martes, 13 de septiembre de 2011

Constitución

En el regreso de Hudson a bordo del Roca, entre pitos y flautas se hizo de noche, al llegar al andén de Constitución, el pasajerío sufrido se derramó hacia los molinetes. Nosotros como mucho jugamos de pasajeros de ocasión, pero soy consciente que para muchos compatriotas ese paisaje lúgubre plagado de incomodidades es el pan nuestro de cada día.

Loyola me comenta que se está meando, pero que ni en pedo baja a esas letrinas hediondas en que se han convertido aquellos baños impolutos de la vieja estación. Reímos con algún comentario mío acerca del riesgo adicional a la mugre y el mal olor de los baños, que constituye el afán sociabilizante de algunos frecuentadores de letrinas, del tipo de los que se producen en los eventos para solos y solos.

Así entre estos devaneos llegamos al Hall y justo debajo del tablero en el centro de la estación, me despedí de Loyola.

Enfilé hacia la salida que da a la calle Herrera, la del costado que da al Este, a la intersección con la calle Caseros. Tropiezo con alguien en el intento y el pendejo me dice:

- Ehh ¡viejo! ¿porque no mira por dónde camina?

Me paro en seco y sin palabras lo miro fijo y avanzo hacia él, mientras tanto tanteo en el bolsillo trasero del pantalón la sevillana automática que desde que tengo pelos en las piernas, me acompaña pa’ que me guarde de todo mal. El tipo se queda… y recuerdo el episodio del taxi y los sermones de Loyola, entonces distendiendo, sin dejar de comerle en alma con los ojos le digo:

- Disculpá hermano andaba distraído…

El chavón, entre cagado y confundido sigue viaje y yo me quedo cargado de adrenalina, pero bien, comienzo a sentirme en mi elemento, la calle.

Pispéo hacia un costado y veo uno de esos mostradores de estación donde recalan desde almorzadores o merendantes de ocasión, hasta curdas irredentos que no se atreven a volver a casa si antes no se descerebran a fuerza de ginebras, grappas o vaya a saber que otros brebajes que no por ignotos, menos letales a la civilidad y el buen criterio.

Digo:

- Me da una “Valleviejo”

Y me quedo como un anacronismo, acodado a esa barra mugrienta mirando el Hall de esa estación de trenes, veo la gente fluir entre la boletería y los andenes y me vienen a la mente unos domingos de otro tiempo lejano en que algunos mediodías el gallego Ventura, un republicano que había perdido su familia en la guerra civil española, amigo de mi abuelo, me traía de paseo a la estación y me dejaba pasar el tiempo en una vitrina que tenía una locomotora a escala a la que se le podían poner monedas para que arranque y funcione por un rato.

Me empiné la Valleviejo hasta el fondo, pagué y seguí viaje hasta la salida de Herrera, la noche no estaba mal, ni demasiado fría ni remotamente cálida.

En la esquina de Caseros, enfrente, en la manzana que demolieron para hacer la Autopista estaba el “Bar Gales”, recuerdo, de su puerta salía el bondi, lo que hoy se llamaría “Chárter”, que te llevaba a la refinería de La Shell en el Dock Sud. En el barrio interno de la refinería vivía mi amigo Loyola, su viejo era el jefe de mantenimiento de la planta, también vivió allí el cabezón Llerena que hoy es un reconocido sicoanalista Lacaniano, renegado de todo pasado libertario, que por otra parte fue el que nos presentó con el Nacho Loyola.

Llerena fue un importante y querido compañero con el que hace mucho tiempo nos distanciamos por un asunto de polleras, él tenía dos hermanas, pero eso forma parte de otra historia.

Yo como un boludo parado allí, en ese sitio donde todo el mundo tiene terror de que los roben, embelesado con las nostalgias del tiempo ido, del “Bar Gales” y la mar en coche. Una piba me ofreció un ramito de flores y como un energúmeno le dije bromeando de un modo estúpido que la piba no entendió:

-no gracias ya comí.

Me embarqué en un taxi de lo que hay en la cola y cuando estaba por pedirle que arranque para Palermo, cambié de idea y le dije:

- Brasil y Defensa por favor...

Que joder, ya me puse una “Valleviejo”, el “Bar Gales” en el que esperé muchas tardes a la hermana de Llerena, no está más, me parece por demás lícito ir a buscar los fantasmas amigos de otro tiempo en algún sitio, confío en que seguramente en el “Británico”, scotch mediante, no faltarán a la cita. Presiento que va ser una noche larga.

Mientras desde la ventanilla del taxi veo alejarse el paisaje margineta de la estación, pienso:

-Lo de Loyola al frenarme con el tachero esta tarde fue todo un acto de amor y a la vez un gesto que lo define como el hombre que es, de apegos entrañables de familia, amistad y amores nítidos.

Ignacio Loyola Echenique, ingeniero industrial amigo leal, compañero de luchas quijotescas es un ser viable con todas las de la ley, es la versión evolutiva de un modelo que merece perpetuarse. En cambio lo mío sin desmerecer, más a la luz de los hechos recientes en la estación, solo revela la naturaleza de lo que en verdad es un Lobo Alpha, un ser que solo tiene sitio para ser en la cresta de un destino determinado, y que fuera de esa circunstancia está destinado a desaparecer.

Esto no es un pensamiento nefasto, es algo luminoso y nítido, limpio como una bala de diamante que atraviesa el entendimiento e ilumina. Un Lobo Alpha o lidera una manada o es destrozado en el intento, no tiene derecho a una vejez honrosa, ni obtendrá piedad de otros lobos frente a la más mínima muestra de debilidad.

El que siembra vientos recoge tempestades y eso es lo que temo estoy destinado a recoger. Pero mientras ese día llegue seguiré recorriendo la estepa, dando una, atrás de otra todas la batallas que sea preciso dar, porque es ley de vida, de cada cual su naturaleza y a cada quien su destino, no se me ocurre una ecuación de justicia más equilibrada.

Loboalpha

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