Fuera Moreira o Blanco, portugués o judío, en tiempos de Rosas el español había integrado el Cuerpo de Serenos y revistaba en la Mazorca, policía y fuerza de choque de la Sociedad Popular Restauradora dirigida por Ciriaco Cuitiño, hasta que, debido a algunos excesos, el Restaurador de las Leyes habría ordenado su ejecución. Como para seguir el culebrón, según algunos y como inspirado en la mitología griega don Juan Manuel habría enviado al mazorquero a Santos Lugares con una carta dirigida al comandante Antonino Reyes en la que le ordenaba fusilar al mensajero. En el caso de Blanco o Moreira, a diferencia de lo ocurrido a Belerofonte, la orden fue cumplida.
Criado por su madre María Ventura Núñez en las vecindades de Lobos y ya definitivamente apellidado Moreira, una vez mozo, fue peón en la estancia de los Correa Morales. Trabajador, jinete, habilidoso con la guitarra pero alejado de vicios como el alcohol, el juego y las riñas de las pulperías, en cuyas trastiendas reinaba la algarabía prostibularia, Moreira era fornido, de alta estatura, pelo castaño y tez blanca –“colorada” establece el prontuario policial– picada por la viruela. Como si hiciera falta más, respetuoso y de buenos modales, tenía que enamorar a la joven y presumiblemente bella Vicenta Santillán, quien contando con el consentimiento paterno, decidió compartir su vida, su rancho y su humilde catre, previo enlace, porque así de modoso y comedido era Moreira. Hasta ese fatídico día.
Quiso el destino que también pretendiera a la Vicenta un ruin sujeto conocido como don Francisco, Teniente Alcalde de Lobos, quien despechado y herido en su amor propio, comenzó a acusar a su rival de diversas irregularidades e infracciones, comenzando por multarlo con 500 pesos por haber celebrado una fiesta de bodas sin contar con su previa autorización.
Dueño de una tropilla, una majada y algunas cabezas de ganado, Moreira hubiera podido pagar la multa de no ser porque había prestado 10 mil pesos al almacenero Sardetti. Como corresponde, Sardetti negó la deuda y el rencoroso Teniente Alcalde, esperanzado en conseguir mediante malos ardides lo que no había podido obtener leal y decentemente, condenó a Moreira al cepo, por gaucho malo, matón y mentiroso.
Fue así que, sin jamás poder apartarse del destino de Fierro de gaucho engañado por el gringo ladino, y perseguido injustamente por una autoridad atrabiliaria, al ser liberado, mató en duelo criollo al bolichero, a don Francisco, a dos de los cuatro soldados que habían intentado aprehenderlo y se lanzó –o fue lanzado– a una vida de excesos y pendencias.
Tras algunos duelos criollos en los que despachó a más de uno, con la esperanza de “limpiar su nombre” entró al servicio de Adolfo Alsina, candidato a gobernador de la provincia. Su tarea: enseñar a los votantes a ejercer el derecho de sufragio en la dirección correcta. Al parecer, su eficiencia fue mucha y el caudillo porteño lo premió con un magnífico flete, con el que corrió en cuadreras, y una daga de más de 63 centímetros, cuyo gavilán en S el propio Moreira reemplazó por uno en forma de U, para detener mejor los hachazos de sus rivales.
Lejos de limpiarse, su prontuario se abultó: la fama lo expondría a permanentes desafíos de rivales que ansiaban ganarla a sus expensas, lo cual a su vez le valió más y mayores enemigos, como Juan Córdoba, teniente alcalde de Navarro, a quien despenó de 29 puñaladas en la pulpería de don Antonio Crovetto.
De ahí en más, montado en un bayo malacara al que –habladurías de puebleros ignorantes– jamás sacaba el recado para poder huir, y con la sola compañía de un cuzco llamado Cacique, su daga y dos trabucos, recorrerá la campaña bonaerense de Lobos a Bragado, llegando a buscar refugio en las inmediaciones de Junín donde se alzaban las tolderías de Simón Coliqueo.
Hacia 1872 retornará a la política, esta vez en el bando de Eduardo Costa, enfrentado a Adolfo Alsina en una nueva disputa por la gobernación. Convertido en “hombre fuerte” de Partido Nacionalista de Mitre, uno a uno va dando cuenta de los cuchilleros alsinistas José Leguizamón, Melquíades Ramallo y Juan Garroch.
Sumaba quince muertos cuando en abril de 1874, más de veinte policías de la Provincia conducidos por el comandante Bosch lo sorprenden holgando en la trastienda de la pulpería "La Estrella", en la esquina de Chacabuco y Cardoner, donde en la actualidad se encuentra el Sanatorio Lobos. Herido de muerte por la bayoneta del sargento Chirino, a quien, tras cercenarle cuatro dedos de un hachazo, hirió en el rostro con un disparo, antes de expirar con dos vómitos de sangre, todavía tuvo fuerzas para herir de gravedad a Eulogio Varela.
Ahí moría el cuchillero y comenzaba la leyenda. Su cuerpo permaneció expuesto varios días a la curiosidad pública y tres años más tarde, su cráneo fue sometido a los correspondientes estudios frenopáticos por el doctor Eulogio de Mármol, quien no encontrando malformaciones que explicaran su inclinación al crimen y no sabiendo qué hacer con él, lo obsequió a su amigo, el doctor Tomás Liberato Perón, quien tampoco consiguió llegar a conclusión alguna.
A la muerte de Tomás Liberato, el cráneo fue a parar al escritorio de su hijo, el oficial de Justicia Mario Tomás Perón, donde hizo las veces de pisapapeles hasta que el pequeño Juan Domingo pretendió usarlo para asustar a una niña de la vecindad, circunstancia en que lo que quedaba de Moreira cayó al suelo, perdiendo algunos dientes a manos del futuro Tirano Prófugo. En ese estado, junto con la daga, es exhibido en el museo de la localidad de Lobos.
Todo habría quedado ahí, como una de las tantas historias de gauchos alzados contra el sistema precapitalista de no ser porque Eduardo Gutiérrez tuvo la malhadada idea de convertir su vida en un folletín, que fue publicándose entre noviembre de 1879 y enero de 1880, en el diario La Patria Argentina.
Convertido en novela, el folletín inspiró al gran actor oriental José Podestá para presentar en junio de 1884 la pantomima “Juan Moreira”, momento inicial del teatro criollo y origen de una enorme cantidad de incidentes, entreveros y malos entendidos. No serían pocos los paisanos que, facón en mano, saltaran a la arena del circo en defensa del gaucho acorralado por la partida policial, poniendo en grave riesgo la integridad de actores y comparsas. Y Moreira seguiría haciendo de las suyas, mucho más allá de su muerte, que, según algunas actuaciones judiciales, tal vez hasta haya sido ficticia.
Cuenta Enrique Oliva en el prólogo al libro de Enrique Manson “El historiador del pueblo”, que en una oportunidad, cuando se desempeñaba como juez en Santa Fe, el joven José María Rosa hubo de juzgar a un mozo alborotador que se había visto envuelto en varias peleas. Recordaba el historiador que la madre del joven, una mujer criolla muy humilde, lo visitó para pedir clemencia por su hijo, único sostén de la familia. La mujer reconocía que, si bien su hijo era muy bueno, no era manso ni admitía ofensa alguna y jamás esquivaba el bulto al momento de meterse en entreveros en defensa propia o de sus amigos.
–Le han hecho fama de pendenciero –justificó la buena mujer–, pero él no tiene la culpa. Es que lo lleva en la sangre.
Relata Oliva que al escuchar este argumento, el juez le pide que le aclare eso de la herencia. Le mujer explica:
–Es hijo mío y de Juan Moreira.
Es fácil imaginar la sorpresa del magistrado, pero al no coincidirle las fechas y lugares, volvió a preguntar:
–¿Dónde conoció a Moreira?
–En mi pueblo –repuso la mujer–, cerca de acá… Vino con un circo.
(*) Teodoro Boot fue, además de un amigo, un prolífico escritor. Peronista, humorista, historiador, escribe sobre la comedia humana expresada por la lucha del pueblo argentino por su liberación desde la mirada inocente y cómplice a su vez de una «Clase un cuarto» dirían Victor y Hugo Muleiro, que se halla en los barrios. Es tan rica la selva y los jardines del peronismo que no pueden ser otra cosa que fascinantes.
En el decir de su amigo Leonardo Killian en esta semblanza escrita en ocasión de su reciente partida:
“Teo”-
Con ese aspecto de un escritor ruso de fines del S.XIX, de un bukowski porteño, o de un gaucho matrero (esa te gustaba más) Teodoro Boot (el nombre de guerra de Raúl Blanco) es (me cuesta decir fue), entre un montón de oficios terrestres, un escritor polifacético. Me corrijo, un gran escritor y un excelente analista de nuestra historia, de la economía y, sobre todo, de la cultura popular de los argentinos.Escritor de manuales de mitología y de desopilantes novelas, es (me niego a decir fue) el que mejor retrató al peronismo de los barrios, especialmente de su querida Paternal; ese de los primeros años de la Resistencia. Creador de una saga donde la historia real y la ficción se tejen con personajes entrañables, héroes anónimos y de los otros, los que están en la memoria colectiva como lo que fueron, los asesinos del pueblo. El que mejor recogiò el legado de los viejos radicales irigoyenistas. Soñaba con juntarlos a todos.
Jamás tuve una charla con él que no fuera en un bar o en uno de esos lugares de su culto personal (me niego a llamarlos restaurantes) donde se Juntaba a comer con sus compañeros y amigos. Jamás.
En un increíble, por lo casual, viaje en tren a Mar del Plata donde compartimos el mismo vagón junto a Mirta y a Susy, la larguísima charla (que duró lo que el viaje) sucedió, como no podía ser de otra manera, en el salón comedor.
Para alguien que ha llevado una vida mediocre y conservadora, escuchar a Teo era sumergirse en la aventura de un tipo que parecía haberlo vivido todo (ya estoy escribiendo en pasado).
Sus viajes por casi toda América (otra que Kerouac), por España, su vida de paisano trabajador de un campo en Entre Ríos, sus mil y un andanzas en la complicada política peronista. La cárcel o la vida de los pájaros, la literatura o la mejor manera de cocinar un pescado o las variantes de la música litoraleña. Que placer escucharte amigo.
Querido Raúl, tan generoso como para ofrecerme prologar dos de sus libros. Libros que me hicieron reír, llorar, y añorar lo que apenas viví muy de lejos o que apenas intuí.
La muerte de los otros, de los queridos amigos, me produce un sentimiento egoísta. Ahora que el corazón está tan lleno de ausencias, puteo y puteo ¿por qué me dejaron?
Porque ahora estoy más solo. Como lo sentí con Rodolfo, con Jorge, con Carlos, con Beto y todos los queridos compañeros de la vida que se fueron y que extraño tanto, tanto.
Me dicen que un rayo te fulminó esa bella y noble cabeza. Que todavía respiras pero que ya nunca vas a volver a abrir los ojos, ni a hablar ni a sentir ni a andar con tu paso rengo por esta vida que embelleciste con tu literatura. Qué paradoja desear que te lleve la muerte, amigo del alma.
Te voy a extrañar hasta el último día de mi vida.
Anexo:
CONVERSACIÓN ENTRE PERONISTAS CON EL ESCRITOR TEODORO BOOT
Reportaje de Martín García para «Fuera de Agenda» su programa de la MUGICA TV 26/09/2019