Pablo Alberto González es el chico que vendía flores en el boliche de Bachín, inmortalizado en el tango de Ferrer y Piazzolla.
Ahora tiene 62 años y el cabello canoso. Está casado y de ese matrimonio nacieron tres hijos, que le dieron tres nietos. Alguna vez pensó que se iba a convertir en jugador de fútbol. Eran los tiempos en que jugaba de 9 ("y hacía muchos goles") en las inferiores de Boca y Estudiantes de La Plata, aunque después integrara los equipos de Sportivo Barracas. Pero no fue por el fútbol que su figura se hizo conocida en los ambientes del espectáculo y, en especial, el del tango. Pablo Alberto González es conocido porque una noche un poeta lo tomó como protagonista de una de sus obras. Después, un músico le agregó su talento a esos versos y la magia de dos cantantes hizo lo demás. La obra se titula "Chiquilín de Bachín" y habla de los tiempos en que Pablo Alberto González, "angelito con bluyín", vendía rosas en la noche de Buenos Aires.
El texto lo escribió Horacio Ferrer y Astor Piazzolla le puso la música. En noviembre de 1969 Amelita Baltar lo grabó en un disco simple, como contracara de la "Balada para un loco". Al mes siguiente, esos dos temas los grabó Roberto Goyeneche y, de ahí en más, fue propiedad del mundo. En 1968, cuando conoció a Ferrer en "Bachín", un restaurante que estaba en Sarmiento y Montevideo, Pablo tenía 8 años. Había empezado como lustrabotas en la zona del bajo Leandro Alem y también abriendo las puertas de los taxis, a cambio de una monedas. Pero eso no alcanzaba para ayudar a María Elena, su mamá, y a Elisa y Luisito, sus hermanos más chicos. Entonces, armado con un pequeño canasto de mimbre, empezó con las flores por los restaurantes en la zona de los teatros. Sus mejores clientes, recuerda, eran Nélida y Eber Lobato.
El grupo familiar vivía en la gran pieza de un hotel, en Alem y Marcelo T. de Alvear. A su papá Pablo no lo conoció, pero sí a la pareja de su mamá, un hombre que quedó inválido por un accidente en el trabajo y murió unos años después. Con ellos también estaba una tía y unos primos, todos juntos. Con su mamá, iban a comprar las flores al mercado de Corrientes y Acuña de Figueroa. Después, de 0 a 6 de la mañana, a caminar ofreciendo los ramitos de rosas, claveles o violetas. Y "cuando el sol pone a los pibes delantales de aprender", él dejaba la escuela en tercer grado para, con lo recaudado, ayudar a su mamá que trabajaba en la limpieza de los locales de comida. La escuela primaria Pablo recién la terminó a los 22 años. Y la secundaria, a los 34, cuando ya era padre de dos hijos.
Cuando a los 14 dejó las flores, Horacio Ferrer le consiguió trabajo como ayudante de camarógrafo en el viejo Canal 7 que estaba en Viamonte y Bouchard. Tres años después pasó a Canal 13 y hasta hizo temporadas en Mar del Plata. Luego de cumplir con el Servicio Militar trabajó también en Canal 9. Ese contacto con el mundo artístico lo convirtió en "plomo" de figuras del tango y el folklore. En muchos festivales de Cosquín y de Jesús María lo vieron ayudando a personalidades como Carlos Carabajal, Atahualpa Yupanqui y Hugo Díaz. También, en el legendario Caño 14, una vez le alcanzó el bandoneón a Aníbal Troilo. La historia siguió en el mundo del rock, ayudando a León Gieco o a Pappo. Para entonces, ya se había enganchado con la industria del plástico, fabricando y vendiendo bolsas para la basura. Le fue tan bien que hasta armó una empresita y, "como le pasó a muchos argentinos", en 2001 se fundió.
Fueron años muy difíciles, pero consiguió trabajo en el rubro gastronómico. Hoy está a cargo del Bodegón del Centro Cultural Padre Mugica, en Banfield. Además, organiza y colabora en las actividades artísticas de ese espacio liderado por el vicegobernador Gabriel Mariotto. Allí trabaja y milita. Y aunque reconoce que su infancia "no fue la ideal", dice que la vivió feliz, ayudando a su mamá y a sus hermanos. También reconoce que Horacio Ferrer fue como el padre que no tuvo. Claro que tampoco olvida aquel restaurante con mesas de madera que usaban papel de estraza como mantel. El boliche de Bachín fue demolido cuando en la década de 1980 cayó el Mercado del Centro. En el terreno se construyó el complejo del Paseo La Plaza. Pero esa es otra historia.
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