El viaje de vuelta desde Tigre, por la Panamericana, estuvo matizado por un saludable silencio. Fue un almuerzo agradable con “El Portugués”, hablamos, comimos, bebimos, todo en exceso, como la sabiduría epicúrea manda. El silencio en esta instancia, venía a ser algo así como el vehículo de la digestión en el más amplio sentido.
La autopista es un océano de automóviles nuevos, excepción hecha del nuestro, muchos vehículos caros, se nota en esto la bonanza de los tiempos que corren, así como el paisaje explica el porqué de la actitud de muchos empresarios como Cristiano Rattazzi que ante la inminencia de la malaria global, se han vuelto repentina y curiosamente, admiradores del modelo.
Pensando en estos temas y otros afluentes que por cierto ocuparon gratamente la sobremesa en la estación de Tigre, desembocamos en la Avenida Sarmiento rumbo a Plaza Italia.
-Nacho dejame en la Plaza, así vos después tomas Córdoba y no te desviás
Paramos en vereda del Zoológico y al bajar del automóvil le digo a Loyola:
-Te dejo un regalo para pensar en el viaje, respecto del asunto de los empresarios amigos del modelo…
-¿Que me vas a dejar? Una foto de Rattazzi…
-No, un pensamiento de Marx:
“El capital es trabajo muerto, que para vivir, necesita vampirizar el trabajo vivo”
más chupa, más crece, más vive… interesante ¿no?
Le guiño un ojo…
-Pensálo, mañana hablamos…
El Nacho Loyola sonríe en un fotograma, mientras pone primera para perderse calle arriba.
Es el atardecer, una hora prodigiosa en que todos los animales, incluso el hombre sienten una sensación atávica que los lleva a reconcentrarse.
Camino sin apuro aspirando el humo del cigarrillo recién encendido. A través de la verja del jardín zoológico se puede atisbar el interior, lo percibo desafortunadamente cambiado, tanto, que me cuesta asociarlo al imaginario de la niñez.
En mi memoria el Zoologico vive como un lugar mágico de Buenos Aires, donde la antigua arquitectura victoriana de los pabellones destinados a exhibir los animales tomaban las formas exóticas de los lugares de origen de las bestias y disparaban la imaginación. La impresión más fuerte que recuerdo de la niñez relacionada a este lugar, es la que me produjo entrar por primera vez al pabellón de las fieras.
En esos años de mi niñez, ese edificio que aún existe, pero donde solo se puede ver a las fieras por fuera, se podía acceder también desde dentro por un pasillo central que siempre estaba húmedo y oscuro, solo iluminado por la luz del exterior que penetraba por el frente de las jaulas. Allí dentro los sonidos se amplificaban y los rugidos de los tigres y los sonidos de otras especies cautivas, se percibían de otro modo.
La sensación atávica y ancestral del temor primitivo me asalto en ese escenario por primera vez. Recuerdo haber leído alguna vez en mi juventud un cuento de Elías Castelnuovo tal vez, o recuerde mal, pero lo cierto es que estaba en una antología de escritores de Boedo, que aludía a esos mismos atavismos vividos por alguien que se refugia en la galería una tarde en el momento que se desata una tormenta.
Saliendo de esas ensoñaciones veo en la esquina un mateo pintado de blanco y pienso en la extraña maraña de asociaciones que desembarcan en mi mente, “De Mendiguren, Capital, trabajo muerto, pacto social, fieras, ratas, Rattazzi” y me embarga la misma sensación primal que la del pasillo de las bestias.
Cruzo la Avenida Santa Fe, y retumban en mi mente retazos de frases de un discurso de Ernesto Guevara:
-“…Bestias fueron las hordas hitlerianas, como bestias son los norteamericanos hoy, como bestias son los paracaidistas belgas, como bestias fueron los imperialistas franceses en Argelia. Porque es la naturaleza del imperialismo la que bestializa a los hombres, la que los convierte en fieras sedientas de sangre que están dispuestas a degollar, asesinar, a destruir hasta la última imagen de un revolucionario…”
Carajo, es excesivo, “demodé”, pasado de rosca, quedado en los ’70. Atravesamos un tiempo de cambios profundos, de eso no hay duda y vamos tras un plan de industrialización para blindarnos frente a la crisis, el modelo necesita de un pacto entre el capital y el trabajo, entre sindicatos y empresarios, en qué cabeza cabe esgrimir objeciones pueriles y puristas, eso es para Altamira y aquellos que no comprenden la cuestión nacional… me digo.
Antes de llegar a vereda, casi me pisa un taxi.
-¡Viejo boludo!
Me grita el tachero...
-¡Andá a la recalcada concha de tu madre!
Le replico.
No sé, a quien le importan estas reflexiones, aparte de a mí o a Loyola, vivimos un tiempo histórico donde reina el pragmatismo y tal vez más propicio a caminos nuevos. La épica de la voluntad ha quedado atrás, hemos perdido.
Guevara quedo en el monte boliviano y nuestros muertos, en el mejor de los casos, como dijera el poeta, estarán creciendo en el trigo o trasmutados en parte del ecosistema del Plata.
Nada nos da chapa para ponernos en censores de rumbos que no parimos.
De golpe me puse triste, comencé a caminar sin poder despegar los ojos del suelo. Por dentro aún me retumbaban los ruidos de la galería de las fieras de mi infancia y repicaban en mi mente el ajeno mantra:
-“De Mendiguren, Capital, trabajo muerto, pacto social, fieras, ratas, Rattazzi”
Y dijo el escorpión, después de hundirle su aguijón de muerte a quien había jurado una y mil veces abstenerse de picar:
-Perdóname no lo pude evitar, está en mi naturaleza.
Loboalpha
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