, Radowitzky,
de las mazmorras de Ushuaia."

Fuente: www.elhistoriador.com.ar

sábado, 25 de febrero de 2012

Buenaventura Durruti Dumange

Buenaventura Durruti fue un luchador anarquista español. Nacido el 14 de julio de 1896, en León, España. Hijo de obreros, su padre fue curtidor y estuvo ligado a la lucha del proletariado español. En 1903, fue arrestado durante una huelga a favor de la reducción de la jornada laboral a diez horas. Al salir de la cárcel, se empleó como obrero ferroviario. Sus abuelos corrieron suerte parecida. Todo esto, sumado a la miseria que vivió desde pequeño, determinó su vida como revolucionario. En una carta a su hermana Rosa, Buenaventura escribía: "Desde mi más tierna edad, lo primero que vi a mi alrededor fue el sufrimiento no sólo de nuestra familia sino también de nuestros vecinos. Por intuición, yo ya era un rebelde. Creo que entonces se decidió mi destino".

por: Sebastián Maydana

Desde muy joven, se interesó por la literatura anarquista. A los doce años dejó de asistir a catecismo y se negó a cumplir con cualquier tradición católica, en una época en que la religión estaba muy arraigada en todo el pueblo español. Se afilió a la misma central que su padre, la Unión General de Trabajadores (UGT), pero tras la huelga general de agosto de 1917, fue expulsado de la UGT y se vio obligado a exiliarse en Francia. Volvió a España en enero de 1919 y se afilió a la Central anarquista, la Confederación General del Trabajo (CNT) en Asturias. En marzo de ese año cayó preso por primera vez, en medio de la lucha contra la patronal minera de Asturias. Logró escapar y junto con otros camaradas planeó el asesinato del rey Alfonso XIII, pero el plan fue descubierto y ellos lograron escapar.

En 1920, con 24 años, ya era un activo militante de la CNT y un ávido lector de las ideas anarquistas. Ese año llegó a San Sebastián, donde conoció al compañero Manuel Buenacasa. Así describe a Durruti Buenacasa: “Un día se presentó en el sindicato un muchacho alto, fuerte, de ojos alegres, que nos saludó con la simpatía del que saluda a quien conoce de toda la vida. Nos dijo, sin preámbulos y enseñándonos el carnet de la CNT, que acababa de llegar a la capital y que precisaba trabajar. Como en casos similares, nos ocupamos de él, encontrándole trabajo en un taller de mecánica en Rentería. Desde entonces, y con cierta regularidad, después del trabajo solía venir al sindicato. Se sentaba en un rincón, tomaba los periódicos que se amontonaban en una mesa y leía. Apenas intervenía en las discusiones, y cuando ya era entrada la noche se retiraba a la posada en la que habíamos encontrado alojamiento. Gustaba conversar, pero no disputar. No era terco ni fanático, sino abierto, admitiendo siempre la posibilidad de su error. Y tenía la rara virtud, poco común, de saber escuchar, tomando siempre en consideración el argumento del contrario, aceptándolo en las partes que él creía razonables. Su labor sindical era callada, pero interesante. Sus intervenciones -como fueron después en los mítines- eran cortas, pero incisivas. Era muy sencillo al expresar su pensamiento, y cuando llamaba al pan pan lo hacía con tanta fuerza y convicción que no había manera de desmentirle”.

A partir de ese año, Durruti comenzó a participar en actos de acción directa, dentro de una pequeña organización clandestina que se identificó por medio de varios nombres, como “Crisol”, “Los Justicieros”, “Los Solidarios”, “Nosotros”. No era una banda terrorista, como los calificaba la prensa amarilla. A través de la memoria de sus militantes, hoy se sabe que fueron responsables de la muerte del gobernador de Vizcaya, teniente coronel José Regueral (quien en su primer acto como gobernador manifestó su intención de “meter al sindicalismo en cintura”) y del presidente Eduardo Dato, a principios del 20, habiendo sido estos últimos responsables de torturas, asesinatos y la prisión de cientos de obreros. En esos años la violencia desde arriba era enorme. El compañero anarquista Buenacasa describe así la gravedad de la situación: “El Comité Nacional de la CNT, que llevaba una vida clandestina, no podía hacer frente a aquella situación, y solicitaba a los militantes del resto de España medios y soluciones para contrarrestar la ofensiva burguesa y policíaca que tenía lugar en Barcelona. Pero todo resultaba en vano. Al asesinato en la vía pública seguía una persecución autoritaria sañuda y constante. Lo mejor de lo mejor de nuestros militantes estaban amenazados por el dilema: matar, huir o caer en prisión. Los violentos se defendían y mataban; los estoicos mueren y también los bravos, a quienes se asesina por la espalda; los cobardes y prudentes huyen o se esconden; y los despreocupados más activos dan con sus huesos en la cárcel".

Los dirigentes sindicales socialistas y anarquistas eran perseguidos abiertamente. Bandas de pistoleros a sueldo (pagados por la burguesía) cazaban a tiros a los obreros en la calle. La persecución más violenta se dio en Barcelona. En 1923 el grupo “ajustició” al Cardenal de Zaragoza, Juan Soldevilla y Romero, un fascista organizador de bandas de pistoleros, sicarios, lo que se podría decir un digno representante de la iglesia de la época. También realizaron la expropiación más grande hasta el momento, asaltando el Banco de Gijón. Todos estos hechos violentos protagonizados por Durruti y sus compañeros fueron hechos políticos enmarcados en una guerra de clases no formalizada, pero real de aquellos años. Siempre hubo cuidado de que ningún inocente se perjudicara, como en el caso citado por Abel Paz, su biógrafo, en el cual durante un asalto a un conde, Durruti consuela a su hijita aterrorizada y mientras le seca las lágrimas le dice: "tu padre tiene mucho dinero y nosotros no tenemos nada, así que nos lo repartimos". Este gesto pone de manifiesto el verdadero carácter de los hechos de acción directa. Nunca se llevaron para su bolsillo ni un peso expropiado. En el caso de Durruti, por ejemplo, son múltiples los testimonios de familiares y conocidos, que coinciden en destacar su modestia económica. Destinaban todo el dinero recaudado a los presos y a la lucha política; de sus asaltos salieron fondos para bibliotecas, editoriales y escuelas, como la escuela de León o la de La Coruña. También como postura ética estos militantes estaban obsesionados por la formación.

Muy limitados por la represión, Durruti y su amigo Ascaso, resolvieron ir a recaudar fondos a América. En el año 1924 llegaron a La Habana, donde se emplearon como estibadores portuarios y participaron activamente en la organización del sindicato. Debido a esto, fueron perseguidos por la policía local. Con un compañero cubano fueron a trabajar como macheteros e, indignados ante la tortura de un sindicalista, tomaron venganza. En 1925, llegaron a México donde se les unió Gregorio Jóver, dieron un golpe y destinaron buena parte del dinero para financiar una escuela racionalista para los pobres en ese país y el resto para costear una biblioteca en París. Durruti escribió a los franceses en una carta: "Estos pesos los tomé de la burguesía, no era lógico que me los diesen por simple acuerdo". Luego de una corta estadía en Perú, el grupo que ahora se autodenominaba “Los Errantes” se dirigió a Chile y a la Argentina, donde asaltaron bancos para recaudar plata para la lucha contra la dictadura fascista de Primo de Rivera. El mismo año pasaron por Chile y protagonizaron el primer asalto a un banco en la historia de ese país. En 1926, se refugiaron en Montevideo y Buenos Aires entre compañeros anarquistas. Luego regresaron a España, donde volvieron a la pelea, la cárcel y el exilio. Fueron quince meses de intensa batalla, expropiaciones importantísimas, persecuciones de película y fugas espectaculares; sus hazañas y sus nombres se convirtieron en leyenda.

En un nuevo exilio en Francia, Durruti trabaja como mecánico en Renault y Ascaso, de camarero. Ambos fueron detenidos por un pedido de extradición de España y de Argentina, donde estaban condenados a muerte. Su detención provocó un intenso repudio por parte de la sociedad francesa que logró movilizar a su sector más antifascista.

Mientras estaban en Francia, los dos compañeros conocieron a dos jóvenes del lugar, quienes los acompañarán desde entonces. Buenaventura y quien sería su compañera toda la vida, Emilienne Morin, se enamoraron en el exilio y desde ese momento se acompañaron siempre que pudieron. Pelearon juntos en el frente de batalla durante la guerra civil cuando Emilienne se alistó en la Columna Durruti. Los anarquistas no creen en el matrimonio por considerarlo una institución burguesa, pero sí creen en el amor y en la amistad, que son una y la misma cosa, imposibles de separar. El lazo que une a los compañeros no está avalado por iglesia o por gobierno alguno. Está sostenido solamente por el propio amor que los protagonistas se tienen entre sí y basado en la libertad de las partes. Emilienne fue la que mas lloró la pérdida de su amigo del alma. Su dolor fue inmenso, igual que su amor por él, pero continuó luchando hasta su muerte por el ideal por el que murió Durruti y tantos otros compañeros.

Ilya Ehrenburg, escritor no identificado con las ideas anarquistas, que conoció personalmente a Buenaventura y fue amigo suyo desde 1931, escribió sobre él: "Ningún escritor se hubiera propuesto escribir la historia de su vida; ésta se parecía demasiado a una novela de aventuras... Este obrero metalúrgico había luchado por la revolución desde muy joven. Había participado en luchas de barricada, asaltado bancos, arrojado bombas y secuestrado jueces. Había sido condenado a muerte tres veces: en España, en Chile y en la Argentina. Había pasado por innumerables cárceles y había sido expulsado de ocho países".

La muerte de Durruti es un tema muy controversial aun en la actualidad. Hay tres hipótesis sobre la procedencia de la bala fatal que acabó con su vida. Unos dicen que fueron los comunistas, partidarios de la UGT; otros sostienen que fueron sus propios compañeros, y una tercera postura afirma que fue un accidente. La situación que se vivía en España en los días de la muerte de Durruti era dramática. La guerra estaba por perderse; los fascistas estaban en las afueras de Madrid. Entonces, todos, sin distinciones de partidos o grupos, pidieron a Durruti que se trasladara con parte de sus hombres a Madrid. Ni García Oliver en Madrid, ni Buenaventura Durruti, estaban muy convencidos, pero, si no se salvaba Madrid, se desmoronaba el frente y era el fin. Finalmente, Durruti se trasladó con un grupo sin desmantelar el frente de Aragón.

El avance fascista se detuvo, pero el costo fue muy alto. Durruti murió. Su entierro en Barcelona fue multitudinario. Kaminski lo describe así: "El cadáver llegó a Barcelona tarde por la noche (...) En la casa de los anarquistas, que antes de la revolución había sido la sede de la Cámara de Industria y Comercio, los preparativos ya habían comenzado el día anterior. (...)

La ornamentación era simple, sin pompa ni detalles artísticos. De las paredes colgaban paños rojos y negros, un baldaquín del mismo color, algunos candelabros, flores y coronas: eso era todo. Durruti era un amigo. Tenía muchos amigos. Se había convertido en el ídolo de todo un pueblo. Era muy querido, y de corazón. Todos los allí presentes en esa hora lamentaban su pérdida y le ofrendaban su afecto. Y sin embargo, aparte de su compañera, una francesa, sólo vi llorar a una persona: una vieja criada que había trabajado en esa casa cuando todavía iban y venían por allí los industriales, y que probablemente nunca lo había conocido personalmente.

Los demás sentían su muerte como una pérdida atroz e irreparable, pero expresaban sus sentimientos con sencillez. Callarse, quitarse la gorra y apagar los cigarrillos, era para ellos tan extraordinario como santiguarse o echar agua bendita. Miles de personas desfilaron ante el ataúd de Durruti durante la noche. Esperaron bajo la lluvia, en largas filas. Su amigo y su líder había muerto. (...)

El entierro se llevó a cabo al día siguiente por la mañana. Desde el principio fue evidente que la bala que había matado a Durruti había alcanzado también el corazón de Barcelona.

Se calcula que uno de cada cuatro habitantes de la ciudad había acompañado su féretro, sin contar las masas que flanqueaban las calles, miraban por las ventanas y ocupaban los tejados e incluso los árboles de las Ramblas.

Todos los partidos y organizaciones sindicales sin distinción habían convocado a sus miembros. Al lado de las banderas de los anarquistas flameaban sobre la multitud los colores de todos los grupos antifascistas de España.

Era un espectáculo grandioso, imponente y extravagante; nadie había guiado, organizado ni ordenado a esas masas. Nada salía de acuerdo a lo planeado. Reinaba un caos inaudito. El comienzo del funeral había sido fijado para las diez. Ya una hora antes era imposible acercarse a la casa del Comité Regional Anarquista. (...)

Los obreros de todas las fábricas de Barcelona se habían congregado, se entreveraban y se impedían mutuamente el paso. (...)

A las diez y media, el ataúd de Durruti, cubierto con una bandera rojinegra, salió de la casa de los anarquistas llevado en hombros por los milicianos de su columna. Las masas dieron el último saludo con el puño en alto. Entonaron el himno anarquista "Hijos del pueblo". Se despertó una gran emoción. (...)

Las motocicletas rugían, los coches tocaban la bocina, los oficiales de las milicias hacían señales con sus silbatos, y los portadores del féretro no podían avanzar. (...) Los puños seguían en alto. Por último cesó la música, descendieron los puños y se volvió a escuchar el estruendo de la muchedumbre en cuyo seno, sobre los hombros de sus compañeros, reposaba Durruti. Pasó por lo menos media hora antes que se despejara la calle para que la comitiva pudiera iniciar su marcha. Transcurrieron varias horas hasta que llegó a la plaza Cataluña, situada sólo a unos centenares de metros de allí. Los jinetes del escuadrón se abrieron paso, cada uno por su lado. (...)

Los coches cargados de coronas dieron un rodeo por las calles laterales para incorporarse por cualquier parte al cortejo fúnebre. Todos gritaban a más no poder. No, no eran las exequias de un rey, era un sepelio organizado por el pueblo. Nadie daba órdenes, todo ocurría espontáneamente. Reinaba lo imprevisible. Era simplemente un funeral anarquista, y allí residía su majestad. Tenía aspectos extravagantes, pero nunca perdía su grandeza extraña y lúgubre.

Los discursos fúnebres se pronunciaron al pie de la columna de Colón, no muy lejos del sitio donde una vez había luchado y caído a su lado el mejor amigo de Durruti. García Oliver, el único sobreviviente de los tres compañeros, habló como amigo, como anarquista y como ministro de Justicia de la República española. (...)

Se había dispuesto que la comitiva fúnebre se disolviera después de los discursos. Sólo algunos amigos de Durruti debían acompañar el coche fúnebre al cementerio. Pero este programa no pudo cumplirse. Las masas no se movieron de su sitio; ya habían ocupado el cementerio, y el camino hacia la tumba estaba bloqueado.

Era difícil avanzar, pues, para colmo, miles de coronas habían vuelto intransitables las alamedas del cementerio. Caía la noche. Comenzó a llover otra vez. Pronto la lluvia se hizo torrencial y el cementerio se convirtió en un pantano donde se ahogaban las coronas. A último momento se decidió postergar el sepelio. Los portadores del féretro regresaron de la tumba y condujeron su carga a la capilla ardiente. Durruti fue enterrado al día siguiente".


Fuente: www.elhistoriador.com.ar



El anarquista de las rosas rojas

Severino Di Giovanni (1901-1931) fue fusilado el 1º de febrero de 1931 por la dictadura de Uriburu. Tenía 29 años.

Considerado el "hombre más maligno que pisó tierra argentina", se ocultó lo esencial de su personalidad: ser un representante de la violencia de abajo. De esos que la sociedad no tolera ni perdona. Creía en el derecho a matar al opresor aunque cayeran inocentes, y tenía un fundamento ideológico para sus actos. Llevó a cabo atentados con bombas y grandes asaltos en su raid revolucionario. Su foto ocupó la primera plana de los diarios y un comisario lo llamó un "Robin Hood moderno".

Pero también era un hombre de ideas, un estudioso autodidacta, un escritor y periodista excepcional, un compañero solidario y un militante apasionado. Creía en el amor a rajatabla, en una sociedad más justa, en el respeto al individuo como tal. Y vivió un amor prohibido para la época.



El exilio americano

Nació en Chieti, Italia, el 17 de marzo de 1901. Estudió para maestro y, aunque no se recibió, ejerció hasta que el fascismo lo obligó al exilio. Mientras aprendía el oficio de tipógrafo y leía a Proudhon, Bakunin, Reclus, Kropotkin, Malatesta, Nietzsche y Stirner. En Italia, Mussolini imponía con sangre su autoridad. Miles de opositores eran muertos, encarcelados y expulsados. Muchos anarquistas recalaron en Argentina, entre ellos, Di Giovanni. Llegó a Buenos Aires en 1923 con su esposa Teresina y su hija Laura. Dos años más tarde nacieron sus otros hijos, Aurora e Ilvo.

Al principio, cultivaba y vendía flores. Más tarde consiguió trabajo como tipógrafo y se conectó con grupos antifascistas. Aprendió rápido el castellano y las crónicas de la época lo describían como un hombre de "rasgos bien conformados, rubio, tez ligeramente rosada, ojos color azul mar, de una luz intensa, casi febril...".

En 1925, lo más selecto de la colectividad italiana en la Argentina, los "camisas negras" y las autoridades nacionales participaban de un evento en el Teatro Colón. Los anarquistas, al grito de asesinos, repudiaron a los representantes de Mussolini. Di Giovanni fue detenido por primera vez y el prontuario policial lo calificó de "terrible agitador anarquista".


Fuerza movilizadora

El poder de los anarquistas movilizaba a miles de obreros, editaban periódicos que se vendían como pan caliente, tenían foros de debate y luchaban por los derechos laborales. Existían diversas corrientes. Por un lado, los que hacían el diario La Protesta, a cargo de López Arango y Abad de Santillán y la Fora (Federación Obrera Regional Argentina), que eran considerados el anarquismo oficial. Proponían la educación y la propaganda como medio de lucha. Por el otro, se encontraban los del periódico La Antorcha y los gremios autónomos de izquierda que, en cierta medida, avalaban el uso de la violencia política.

Además existían los "expropiadores". Se dedicaban al robo y falsificación de dinero, porque consideraban que recuperaban parte del botín que la burguesía –elegantemente– le robaba a los obreros.

Y surgió Di Giovanni con su periódico Culmine, que propiciaba el anarquismo individual y la lucha "cara a cara" con el enemigo fascista. A través de Culmine, polemizó con los otros sectores, publicó sus poemas, se ocupó del tema de la emancipación femenina y de los compañeros caídos en la lucha o que estaban en prisión. Severino financiaba la revista con su trabajo, organizaba tertulias culturales y recibía el aporte de compañeros. Su lema era: "De la propaganda a los hechos". Creía en las posibilidades del individuo para cambiar con su acción a la sociedad. Y lo puso en práctica. El mundo estaba conmocionado con la condena a muerte de Sacco y Vanzetti en Estados Unidos. Severino se sumó a la campaña por la liberación de los anarquistas.

El 16 de mayo de 1926, una bomba estalló frente a la embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires. Fue el primer atentado de varios que realizó contra objetivos norteamericanos. El gobierno radical de Alvear inició una feroz represión y detuvo a cientos de anarquistas italianos. Los datos los proporcionaba la embajada de Mussolini a la policía argentina, ya que tenían una fluida relación.

En ese tiempo conoció a Paulino y Alejandro Scarfó, a través de quienes entraría a la vida de Severino una adolescente que lo haría estremecer de amor con su ojos negros: América Scarfó.

En el marco de la lucha por Sacco y Vanzetti, el anarquismo protagonizó su última gran movilización de 100 mil personas, en agosto de 1927. Ese año Severino comenzó vestirse de negro. Usaba un sombrero de ala ancha y un pañuelo al cuello. No fumaba, no bebía, trabajaba incansablemente y comía cuando se acordaba. En la Navidad de ese año hubo por primera vez víctimas inocentes en un atentado perpetrado por él. La violencia lo encerró en una trampa de la que no podría escapar.

Las bombas anarquistas eran artefactos hechos de hierro, dinamita y gelignita. Se preparaban dentro de grandes valijas y se colocaban acostadas para su detonación. Carecían de precisión y eran muy poderosas.

El 23 de mayo de 1928 una explosión destruyó el nuevo edificio del consulado italiano en Buenos Aires. Los objetivos eran el embajador y el cónsul Capanni, pero cayeron más inocentes. Este hecho dividió al anarquismo vernáculo para siempre. Los sectores revolucionarios y extranjeros apoyaron a Severino. Pero los anarquistas de La Protesta lo acusaron de espía fascista y agente policial. Polemizó con Abad de Santillán y López Arango durante meses, y los ataques fueron cada vez más feroces y personalizados. En octubre de 1929, Severino les exigió una retractación. En una discusión con López Arango, lo mató.

Cuando pensaba marcharse a París con su amada y su familia, la detención de Alejandro Scarfó, en diciembre del ‘28, lo hizo posponer sus planes. Para conseguir dinero se conectó con el grupo de expropiadores de Miguel Ángel Roscigna, y cometieron varios asaltos. En ese tiempo escribió: "Vivir en monotonía las horas mohosas de lo adocenado, de los resignados, de los acomodados, de las conveniencias, no es vivir la vida, es solamente vegetar y transportar en forma ambulante una masa de carne y de huesos. A la vida es necesario brindarle la elevación exquisita del brazo y de la mente".

Terminó la década del ‘20 siendo el hombre más buscado en el país. Con una vida y un amor clandestino, ejecutaba a los traidores, ponía bombas, escribía análisis políticos para revistas locales y medios extranjeros, leía, se preocupaba por su familia y se escabullía de la policía.

Severino inició 1930 con un plan de trabajo diseñado que denota un cambio en su actitud. En su nueva revista, Anarchia, todos los sectores anarquistas exponían sus ideas. Buscaba un acercamiento.

Hasta el golpe de estado sólo utilizó la violencia en la expropiación y liberación de presos. A partir del 6 de setiembre de 1930, reinició los atentados con bombas. Por fin tenía al enemigo fascista "cara a cara", pero la sociedad aplaudió a los uniformados.

En enero de 1931 estallaron tres artefactos dinamiteros. La dictadura se sintió desafiada y afiló sus garras. En esos días, detuvieron a Mario Cortucci, hombre de Severino, quien sucumbió al nuevo invento de Leopoldo Lugones (h), la "picana". Resistió 10 días la tortura y dio la dirección de Burzaco creyendo que sus compañeros se habían mudado.

Un juicio teatral

El jueves 29 de enero de 1931 Severino fue detenido al salir de una imprenta. Intentó escapar y lo persiguieron por las calles y techos de Buenos Aires. La policía disparó más de 100 veces. Severino, cinco.

En el tiroteo cayó muerta una niña y hubo heridos. Atrapado en un garaje, se disparó en el pecho. La herida era leve y lo atraparon con vida.

La sociedad se regocijó. Por fin había caído ese insolente revolucionario. La noticia salió en las primeras planas de todo el país. Uriburu ordenó un juicio rápido y al paredón. El teniente primero Franco fue su defensor.

Cuando reo y abogado se encontraron, Severino le aclaró que no iba a mentir. "Jugué y perdí. Como buen perdedor, pago con la vida", le dijo. Impresionado, Franco dio pelea. En su alegato, planteó la incompetencia del tribunal militar para juzgar al detenido, apeló al principio humano contra la pena de muerte, estableció que Di Giovanni recurrió a la defensa propia, y que la bala que mató a la niña no era del reo. El tribunal enrojeció de furia con la defensa y Franco fue castigado. Tiempo después murió envenenado en una cena de camaradería.

Severino y Paulino Scarfó fueron salvajemente torturados antes de ser fusilados. Con tenazas de maderas les aplastaron la lengua, les retorcieron los testículos y los quemaron con cigarrillos, entre otros vejámenes.

Una muchedumbre se agolpó en las puertas de la prisión para escuchar las descargas. Otros tantos reclamaban su derecho a presenciar la ejecución. Algunos periodistas y encumbrados ciudadanos lo lograron. Como si fuera una función teatral, todos querían ver morir a Di Giovanni. Ocho descargas le perforaron el pecho. Cayó al suelo y le dieron el tiro de gracia.

Un aullido desgarró la madrugada. Eran lo presos despidiendo al compañero. En estricto secreto el cuerpo fue trasladado al cementerio de la Chacarita. Sin embargo, al día siguiente la tumba de Severino amaneció cubierta de flores rojas.

Fuente: www.laberintosrotos.blogspot.com


He visto Morir...

Por Roberto Arlt

Las 5 menos 3 minutos. Rostros afanasos tras de las rejas. Cinco menos 2. Rechina el cerrojo y la puerta de hierro se abre. Hombres que se precipitan como si corrieran a tomar el tranvía. Sombras que dan grandes saltos por los corredores iluminados. Ruidos de culatas. Más sombras que galopan.
Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir.

La letanía.

Espacio de cielo azul. Adoquinado rústico. Prado verde. Una como silla de comedor en medio del prado. Tropa. Máuseres. Lámparas cuya luz castiga la obscuridad. Un rectángulo. Parece un ring. El ring de la muerte. Un oficial.

"..de acuerdo a las disposiciones... por violación del bando... ley número..."

El oficial bajo la pantalla enlozada. Frente a él, una cabeza. Un rostro que parece embadurnado en aceite rojo. Unos ojos terribles y fijos, barnizados de fiebre. Negro círculo de cabezas.

Es Severino Di Giovanni. Mandíbula prominente. Frente huída hacia las sienes como la de las panteras. Labios finos y extraordinariamente rojos. Frente roja. Mejillas rojas. Ojos renegridos por el efecto de luz. Grueso cuello desnudo. Pecho ribeteado por las solapas azules de la blusa. Los labios parecen llagas pulimentadas. Se entreabren lentamente y la lengua, más roja que un pimiento, lame los labios, los humedece. Ese cuerpo arde en temperatura. Paladea la muerte.

"..artículo número...ley de estado de sitio... superior tribunal... visto... pásese al superior tribunal... de guerra, tropa y suboficiales..."

Di Giovanni mira el rostro del oficial. Proyecta sobre ese rostro la fuerza tremenda de su mirada y de la voluntad que lo mantiene sereno.

"..estamos probando... apercíbase al teniente... Rizzo Patrón, vocales... tenientes coroneles... bando... dése copia... fija número..."

Di Giovanni se humedece los labios con la lengua. Escucha con atención, parece que analizara las cláusulas de un contrato cuyas estipulaciones son importantísimas. Mueve la cabeza con asentimiento, frente a la propiedad de los términos con que está redactada la sentencia.

"..Dése vista al ministro de Guerra... sea fusilado... firmado, secretario..."

Habla el Reo.

-Quisiera pedirle perdón al teniente defensor...
Una voz: -No puede hablar. Llévenlo.
El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quien sabe!.

El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate.
Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar.

Ha formado el blanco pelotón de fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita:

-Venda no.

Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso.

Surge una dificultad. El temor al rebote de las balas hace que se ordena a la tropa, perpendicular al pelotón fusilero, retirarse unos pasos.

Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?

-Pelotón, firme. Apunten.

La voz del reo estalla metálica, vibrante:

-¡Viva la anarquía!
-¡Fuego!

Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. 

Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas.

Fogonazo del tiro de gracia.

Muerto.

Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. 

Un señor, que ha venido de frac y zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.

Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez de Última hora, Enrique Gonzáles Tuñón, de Crítica y Gómez, de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:

-Está prohibido reírse.
-Está prohibido concurrir con zapatos de baile.

[de Aguafuertes Porteñas]

viernes, 24 de febrero de 2012

Invocación de Max Weber al Soneto 102 de Shakespeare

por Luis R. Oro Tapia

En memoria de los veteranos de los años sesenta, setenta y ochenta.

“¿Dónde están? ¿Qué se hicieron? ¿Habrán desquijado los robustos
leones o estarán amancebados con las alfombras del poder?
¿A qué océano fueron a naufragar?”.
 P. Lot.





Resumen

Este artículo tiene por propósito identificar y explicitar cuáles son las ideas que sub-
yacen tras las imágenes que Max Weber utiliza para configurar su concepción de la
vocación política. Cuando Weber intenta esbozar tal noción, en las últimas líneas de
su conferencia Politik als Beruf, lo hace mediante un lenguaje que es altamente estético
y críptico a la vez. Atendiendo a tal peculiaridad este artículo procura, en la medida
de lo posible, convertir las metáforas en conceptos. Ello, con la finalidad práctica de
ayudar al lector de Politik als Beruf a desentrañar el sentido del mensaje que Weber
quiso trasmitir a sus interlocutores. Si este ensayo alcanza su objetivo, será a costa
de deslucir la plasticidad de las imágenes de las que se sirve el sociólogo alemán para
delinear sus planteamientos.

Contexto y Texto 

¿Qué sentido tiene citar un poema de amor en un discurso que tiene por tema prin-
cipal la política? Más aún, ¿cuál es la pertinencia de un soneto que alude al canto del
ruiseñor, a la primavera y la alborada del estío en un contexto en que se habla del
Estado, la violencia y el carácter demoníaco del poder?

El texto es una partícula del contexto. Por eso, para desentrañar el signi cado que
tiene la segunda estrofa del soneto 102 de Shakespeare en la conferencia Politik als
Beruf de Max Weber1, es preciso aludir, aunque sea brevemente, al ambiente en el
que ella fue dictada.

Max Weber pronunció dicha conferencia aproximadamente ochenta días después del
término de la Primera Guerra Mundial. Alemania, como se sabe, perdió la guerra.
Las tropas del Káiser Guillermo II capitularon en las cercanías de París antes de que
los ejércitos aliados ingresaran en suelo alemán. La derrota convirtió los sacri cios
realizados para ganar la guerra en penurias absurdas. Y no sólo la sangría demográ ca
(2,7 millones de jóvenes muertos), sino que también los esfuerzos económicos para
nanciar la contienda, además del padecimiento de frío y hambre causado por la
escasez de combustibles y alimentos y, en n, todas las incomodidades suscitadas por
las restricciones en el uso de aquellos bienes que son indispensables en una incipiente
civilización industrial.

Toda guerra en términos humanos es un desastre, pero lo es mucho más para quienes
son derrotados. Cuando los vencidos se sienten defraudados por la conducción de
la guerra exigen explicaciones a sus líderes y, si los resultados son inexplicablemente
adversos, no sólo buscan responsables sino que además culpables. En Alemania el
sindicado fue el Káiser. Por eso, la derrota contribuyó a poner n a la monarquía y su
derrumbe suscitó un vacío de poder, con su respectiva crisis de gobernabilidad, que
pronto devino en “revolución”. La sociedad alemana estaba dividida y se ensañó consigo
misma. Ello dio pie a acusaciones y recriminaciones recíprocas, las que, junto a otras
variables políticas, atizaron la discordia hasta llevarla al umbral de la guerra civil2.

Alemania comenzó a vivir un momento crepuscular. Para unos era el crepúsculo del
amanecer, para otros, en cambio, el del atardecer. Así, lo que estaba en ciernes podía ser el
luminoso comienzo de una nueva era o, por el contrario, un naufragio nocturno en una
latitud donde no se sabe si hay cerca tierra rme o no. En tales circunstancias todo parece,
paradójicamente, posible e imposible a la vez3. En ellas se tiene la sensación de que todo
está por hacerse y de que es factible de realizarse o, inversamente, que ya no hay nada más
que hacer, excepto conservar y defender a ultranza lo poco que va quedando4 .

Un protagonista crucial de ese tiempo crepuscular fue la juventud. Pero ella distaba de
constituir un actor político unitario. Ella, en efecto, no estaba cohesionada en torno a
una gura política indiscutida ni conformaba un grupo ideológicamente homogéneo.

En ella había sectores anarquistas, nacionalistas, comunistas y paci stas cristianos y
seculares. Ellos constituyen el grueso del público que asiste a la conferencia de Weber.
Pero no obstante su heterogeneidad tienen algo en común: participan activamente en
los acontecimientos políticos que están en marcha y se sienten auténticos políticos de
vocación, en cuanto dicen tener -o creen tener- vocación para la política.

En seguida transcribiré el soneto 102 completo5. La estrofa que cita Weber la pondré
en negrilla y cursiva. La traducción que aquí ocupo es ligeramente diferente de la que
aparece en las diversas ediciones en español de Politik als Beruf. En ellas los traductores
tratan de conservar el número de sílabas de cada verso, al costo de forzar el mensaje
del poeta. En cambio, la traducción que transcribo más abajo es más libre en cuanto
al “metro”, pero se ciñe más al mensaje que quiere transmitir el hablante lírico.

Mi amor es más fuerte, aunque más débil en apariencia; no amo menos, aunque
parezca que amo menos. 

Es amor mercantilizado el que es pregonado a toda voz por su poseedor. 

Nuestro amor era lozano y primaveral, cuando yo acostumbraba a celebrarlo con mis rimas, pero ahora es como el del canto del ruiseñor al acercarse el estío que termina por apagarse al avanzar los días maduros. 

No es que el estío sea ahora menos apacible que cuando sus hermosos himnos hacían callar la noche, pero ya discorde rebalsa de todas las ramas la música, y las cosas dulces, al vulgarizarse, pierden su apreciado deleite. 

Así como él yo guardo mi auta porque no quiero seguir ajando vuestra alegría con mi canto. 

Amor y Política 

El motivo del soneto es el amor. En él se contrapone el ímpetu del amor juvenil a la
serenidad del amor maduro. Weber al apropiarse del soneto retransmite el mensaje
del hablante lírico a los jóvenes, pero en clave política.

Así, el motivo del soneto ya no es el amor erótico, sino que ahora es la política. En
efecto, el destinatario del mensaje ya no es una pareja de jóvenes que disfruta de la
embriaguez del deleite amoroso, sino que ahora es la juventud que se siente fascinada
por la política.

En ambos casos se trata de la embriaguez, fascinación y arrobamiento que suscita el
objeto amado. Y en ambos casos los sujetos que experimentan intensamente las pasio-
nes son personas jóvenes. A partir de tales similitudes se puede establecer un paralelo
entre el ímpetu amoroso y el entusiasmo por la política. Así establecida la ecuación,
queda claro, entonces, que los destinatarios inmediatos del mensaje son los jóvenes
que proclaman tener, o que creen tener, vocación para la política, en cuanto se sienten
fascinados, atraídos o encantados por ella.

La pregunta que implícitamente está haciendo Weber a los jóvenes es si la pasión que
sienten por sus respectivas amadas es de similar índole a la fruición que sienten por
la política. Si la respuesta a esta pregunta es a rmativa surgen otras interrogantes. En
primer lugar, si la continuidad de una actitud está garantizada por el sólo hecho de sentir intensamente una emoción en un momento dado. Y ésta remite a otra: ¿qué
tan estables son los sentimientos?

El llamado de Weber es a no confundir el enamoramiento con el amor. Uno es intenso,
abrasador y fugaz. El otro recatado, apacible y duradero. Quienes están más expuestos
a incurrir en tal indistinción son los jóvenes que experimentan pasiones intensas, pero
evanescentes. El ímpetu de ellas los induce a sobrestimar la magnitud y consistencia
de sus sentimientos y simultáneamente los impulsa a realizar actos temerarios de los
que después son reacios a hacerse responsables.

Así como es necesario distinguir el enamoramiento del amor, análogamente es indis-
pensable distinguir el entusiasmo de la vocación.

¿Qué es la vocación? Como punto de partida hay que señalar que la vocación es algo
más que un estado de ánimo que predispone favorablemente a realizar un determinado
tipo de quehacer. En efecto, es algo más que un entusiasmo pasajero por aquello que
resulta atrayente. La vocación es una motivación persistente en el tiempo, en cuanto
permanece lozana a pesar del paso de los años. Ella, por cierto, no se marchita con
las vicisitudes de la vida, ni es mutilada por los vaivenes anímicos, ni es amagada
fácilmente por la adversidad.

En el primer verso que está en cursiva se habla de un amor idealizado que se perpetúa en
una eterna primavera, que se traduce en un perenne bienestar. En él no se hace alusión
a los días difíciles y menos aún a la manera de afrontarlos cuando ellos sobrevengan.

En efecto, “lo que hay fuera” -en la calle, en la manifestación, en la barricada- es una rea-
lidad diferente de la que esboza el soneto. La política tiene sus cuotas de incertidumbre
y ciertas dosis de coerción y antagonismo. Ellas aumentan su intensidad durante una
revolución. Así, por ejemplo, el antagonismo verbal deviene en con icto existencial,
con lo cual la palabra es reemplazada por la fuerza y el espacio del antagonismo se
traslada de la tribuna a la calle. En efecto, las luchas callejeras entre las facciones en
pugna ponen en riesgo la vida de los antagonistas y si la intensidad del con icto sigue
creciendo puede alcanzar el umbral de la guerra civil. Así, el quehacer político cuando
está impregnado de tensiones y antagonismos se asemeja más a la frialdad de una noche
polar que cobra sus víctimas que a la apacible calidez de una mañana primaveral. La
actividad política no tiene nada de poética en el sentido estético del término.

En conclusión, Weber quiere establecer un contrapunto entre la realidad que describe
el soneto, especialmente en sus dos primeras líneas, y el mundo externo. Incita a los
jóvenes a admitir las circunstancias concretas en las que ellos están insertos: un país
devastado, una revolución en marcha y un futuro incierto. En ella no hay primaveras
ni trinos de aves mañaneras. Por el contrario, más bien parece estar incubándose el
advenimiento de una noche polar.

Desengaños y Política 

Weber no pretende sugerir a los jóvenes que dejen de soñar. Su mensaje es otro: que
lo hagan, pero sin perder de vista la realidad factual. Es más, los insta a perseverar en
sus sueños. Con tal propósito les recuerda que la historia demuestra que no se hubie-
se alcanzado lo posible si no se hubiese intentado una y otra vez lo imposible8. Sin
embargo, quien quiera proponer ideales de perfección primero debe mirar al mundo
tal cual es y al hombre en su desnuda realidad, con sus potencialidades y debilidades,
porque solamente atendiendo a ellas se pueden elaborar ideales que sean factibles de
materializar.

Si algunos intentos por cambiar el mundo efectivamente han tenido éxito se debe a que
quienes los llevaron a cabo estaban conscientes de las peculiaridades de la materia con
la que operaban y supieron en qué momento actuar. Si pudieron alcanzar sus metas
fue porque persistieron en su empeño, actuaron de manera prudente y conocían a
cabalidad los recovecos del alma humana. Por cierto, disponían de vocación, talento
y sabiduría. La primera incita a perseverar en las metas que se quieren alcanzar; el
segundo sugiere de manera prudente los cursos de acción a seguir; la tercera brinda
un conocimiento razonable de orden práctico.

La conjunción de tales cualidades permite incrementar las probabilidades de tener
éxito en el enrevesado mundo de la política, entendido éste como el logro de los fines
propuestos. Tales exigencias y complejidades quedan en evidencia cuando Weber les
recuerda a los jóvenes que “la política consiste en horadar lenta y profundamente
unas tablas duras con pasión y distanciamiento al mismo tiempo”9 . En efecto, para
alcanzar las metas, y así el éxito, es necesario saber de qué bra, de qué madera, está
hecho el hombre, pues él es la materia sobre la que se opera. También es necesario no
cejar frente a la adversidad, ni dejarse amilanar por las di cultades y la magnitud de las
tareas a realizar. Asimismo se debe tomar distancia de la pasión puesto que obnubila
la capacidad para razonar, pero teniendo el cuidado de que permanezca siempre viva
porque ella es el motor de la acción. Si ella se extingue muere la vocación y sobreviene
el desgano, la apatía y el inmovilismo.

Sin embargo, se corre el riesgo de que la persistencia se transforme en tozudez. El
empecinamiento que ésta suscita, al no poner reparo en los efectos colaterales que
genera, puede terminar desacreditando las metas que ella misma quiere alcanzar. Para
evitar tal estropicio, la persistencia debe estar asistida por la prudencia. Ésta es quien
determina en qué momento es oportuno actuar y discierne sobre la pertinencia de
los medios que se deben emplear para insistir, una vez más, en el n que se pretende
alcanzar. La elección de los medios es clave, porque si ellos no son los adecuados se
puede poner en riesgo la existencia misma del ideal en cuanto tal. Por cierto, se debe
evitar que los medios desacrediten, difamen e incluso lesionen gravemente el prestigio
del ideal que se desea implementar10 .

¿Cómo van a reaccionar los jóvenes, en el ocaso de la primavera, cuando tengan las
primeras sospechas de que la política es un con icto de intereses que se disfraza como
lucha de principios? Al nal del verano, cuando ya estén cayendo las primeras hojas,
comenzará a escucharse el inquietante palpitar de la verdad fáctica que se oculta tras
el follaje semántico. Ella con su muda presencia interpelará la retórica de los políticos
que dicen actuar inspirados por valores sublimes. Es el momento en que comienza a
insinuarse el rostro duro de la realidad y su aceptación o rechazo constituye la prueba
de fuego para discernir si alguien tiene vocación para la política o no. Es la hora del
despertar atónito, del parpadear incrédulo y del preludio que anuncia el ocaso de las
ensoñaciones. Ese preludio “es como el canto del ruiseñor al acercarse el estío que termina
por apagarse al avanzar los días maduros”. Esta imagen del derrumbe de las ilusiones
y del declive del brío estival, de la armonía bucólica orquestada por el ruiseñor, dará
paso a una realidad grisácea que no tardará en tornarse macilenta y en suscitar una
sensación de desconsuelo aun en el alma de los más optimistas.

¿Qué sucederá cuando despunte el alba, cuando haya quedado atrás la magia de la
noche, y la luz matinal permita ver claramente el contorno y el dintorno de las cosas?

¿Cuál irá a ser nuestra actitud cuando dejemos atrás las ensoñaciones nocturnas y
observemos la realidad a plena luz del día?

¿Cambiaremos nuestro juicio acerca de la realidad?

¿Aceptaremos la realidad con sus testarudas imperfecciones o insistiremos en seguir viéndola como algo potencialmente bello y perfectible?

¿Intentaremos cambiarlao renegaremos de nuestros ideales de la noche anterior?

¿Qué sentimientos irán a experimentar los jóvenes entusiastas en las últimas horas
del día al nal del verano?

¿Sentirán nostalgia por lo que se fue y no volverá? ¿Se quedarán con sus miradas ancladas en el pasado?

Si las respuestas a estas interrogantes son afirmativas es porque fueron incapaces de asumir la realidad en su cotidianidad, tal cual ella es. Al negarse a aceptarla se evaden de ella. ¿A dónde? Hacia el pasado o el futuro. Y tal huida los incita a refugiarse en idealizaciones, creando así mundos de fantasía acordes a sus ensoñaciones. En el fondo, entonces, carecían de la fuerza de voluntad y la dureza de alma necesaria para sobreponerse a los continuos desencantos y frustraciones que suscita la lucha política11.

Por consiguiente, habría que concluir que no tenían vocación para la política.

De Pie en Medio de las Ruinas 

La política gradualmente comienza a perder su encanto y, a causa de ello, van des-
apareciendo los políticos que viven para ella y no de ella. Los escasos hombres que
ingresan a la política guiados por nobles motivos pronto ven truncados sus sueños por
el propio funcionamiento del campo de la política. Las entrañas de la política están
hechas de asperezas, fricciones y resquemores y no todos los que a ella ingresan son
capaces de afrontarlas sin costo alguno para sus ilusiones12.

La desilusión es un capítulo muy avanzado de la ilusión. Sólo puede sentirse des-
encantado de la política aquel que una vez se sintió encantado por ella. ¿Quiénes
estarán menos expuestos a experimentar tales decepciones? Los que han nacido con
los ojos abiertos. Ellos han asumido el mundo tal cual es, con todas sus asperezas, por
consiguiente no requieren de ideales acorde a sus ensoñaciones para cobijarse de sus
inclemencias. Ellos pueden prescindir de los visillos románticos y mirar cara a cara la
realidad sin sentir pavor. Por eso son inmunes a los sortilegios que tienen por misión
encantar el mundo y hacerlo más llevadero.

Se suele decir que el paso de los años va amagando la capacidad de soñar y va apagando
la sed de ideales. Pero no todos los hombres son iguales. También es posible encontrar
ancianos soñadores. Quizás sería más justo decir que todos los hombres son ilusos y
realistas al mismo tiempo. Sin embargo, ello no signi ca en modo alguno que todos
sean igualmente ilusos o realistas en un mismo dominio de la realidad ni respecto a
las mismas cosas al interior de ese dominio.

Pero si existe algún dominio de la realidad en el que es indispensable ser un realista,
lo que en última instancia signi ca ser un perspicaz conocedor de la naturaleza hu-
mana, ese dominio es el de la política1 3. La mayoría de las veces se trata de un cono-
cimiento intuitivo o por connaturalidad que tienen algunos individuos respecto de
sus congéneres14. Generalmente se trata de una aprehensión espontánea y profunda
de un determinado segmento de la realidad1 5. Por cierto, tal conocimiento rara vez se
adquiere de manera teórica, sin embargo, tampoco está asociado invariablemente a la
longevidad ni al haber tenido un determinado tipo de vivencias.

La experiencia no implica necesariamente el haber vivido cierta cantidad de años.
Sólo adquieren el estatus de experiencias aquellas vivencias que han sido previamente
re exionadas y asimiladas. Por cierto, el acta de nacimiento no garantiza por sí misma
la posesión de la experiencia necesaria para evitar dejarse encandilar por el éxito ni
para sobrellevar la adversidad con entereza. La experiencia, por el contrario, supone
un cierto tipo de actitud que se caracteriza por “haber aprendido a mirar sin reservas
las realidades de la vida y la capacidad para soportarlas y para estar interiormente a
su altura”16.

Pero no todos los hombres están hechos de la misma madera. Por eso Weber interpela
a sus auditores17 y los invita a que imaginen qué va a ser interiormente de cada uno de
ellos cuando abran los ojos, cuando asuman la realidad factual. Por eso, desde el punto
de vista humano, la pregunta sigue en pie: ¿qué va a suceder con el optimismo de los
jóvenes cuando descubran que tras los “valores” se ocultan los intereses? ¿Irá a ser ese
el instante en que de nitivamente se desvanecerán las ilusiones primaverales o, por el
contrario, irá a ser el momento en que ellas se aquilaten? Si sucede esto último el calor
del verano será su crisol y el frío invernal la fuente en la que serán templadas. Así, los
jóvenes se trasmutarán en viejos. Pero la palabra “viejo” aquí significa ser poseedor
de cierto temple de ánimo y éste no necesariamente supone tener una cifra abultada
de años. Es la capacidad de mirar con desenfado al mundo, pero sin claudicar a él.

Por eso Eduardo Ortiz dice, con toda razón en mi opinión, que el realismo político
es básicamente una actitud frente a la vida y el mundo18 . La vejez supone conocer los
pliegues de la naturaleza humana, los laberintos del alma, las motivaciones, ambiciones
y miedos ocultos que propulsan y direccionan el comportamiento de cada uno de
nosotros. En tal sentido Max Weber a rma -probablemente rescatando el tenor de las
palabras que Dostoievsky pone en boca de El Gran Inquisidor19- que si “el demonio
es viejo; haceros, pues, viejos para entenderlo”20.

El ruiseñor, como ave de la hora del crepúsculo, simboliza el despertar y el declive de
una pasión; representa el paso del enamoramiento al amor; el tránsito del entusiasmo
por la política a la genuina vocación política. Así la auténtica vocación política resulta
ser ajena a los aspavientos, pues ella comienza a a anzarse en la medida en que el rui-
señor va callando. Éste es el sentido que tienen los cuatro primeros versos del soneto:

“Mi amor es más fuerte, aunque más débil en apariencia/; no amo menos, aunque parezca que amo menos/.  Es amor mercantilizado el que es pregonado/ a toda voz por su poseedor”.

En efecto, el soneto relata metafóricamente una transición emocional, desde un ánimo
alegre y optimista suscitado por el entusiasmo que generan las ilusiones políticas, hasta
su posterior declive cuando ellas pierden su vigor y comienzan a desfallecer tras ser
sobreexplotadas por la retórica sentimental21. Ellas, nalmente, expiran a causa de la
apatía, el hastío y la decepción. De hecho, el tedio deviene rápidamente en fastidio. Y
es así como las cosas dulces, al vulgarizarse, pierden su apreciado deleite. Pero aquellos
que permanecen inmunes, en lo esencial, a tal proceso de desvanecimiento de los
ideales, de evaporación de las ilusiones, y que son capaces de mantenerse de pie en
medio de las ruinas y que pueden decir “dennoch, no obstante, a pesar de todo, sólo
ésos tienen vocación para la política”22 , concluye Weber.

Verdades que Matan 

Al momento de cerrar este artículo es pertinente recordar la primera andanada verbal
con la que Weber espeta a su auditorio: “La conferencia que por deseos de ustedes he
de pronunciar hoy les defraudará por diversas razones”23. La advertencia es clara: la
conferencia decepcionará. Los primeros desencantados serán aquellos que esperaban
oír palabras dulzonas del maestro. Ellas son, por el contrario, de un realismo descar-
nado. ¿Por qué? Porque la intención de Weber es incitar a sus oyentes a asumir con
responsabilidad el juego de la política.

El téngase presente es para aquellos que se autocali can de políticos de convicciones.
Éstos rehúyen el carácter enrevesado y paradojal de la realidad factual. Pero si Weber
acentúa demasiado su realismo corre el riesgo de amagar el idealismo de los jóvenes.

Acaso, ¿no será mejor que guarde silencio para evitar que se marchiten tantos ideales en
or? Si opta por ello, su mutismo será como el del ruiseñor. En efecto, él se abstendrá
-al igual que el ave mañanera- de enrostrarles toda la verdad a los jóvenes por respeto
a sus ilusiones. Por eso, invocando al ruiseñor (o transmutándose en él) también pudo
haber concluido su conferencia con los últimos versos del soneto: “Así como él yo guardo
mi auta,/ porque no quiero seguir ajando vuestra alegría con mi canto”.


El llamado de Weber es a evitar ver la realidad a través de un visillo de idealizaciones
y ensoñaciones. Es una invitación a abandonar el romanticismo político. No hay co-
rrespondencia entre la vida política real, menos aún en una situación revolucionaria
que por de nición es violenta, y el lugar apacible que describe el soneto. En el segundo
verso (en cursiva) se re ere a la celebración de la situación descrita en el verso anterior,
que análogamente corresponde a la exaltación del proceso revolucionario, a la euforia
que produce la pasión política que ha suscitado “este carnaval al que se le embellece
con el orgulloso nombre de revolución”6.

La vida política no tiene nada de poética. Menos aún durante un proceso revolucio-
nario. Las revoluciones no estallan en lugares apacibles ni en sociedades donde reina
el amor. Por eso Weber, con cierto dejo de ironía, advierte a los jóvenes que se sienten
arrebatados por el ímpetu revolucionario que “sería muy bello que las cosas fueran de
tal modo que se pudiera aplicar el soneto 102 de Shakespeare”7. Sin embargo, la vida
real dista del talante anímico que trasunta el soneto. Más aún durante el transcurso de
una revolución, pues en ellas las relaciones humanas se tornan más tensas y abrasivas
e incluso violentas. Mientras ella dure, la violencia permanece al acecho y la irrupción
de ésta puede traer consigo devastación, sufrimiento y muerte.


Revista Enfoques, primer semestre, número 006
Universidad Central de Chile
Santiago, Chile

miércoles, 22 de febrero de 2012

La lectura de Ulises (Compañeros intelectuales II)

La lectura del Ulises de Joyce es un ejercicio de la mente y del espíritu demasiado complejo para un lector indisciplinado y ocasional de la ficción como es mi caso.

Aun cuando los editores presenten al libro como un día en la vida de Leopoldo Bloom y Stephen Dedalus, la complejidad no está en la extensión en el tiempo sino en la profundidad del relato. En la variaciones que siente el que lee que va de la retorica a la imagen de cine.

Como fuera, valen las reglas del artista y no las del lector

La cena de hace unos días con Booth, Lencinas, Lacunza y Di Veglio nos dejo varios temas y este en particular que discutimos con el Lobo: Como y para quien se expresan las ideas en política.

Son las dos de la mañana y estamos cerrando un informe para la Secretaria de Comunicación.

Tienen un área que analiza noticieros y medios pero aun el más atento estudiante de ciencias políticas, periodismo o sociología no logra poner en contexto toda la información disponible.

Estamos en la esquina de Montes de Oca y Martin Garcia. En uno de estos extraños enclaves que han nacido en Buenos Aires. De día es una especie de pizzería de menú variado, pero de noche es lo que un sociólogo llamaría el zoológico. …

Claro, en el supuesto que algún sociólogo supiese, y no de mentas, que cuernos es un zoológico.



- Cuando se trata de análisis político, a diferencia de la literatura, las reglas se invierten e interesa más la construcción del mensaje en función del destinatario que la técnica de escritura del autor. Creo que a punto tal, que si la técnica de escritura contradice el objetivo de llegada al receptor, el propio análisis queda invalidado.- Hace un pequeño gesto con la mano para continuar:- al menos como mensaje. Quedara por evaluar si la idea subyacente tiene la fuerza de penetrar otras almas.

La idea que el Lobo empieza a desarrollar nació de un enunciado: Sera entonces que en la escritura de ensayos y esencialmente el análisis político o histórico, no hay lectores sino destinatarios.

No existe una imagen de persona curiosa que busca una opinión, sino de persona comprometida que busca aprender, polemizar o disentir.

- Al menos como imagen del destinatario del mensaje político se debe pensar en el comprometido. No digo ni convencido, ni militante sino comprometido- dice mientas juega con un cigarrillo no encendido que le calma la ansiedad por fumar.

El mozo mira cada tanto como para asegurarse que el cigarrillo sigue ahí: como una promesa de humo pero con su presente de ansiolítico…

No recuerdo bien cuando fue que deje de fumar. Creo que fue en el 2003, estando en Brasil, trabajando para un proyecto en el verano de ese año.

Si fue ahí. Estaba con un resfrío de aquellos y la congestión me impedía respirar bien, dormir bien. El hecho es que no podía quedarme en la cama. El proyecto era demandante.

Entonces deje de fumar digamos por unos diez días.

Cuando me sentí mejor percibí que cuando corría no sentía ese dolor en la espalda que atribuía al cigarrillo. En realidad el dolor aparecia pero después de un tiempo mayor. Pero el dolor no era por el cigarrillo. Eran las arterias y no los pulmones. Pero esa es otra historia.

- Te quedaste colgado. ¿En que pensabas? Pregunta el Lobo.

Y continúa:

- Por eso no es un detalle menor el modo en el que se expresan las ideas escritas.

Abre un recorte de un diario en un punto que había marcado anteriormente.

- Centrémonos en este caso en uno de los representantes de Carta Abierta: Ricardo Foster.

Foster tiene un nivel de exposición televisivo y en el periodismo grafico que excede el de cualquiera de los integrantes de Carta Abierta por lo que las reglas que acabamos de enunciar se aplican más estrictamente.

-Escribe y habla para un público amplio. Y la mayor parte de ese público es el lector ávido por la polémica y la comprensión al que me refería.

Habíamos discutido los otros días sobre Foster y Carta Abierta y acordamos que son parte del movimiento nacional en su compromiso y acción, por eso este análisis es crítico en el sentido de revisar el valor de la actividad de Foster, Horacio Gonzalez y Carta Abierta en función al aporte militante al movimiento nacional.

El Lobo lee un párrafo de Foster escrito en Tiempo Argentino:

- “…Nada más fértil para la democracia y para darle mayor consistencia y hondura a un proceso de transformaciones como el que viene dándose en Argentina desde mayo de 2003 (algunos prefieren hacer retroceder esa fecha a diciembre de 2001 y al alcance exponencial del estallido que condujo a la crisis decisiva del modelo neoliberal; yo me inclino por destacar lo azaroso y rupturista de lo abierto cuando ese casi desconocido político patagónico se metió por una mínima fisura dejada en el muro del sistema por la caída en abismo del país en ese verano del 2001-2002) que la emergencia de diversas opiniones y concepciones que sean capaces de dirimir públicamente el sentido de los acontecimientos…”

Este es un Foster “domesticado” pienso para mí, ya que por ejemplo leer alguna nota del mismo en 2007 o 2008 cuando empezó a surgir mas masivamente, era un ejercicio de difícil comprensión.

Parecía que entendía al igual que Joyce que lo importante era la regla del escritor. Y entonces en función de recuperar la palabra frente a la venalidad de los años anteriores, hacia construcciones barrocas y difíciles de seguir al punto que la idea quedaba escondida.

El Lobo ha reescrito el párrafo:

“…Para darle mayor consistencia y profundidad al proceso iniciado en mayo del 2003 lo mejor es la aparición de opiniones y concepciones diversas.

Estas opiniones serán fértiles en tanto sean capaces de dirimir públicamente el sentido de los acontecimientos.

Algunos prefieren hacer retroceder la fecha de mayo de 2003 a diciembre de 2001 ligándolo al estallido que condujo a la crisis del modelo neoliberal (crisis decisiva a mi entender).

Pero yo me inclino por destacar que el proceso abierto por Kirchner, un político desconocido, fue azaroso. Al punto que se metió por una mínima fisura del sistema durante la caída en abismo en el verano del 2001-2002.

Y en ese sentido fue y es un proceso rupturista..”

Le pega a una pitada al cigarrillo apagado y se da cuenta que eso es una situación graciosa. Se sonríe.

Tomo los dos textos y los leo nuevamente. Cuento las letras de cada escrito y los párrafos y le digo:

- Foster uso 116 palabras en un párrafo y vos utilizaste 117 en cinco. Desde el punto de vista del editor periodístico 116 es un número preferible a 117 pero este es un análisis político de modo que me cago en el editor periodístico. Pero sobre todo veo que resumís en la primera frase lo que él quiere apuntar , pero por su estilo deja al final de su párrafo. Precedido además por una catarata de conceptos que no solo hay que separar sino incluso sostener.

Hace un gesto como D’Arienzo cuando le marcaba al bandoneonista un ritmo:

- Exacto, mi amigo. El texto del informe político a diferencia del ensayo sociológico o la literatura, no se basa en la conjunción de conceptos en frases largas sino en su apertura. De modo que cada enunciado pueda ser seguido. Es un ejercicio que solo se adquiere cuando se escribe para personas comprometidas. Entonces uno siente que debe mostrar claramente la parte de cada idea y no enunciarla para regodearse de su complejidad

Saca otro papel de sus carpetas. Es la famosa carta de Kirchner a Feinmann cuando este contesta a una entrevista y hace sus habituales criticas de niño terrible, en la que el ego por mostrar inteligencia y espíritu critico supera con creces el del comprometido con una causa.

Lee los tres primeros párrafos:

“…Hay veces que me decepcionás y otras que no. Los dos tenemos una historia anterior. Cada uno de nosotros sabe cuál es.

Cuando decís que no hemos resuelto la exclusión social sos injusto y cómodo a la vez.

Hemos bajado casi 30 puntos la pobreza, hemos llevado la indigencia a menos de la mitad, y la desocupación ha bajado entre 12 y 14 puntos. Se redujo considerablemente la mortalidad infantil y la deserción escolar. ..”

Es un excelente ejemplo, pienso

Tres párrafos concisos, yendo directo al punto y usando datos duros. Algo que personas que provienen de la sociología no deberían desestimar con la frecuencia que lo hacen.

Recuerdo ahora que hay un episodio del Ulises que se llama Nestor, en referencia al héroe mitológico de la Odisea.

El Nestor de la Odisea era un argonauta. El nuestro es un eternauta.

Es toda una lucha recuperar el sentido de las palabras cuando la ideología neoliberal las ha ridiculizado e incluso cambiado el sentido, imitando el uso de remeras con la imagen del Che.

Pero esa lucha no puede dejar de lado la explicación. En un informe o análisis político es tan importante que de no existir, el enunciado mismo del análisis se pierde. Se desmerece.

Dejemos al arte y al alma de los artistas los vericuetos de palabras, la candela de las emociones.

Dejemos que ese patrimonio humano resida en las obras como el Ulises de Joyce.

Y usemos nosotros, al hacer política, nuestro pulso firme para escribir lo que pensamos y hacia quienes va ese pensamiento.

Ebais

martes, 21 de febrero de 2012

Mezcla rara de sabihondos y suicidas

Una reflexión sobre los bares de los años 60' / 70'

por Carlygom

Yo recién había llegado a Buenos Aires y todo me fascinaba: nada se parecía a mi pueblo, empezando por la gente. Corría la década del sesenta y la gran metrópoli era una sarta de contradicciones: por un lado el arte, la literatura, la ciencia y el espectáculo vivían una gran plenitud creativa e innovadora, pero allí arriba, en el poder, regían milicos y santulones que no veían con buenos ojos lo que sucedía en la línea que transcurría por los cines Lorraine y Losuar, el Instituto Di Tella y los bares Florida y Moderno, la Facultad de Filosofía y Letras, el restaurant Chez Tatave y los cientos de conciliábulos que se armaban en las librerías de Jorge Álvarez o Falbo, o a partir del nuevo periodismo de Primera Plana y Confirmado, y el rock nacido en La Cueva o la Perla del Once.

Eran épocas en las que artesanos y artistas, músicos, hippies y estudiantes solían ser perseguidos por el solo hecho de existir. Los encanaban y les cortaban el pelo, intentaban escarmentarlos y doblegarlos con moral victoriana y hábitos cuarteleros.

Claro que para mí, aun así, la gran city era mejor que mi pueblo, donde no sólo también regían la moralina y el terror al cambio, sino que al resto de la gente parecía no molestarles la obediencia y el lugar común.

Descubrí rápido la calle Corrientes y su vivir nocturno: La Giralda, El Colombiano, Premier, La Ópera, El Foro y –sobre todo- La Paz. Y me asomé a una serie de actividades que desconocía: la discusión con gente no muy conocida, que tanto mezclaba temas álgidos como la política nacional e internacional con el cine, la música o la economía.

En La Paz se respiraban ideas muy zurdas. Acaloraban la noche marxistas empedernidos como Jorge Asís (¿quién diría, no?) en batalla casi mortal con trotskistas que abogaban por una revolución permanente, los chinoístas en pleno esplendor de Mao, los que siempre traían “la última” y que habían descubierto los avances políticos de Albania (¡sí, de Albania!), los tercermundistas (entre los que se mezclaban las lecturas de Fanon con las del Che, el nuevo cristianismo y las teorías revolucionarias de la dependencia de Cardozo (luego presidente -más bien conservador- de Brasil). También estaban los castristas, cerradísimos en su necesidad de propalar esa revolución por América Latina, y los que de una u otra manera encontraban la manera de deslizar la idea de la “lucha armada” como única forma posible de llegar al poder.

Tímidamente, aparecían ideas peronistas, que habían aterrizado en el mundo intelectual de la mano de las “cátedras nacionales” universitarias, la resistencia peronista de izquierda y el tacuarismo de derecha, el nuevo sindicalismo aportado desde el Cordobazo, etc.


Mi cumpa Rubén

¡Pueden imaginarse, entonces, lo que eran aquellas mesas de la calle Corrientes, encabezadas por las del bar La Paz! Cuando luego uno comentaba entre sus conocidos lo que sucedía por allí, siempre encontraba a alguien que quisiera luego sumarse. Es lo que me pasó con mi compañero Rubén. Como yo, alumno “de Filo” era un aventajado estudiante. Su madre vivía obsesionada con que se recibiera “de psicólogo”, una profesión por la cual él sentía una particular aversión. Pero dado que cuando terminó su secundario, la madre fue inflexible en sostener su idea, él decidió estudiar Psicología pero, de paso, se inscribió también en Ciencias Exactas, su verdadera querida vocación. Y para coronar tal aventura decidió graduarse lo antes posible en Psicología para entregar el diploma (que era el sueño de su madre) y seguir con la carrera que verdaderamente le interesaba. Con lo que no contaba nadie era por su entusiasmo con la política, que lo llevaba a que las pocas horas libres que le dejaba el estudio las empleara en leer a Trotsky y en discutir hasta altas horas de la noche sobre cuál sería la mejor solución para el país. Y con todo esto se largaba a acompañarme a través de los bares de la calle Corrientes.

En Filosofía y Letras no era difícil encontrarse cada tanto con verdaderos genios, y obviamente Rubén era uno de ellos. Cuando me contó sobre la “carga” que mantenía con la carrera que seguía, le manifesté mi opinión.

- Qué macana, ¿no? Una carrera tan larga que no pensás luego seguir…

- Bah… es un capricho de la vieja. Pero no es tan larga, en cuanto la termine le llevo el papelito y va a ser mi regalo para ella. Después sigo, tranquilo, porque quiero ser químico. No creas que psicología es tan larga: la termino el año que viene…

- Pero… ¿qué edad tenés?

- Diecinueve.

El flaco pensaba a los veinte años tirar a la basura su profesión recién adquirida para seguir química. Pero yo lo dudaba, el partido al que se había enrolado le exigía cada vez ocupar un rol mayor, sobre todo porque sus conocimientos y su visión eran ya casi iguales o mayores que los del mismísimo Trotsky.

¡Así que imagínense lo que fue su entrada en la mesa de “La Paz”! Chiquito, muy flaco, esmirriado tras su barba profusa, parecía imperceptible. Hasta que, tímidamente, comenzó a desdecir a “pesados” de la lengua con argumentos contundentes, citas textuales de Marx y Engels y… para temblor general, comparaciones con traducciones propias que hacía de los textos de Gramsci, Althusser y de autores que sólo él conocía y que hacían sentir a los interlocutores unos carentes totales de conocimientos políticos.

Pero de algo que nunca me voy a olvidar de aquellas épocas es la pesada nube que nos rodeaba permanentemente y que producía la acumulación de humo de cigarrillos.

La década del sesenta en Argentina fue el esplendor del marketing de cigarrillos. Los americanos habían desarrollado los cigarrillos de cien milímetros, que permitían fumar unos minutos más. Y con campañas muy agresivas invitaban a todos a fumar a toda hora en cualquier lado.

Salvo en las iglesias, cines y teatros o las habitaciones de los hospitales, se podía fumar en cualquier lugar: aulas, colectivos, aviones, lugares de trabajo. Nadie lo veía mal. Mi recuerdo de los encuentros en un bar, era lo viciado que se mantenían esos lugares a toda hora, con el famoso “olor a pucho” traspasando cabelleras y atuendos. También recuerdo la permanente irritación en mis ojos, y a pesar de que yo también era otro de esos fumadores.

Corolario del Editor

Al igual que otros centros de reunión en la "Decada Infame", esos bares de la decada de los 60' / 70', fueron calderos, crisoles, donde hirvieron elementos tan discimiles como "La voluntad", "La rabia", "El vedetismo intelectual y "El compromiso".

En una mesa el pibe recien llegado, podía llegar a compartir la charla con algún escritor consagrado, actores o politícos y sin saberlo, por que no, con algún ortiva o informante de la yuta.

En esos bares uno conocía gente que quizás no vería nunca más. Los sucesos que se desencadenarián en años posteriores,  tiñen de un intenso dramatismo esta ultima frase.

Discepolo pudo plasmar magistralmente aquel material humano que nutría esos bares,  en su "Cafetín de Buenos Aires" con esa profunda imagen  que a algunos hoy todavía nos hiela la sangre: "Mezcla rara de sabihondos y suicidas"

El gran poeta español Antonio Machado le escribío a una generación anterior a la que le tocó vivir el desgarramiento de España por una guerra civil con estas palabras:

Ya hay un español que quiere
vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza.

Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios.
una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.

Loboalpha

El texto basico de esta nota fué publicado originalmente en: http://www.igooh.com

lunes, 20 de febrero de 2012

Bar La Paz

 Fundado en 1944, comienza a tener brillo propio a partir de la década del ’60, cuando la bohemia porteña decidió que ese era su lugar para confrontar ideas. Hasta 1976 tuvo su sello propio, sus largas noches de encuentros y discusiones. En sus paredes se respiraba vida. Hoy, sencillamente languidece. Ese lugar lleno de gente hoy está vacío. ¡Si hasta el Ramos tiene más vida!

por Gabriela Sharpe

Durante mucho tiempo la artería principal del porteño fue su calle Corrientes, que fue bautizada como "la que nunca duerme", y su corazón latió en Corrientes y Esmeralda, esquina en que Scalabrini Ortiz sitúo al "hombre que está solo y espera". Con el correr de los años su pulso se trasladó a otra esquina: Corrientes y Montevideo. El Ramos, Pernambuco, La Paz fueron algunos bares que marcaron el nuevo ritmo.

El café La Paz, fundado en la década del ’40, comienza a tener brillo propio a partir de 1960 cuando la bohemia porteña decidió ocupar sus mesas.

En él se reunían literatos, cineastas, músicos, principiantes psicoanalistas. Todos jóvenes y noveles.

Durante la década del ’60 y fines de 1975 sus habitúes se caracterizaron por sus barbas , las mujeres por sus pechos sin sostenes que se adherían a las musculosas, por los atados de cigarrillos negros Particulares sin filtro, los fuertes Parissiens o los Jockey Club, también por la variada temática de los libros depositados en las mesas y algunos por sus pipas.

Típico bar porteño, con sus ventanas tipo guillotinas (esas que se abren para arriba), siempre abiertas ya que eran tiempos en que el aire acondicionado no existía - se escuchaba el monótono ruido de los ventiladores -y era frecuente ver a una persona del lado de afuera acodada en la ventana charlando con otra sentada en una mesa de esas que permiten ver la vida a través de un vidrio.

En una mesa de cuatro, cabían diez y consumían dos.

A cualquier hora había gente, mucha. Cumplía las funciones de "bar vidriera", si uno caminaba por Corrientes, inevitable cruzarse hasta Montevideo y pispear si se encontraba algún conocido.

En distintas mesas se los podía ver a Rodolfo Walsh, Ricardo Piglia, el "Mono" Villegas o David Viñas.

Época de bullicio, de discusiones, donde el murmullo no tenía cabida.

Tenía vida.

Épocas de cafés, de ginebras, aperitivos o whiskys. Y de levantes!

Épocas de ideas, ardides y demás.

Había energía.

Luego vino la dictadura militar de 1976, y con ella las razzias, los sinsabores. Muchos de aquellos que ocuparon sus mesas hoy están desaparecidos, otros debieron exiliarse.

El país y el bar La Paz comenzaron a languidecer.

La polémica, la alegría, la bronca, la vida que forjaron sus mesas se fueron para no volver.

En 1980 estuvo a punto de cerrar, siendo rescatado, en 1997, por el Gobierno de la Ciudad y a partir de entonces es uno de los bares notables.

Hoy que tiene aire acondicionada, que se puede pedir comida, que tiene un sector para fumadores y unas tenues luces. Hoy no tiene gente. Languidece. Está vacío.