Estábamos hablando de eso. Del sentimiento, de la entrega , del amor.
Charla extraña entre hombres, si las hay. Charlas de mujeres pensaran otros.
Pero con el Lobo nos unen casi cuarenta años de historia, aunque no necesariamente común, ni necesariamente vivida en conjunto.
A veces lo miro y lo veo igual que cuando teníamos veinte años y yo hablaba en las asambleas estudiantiles y obreras y el hablaba en las reuniones, en las charlas cara a cara con esa voluntad infinita por hablar y convencer que todavía sigue teniendo.
A veces me preocupa su salud, pero pienso que no le voy a decir nada, porque se que no le gusta. Al fin de cuentas no soy doctor, ni tampoco su abuela…
Estábamos hablando del amor. Yo le había contado el que sigo sintiendo por Mi Dama.
Le había contado partes de mi relación con ella. Partes hermosas que venían a mi mente, no con una nostalgia lastimera sino como la luz de los recuerdos bellos. Esos recuerdos que generan un sentimiento que se transforma en calor que recorre el cuerpo y culmina en una sonrisa o una pequeña lágrima.
Miraba al Lobo a los ojos mientras le contaba mis sensaciones y recuerdos. Mientras pensaba en paralelo que solo con el podía hablar esos temas.
Los había hablado en otros casos con mujeres. Con amigas, basándome en la notable capacidad femenina para hablar de los sentimientos, del dolor y de las dudas.
Lo miraba y veía su rostro de interés y comprensión y sentía que era posible efectivamente que dos hombres hablemos de los sentimientos de amor que tenemos por una mujer. Que podamos decir que el riesgo de amar paga todos los precios, porque en el encuentro o en la distancia la hermosa sensación de entrega y el miedo y el peligro de la búsqueda, nos hacen sentir vivos.
Eternamente vivos.
Y entonces el me relata una de sus historias de amor.
Una que había empezado cuando el tenia menos de veinte y quería vivir existencialmente, con el todavía fuerte influjo de los 60 y su marea de amor libre, porro , guitarra y rock.
Esa historia de amor, ese amor por esa mujer se mantuvo por muchos años. Tantos que creo que ahora va a llorar...
Y llora, El Lobo llora pero no de pena por algo perdido, sino porque su alma pego un salto de cuarenta años hacia atrás y sintió el joven que era. En ese cuerpo de hombre de casi sesenta, sintió el dolor y la angustia de ese joven de dieciocho.
Y eso es lo que dicen sus lágrimas ahora.
Mientras, los dos tomamos el café que el acompaña con un whisky , y yo con una ginebra.
Se seca las lagrimas y empezamos a hablar de todo lo que significa la entrega, la pasión por poner el cuerpo en lo que se hace.
Pero esa es otra charla con el Lobo Alpha.
Ebais
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