domingo, 22 de abril de 2012

Marlon Brando, un rebelde eterno

Un 22 de abril com hoy hace 39 años, Marlon Brando renunció al Oscar como mejor actor por El Padrino para reclamar atención sobre la difícil situación de la población indígena en Estados Unidos. Hecho por cierto peculiar, considerando que mucha gente del espectáculo,  considerablemente menos favorecidos por las musas, estarían dispuestos a vender el alma tan solo por recibir un premio de cuarta en cualquier evento miserable.

por Roberto Palmitesta

Ya todos se habían despedido de su desproporcionada e inerte humanidad. El actor más famoso de la posguerra yacía entubado y solitario en su cama clínica cuando ocurrió su deceso en la madrugada del 3 de julio, pareciéndose al famoso padrino que creó con su originalidad y talento hace tres décadas, esperando la muerte en un gran hospital. Sólo que esta vez las probabilidades estaban en su contra y no sobreviviría -como lo hizo el patriarca Corleone en la antológica secuencia central- ya que sus dolencias cardíacas y respiratorias eran demasiado graves, y moriría justo a sus 80 años cumplidos, como si hubiera planeado no pasar de esa edad. Así se fue el actor más comentado e influyente del último medio siglo, convertido en un mito por los medios que nunca lo abandonaron, ya que siempre fue noticia, aún en su decadencia, dejando como legado un puñado de impactantes caracterizaciones fílmicas y una multitud de imitadores y fanáticos.

Brando murió como vivió: orgulloso, solitario, rebelde, desafiante, caprichoso, anticonformista e iconoclasta, tal como diría una vez: “No puedo ser otra persona sino yo mismo, aunque me peguen en la cabeza”. A pesar de que ganó muchos millones -y a veces alquilando apenas su carisma durante minutos- en sus últimos años se mantenía con una pensión del sindicato de actores y de la ayuda del seguro social, ya que su fortuna fue derrochada en excentricidades o gastada en líos legales. Amante de lo exótico -se casó o vivió con cuatro extranjeras-, curiosamente los que más lamentaron su muerte han sido los indios norteamericanos -por defender a menudo su causa- quienes pusieron la bandera a media asta en las reservaciones indígenas. Hasta Bush se vio obligado a dar una declaración de pesar desde la Casa Blanca, lo cual da una idea de la importancia del personaje.

Su su partida marcaba el fin de una era y se había ido un pedazo de Hollywood, un actor prometeico y omnipresente en las pantallas grandes y chicas, desde que nos conmovió como un militar minusválido e iracundo en la cinta de Fred Zinnemann, Los hombres, y luego como el marido abusivo en Un tranvía llamado deseo, más adelante como el rebelde motociclista en El salvaje, como el boxeador frustrado en Nido de Ratas, o como el patriarca mafioso en El padrino, o como el amante circunstancial de una parisina en El ultimo tango en París, o finalmente como el oficial desquiciado en Apocalipsis ahora, quizás su último gran papel.


Altibajos profesionales

Su carrera arrancó con buen pie en los 50, se estancó en los 60, revivió en los 70 gracias a El Padrino, pero a partir de los 80 hizo sólo papeles mediocres u olvidables, la mayoría tipo relámpago, aunque todavía se daba el lujo de cobrar tres millones de dólares por dejar poner su nombre en afiches y marquesinas. A pesar de que participó en unas 40 cintas, sólo la media docena de filmes arriba mencionados se pueden considerar como realmente antológicos, verdaderos hitos en la historia del cine. Obtuvo incontables premios y homenajes (destacándose sus cinco nominaciones y dos Oscares de la Academia) y su caracterización de un abogado anti-Apartheid, en A dry, white season (Una estación seca y blanca), realizado hace apenas 15 años- por poco le hace ganar un tercer Oscar como mejor actor secundario, aunque tampoco lo hubiera aceptado. En su último filme, hecho hace apenas tres años, The Score (Saldo de cuentas) interpreta al autor intelectual y financista de un espectacular robo de joyas, por primera vez al lado de Robert De Niro, irónicamente el actor que interpretara el mismo personaje que revitalizó su carrera, en la segunda parte de la saga de El Padrino.

Algunos fracasos notables: Desirée (como Napoleón), La condesa de Hong Kong, (la lamentable última cinta de Chaplin), Motín en el Bounty (como el oficial rebelde), Ellos y Ellas (Guys and Dolls, como un tahúr de bajos fondos, que canta y baila). Dirigió una sola película, One-eyed Jacks (El rostro impenetrable) un western poco apreciado por crítica y público, aunque algunos lo consideren ahora un clásico del Oeste. Si bien prefería roles dramáticos, gustaba actuar en comedias y se lo recuerda en algunas hilarantes cintas, como en Dos pícaros ladrones (Bedtime story, como un estafador de ricachonas) y como un mafioso en The Freshman (El novato) parodiando a Vito Corleone, personaje casi mitológico del cual jamás pudo escapar. En las últimas dos décadas sólo actuó como protagonista de dos cintas importantes, como un sensible psiquiatra en la romántica Don Juan de Marco y como el científico demente en el fallido remake de La isla del Dr. Moreau. Su último proyecto, ahora abortado, sería un largo documental sobre su persona, proyectada para filmarse este año -a cargo de un cineasta tunecino- y que se titularía Brando & Brando, aunque quizás se llegue a realizar sólo con retazos y opiniones de otros, sin su avasallante presencia física.

Brando tuvo la suerte de trabajar con los mejores directores de su época, (tales como Chaplin, Zinnemann, Kazan, Milestone, Dmytryk, Mankiewicz, Coppola, Pontecorvo y Bertolucci), y actuar con artistas de la talla de Vivien Leigh, Anna Magnani, Jean Simmons, Sophia Loren, Elizabeth Taylor y Faye Dunaway. Fue también un pionero, pues su original método de actuación –penetrante, intenso y espontáneo, aprendido en el Actors Studio- sentó la pauta para el cine mundial de la posguerra e influyó en actores como James Dean, Paul Newman, Sydney Poitier, Jack Nicholson, Dustin Hoffman, Al Pacino, Robert De Niro, James Caan, Mickey Rourke, Leonardo DiCaprio, Russell Crowe, Sean Penn y Johnny Depp, siendo estos cuatro últimos muy solicitados últimamente y considerados por la crítica como los más recientes herederos del estilo interpretativo liderado por Brando. En otros países también se sintió su influencia, pues Richard Harris y Alan Bates en Inglaterra, y Jean- Paul Belmondo y Alain Delon en Francia, y Klaus Maria Brandauer en Alemania, aplicaban el mismo método y elogiaban a menudo a Brando.

Rebelde, irreverente y promiscuo

Su desprecio por Hollywood fue evidente desde los años 70, simbolizado por su renuncia al codiciado premio de la Academia y por su búsqueda de nuevos horizontes en Francia e Italia. Su irreverencia lo convirtió en protagonista ideal para trabajar en dos hitos del cine erótico, primero en Candy (1968), aquella alocada sátira sexual del francés Christian Marquand con libreto del irreverente Terry Southern, donde Brando interpreta a un extraño guru seudo-oriental que embauca y fornica descaradamente con una ingenua ninfómana, junto a un reparto variopinto que incluyó nada menos que a Richard Burton, Walter Matthau, Ringo Starr, Charles Aznavour, Sugar Ray Robinson, John Huston y James Coburn. Con esa atrevida experiencia softcore en su currículo, Bertolucci no tuvo dudas en contratarlo para su Ultimo Tango en París, donde –además de escenas muy eróticas- aparece ensayando el sexo anal con Maria Schneider, algo antes impensable en una película no pornográfica, que la hizo clasificar como X –al igual que Candy- y a prohibirse en muchos países. Nuevamente, aún en su madurez, Brando sería el iconoclasta pionero de nuevas experiencias fílmicas.

Con esa actitud liberal sobre el sexo y el amor, y con la imagen de seductor sensual que arrastró desde sus primeros filmes, no extraña que su vida sentimental fuera bastante desordenada... y a veces trágica. Después de sus tres breves matrimonios entre 1957 y 1960, primero con la actriz de origen indio, Anna Kashfi, luego con la mexicana Movita Castañeda y finalmente con la tahitiana Tarita Teripaia, siguió teniendo amores con muchas actrices que lo admiraban, tales como Pat Quinn, Rita Moreno y Ursula Andress. (A esta última le preguntó una vez :”Nosotros ya hicimos el amor, verdad?, lo que da una idea de su obsesiva promiscuidad). En sus últimos años compartió la cama con su ama de llaves, María Cristina Ruiz, quien lo demandó por la bicoca de cien millones de dólares por olvidarse de ella y sus hijos cuando terminaron en el año 2000. En total tuvo 11 vástagos (5 con su apellido), pero dos le dieron muchos pesares, pues uno fue condenado a 10 años de prisión por asesinar al novio de su hermana Cheyenne (hija de Brando y con Tarita) y quien luego se suicidó. Sin embargo, a pesar de que se humilló por ellos y lo dejaron arruinado, lo consideraban un padre egoísta y errático, reflejo de una dura niñez con padres alcohólicos e irresponsables.

Un personaje polémico

Mientras muchos lo consideran un gran actor por su profundidad y talento, otros critican su desprecio por la profesión y su flojera como profesional (olvidaba sus diálogos e improvisaba mucho), además de su egolatría (gustaba monopolizar las escenas) y sus notorios caprichos de superestrella, pues se ausentaba mucho del plató y hacía exigencias absurdas, como la de ignorar a su propio director, Frank Oz, en su último filme. Gillo Pontecorvo, su director en Queimada! dijo de él: “Podía ser un dios frente a las cámaras y, minutos después, una persona insufrible”. Pero al conocerse su deceso, algunos colegas lo elogiaron así:

-Sophia Loren: “Fue un queridísimo amigo y compañero, muy educado y profesional. Actores como él deberían ser eternos”.

-Robert Duvall: “Fue uno de los actores más grandes y originales del siglo, sólo comparable con Laurence Olivier”.

-Bernardo Bertolucci: “Con su muerte, Marlon Brando pasó indudablemente a la inmortalidad”.

-Francis Ford Coppola: “Marlon odiaba los cumplidos. Así que lo único que diré es que me entristece su partida”.

Algunas de sus frases fueron antológicas, incorporadas a la mitología fílmica:

- “¡Stella, Stella!”, en Un tranvía llamado deseo (echando de menos a su mujer).

- “¡Contra lo que sea!”, en El salvaje. (al preguntársele contra qué se rebelaba).

- “Pude haber sido alguien”, en Nido de Ratas (conversando con su hermano).

- “Le haré una oferta que no podrá rechazar”, en El Padrino.

- “El que no pasa tiempo con la familia, no es un verdadero hombre” (idem).

- “¡Busca la maldita mantequilla!”, en El último tango en París.

- “¡El horror, el horror!” en Apocalipsis Ahora (refiriéndose a la guerra).

Un comentarista español resumió en su elegía del actor el sentir general de su fanaticada: “El cine se queda huérfano, pues fue uno de sus monstruos sagrados. Brando combinaba un talento único, un carácter difícil, una imagen sensual, una rebeldía constante. Algunos pueden haberlo odiado, pero la mayoría agradece de que haya vivido.” Paz a los restos de Brando... el grande, con todos sus defectos.


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