miércoles, 13 de octubre de 2021

LA VIUDA DE GARDEL.

Nació en Buenos Aires el 27 de abril de 1913. Se llamaba Isaac Rosofsky. Y aunque cambió su hebraico nombre por el británico seudónimo de Julio Jorge Nelson, el cachador ambiente del tango lo conoció por La Viuda.

Nelson convirtió en culto el recuerdo de Gardel. Él lo llamó El bronce que sonríe. Él aseguró que «cada día canta mejor», única frase hecha absolutamente veraz. Mientras algunos sospechaban que El Rusito quería vivir de la memoria de El Zorzal, otros sostenían que Gardel le debía en buena parte su perduración. De hecho, desde la muerte de Nelson, la voz de El Morocho del Abasto fue desapareciendo de las radios argentinas, salvo algún ocasional rebrote de aniversario. La mayoría del pueblo ni siquiera lo reconocería hoy si lo oyera, sobre todo al mejor Gardel, al de su etapa culminante entre 1926 y 1928. Así como no hubo otro Gardel, tampoco hubo otro Julio Jorge Nelson. Parodiado por todos los imitadores, fue un clásico de la radiofonía argentina.
Isaac, hijo de un zapatero, se crió en Villa Crespo. Su casa estaba en Triunvirato 225, dirección luego convertida en Corrientes 4943, frente al teatro Florencio Sánchez. Entreverado desde niño en el ambiente teatral y en el incipiente mundo de la radio, a los catorce años resolvió no estudiar más, decisión que le valió ser echado a la calle por el padre. Venido para el Centro, trabajó en la compañía de Angelina Pagano junto a Rosa Rosen, Marcos Zucker e Irma Córdoba. En los cafés vio que las orquestas no tenían quién le anunciase al público los temas. A falta de animador o glosista, alguno de los músicos anotaba con tiza el título en una pizarra. Esto le hizo imaginar que podría haber un lugar para su verba.
La vinculación de su destino con el de Gardel comenzó en 1933 cuando, por única vez, presentó como speaker una actuación del artista en el Teatro Nacional. En 1934 Nelson empezó a emitir por radio Buenos Aires el programa Escuche esta noche a Gardel, que intentaba mantener vivo el interés del público por un cantor ausente del país desde el año anterior. El 24 de junio de 1935, la noticia del accidente de Medellín sorprende a Nelson en el café Los 36 Billares, traída por Francisco Canaro y José Razzano. Poco después, por Radio Callao, inaugurada en enero de ese año, el locutor Carlos Enrique Cecchetti comenzó a difundir una audición totalmente consagrada al Morocho, que Julio Jorge pasó a conducir en 1936, bautizándola El bronce que sonríe. Ese programa se mudó en 1944 a Radio Mitre. Cada emisión diaria se iniciaba con esta portada: «A través del tiempo y la distancia perdura su nombre como el más auténtico símbolo de nuestro arte menor. Carlos Gardel, el bronce que sonríe». Nelson no olvidó el toque necrofílico, pertinente en la creación de cualquier mito, y tras la repatriación de los restos del Mudo, llegados desde Colombia el 5 de febrero de 1936, transmitió un programa desde la sepultura en Chacarita.
Otra audición diaria que le dio gran popularidad fue El éxito de cada orquesta, que creó en Radio Callao (emisora en la que además dirigió La Pandilla Corazón) para transferir luego a Mitre y finalmente a Rivadavia. Conociendo el valor de las fórmulas rituales, Nelson concluía cada programa con la misma despedida: «Hasta mañana, si Dios así lo permite». No era en absoluto religioso, pero aquello de prosternarse ante la voluntad del Supremo sonaba humilde y devocional. Uno y otro programa se mantuvieron empecinadamente en el aire, mucho después de que las emisoras empezasen a ralear sus espacios de tango.
En 1936, unió su vida a la de Margarita Ibarrola Isaurralde, cuando ella tenía 17 años, pero se separaron en 1945, dejando a su hijo de 7 años, Julio Carlos, (Cachito), con los abuelos paternos. El niño se colgó de su abuelo y ya no quiso soltarlo. Margarita emigró a Brasil, donde se casó con un alemán y tuvo con él dos hijos: Susana Carolina y Guillermo Federico Müller, pero volvió a separarse. Con el tiempo se perdió todo contacto con ella. Julio se casó en 1951 con Susana Carballo una cantante de tangos conocida como Susana Ocampo. Ese matrimonio no duró más que un año y medio. Se separaron entonces, pero sin formalizar el divorcio. Tras la muerte de Julio, Susana se presentó como heredera.
Julio iba todos los días a ver a sus padres, con los que vivía su hijo. Este fue al mismo colegio que él: el Francisco de Victoria, en Julián Álvarez 240. Cuando Cacho creció iba a verlo a Radio Mitre, en Arenales 1925, y hasta vivió un tiempo con él. Pero un día, a la edad de 14 años, se escapó de la casa de los abuelos, dejando una carta en la que les explicaba que se iba al sur. La verdad era que se marchaba hacia Guayaquil con dos amigos ecuatorianos. En Bolivia los detuvieron, pero consiguieron seguir viaje con un pasaporte colectivo. Llegados a destino, Cacho encontró empleo en el Club Barcelona. Tiempo después, oyó que llegaba de visita el Racing de Avellaneda, del que Julio era fanático. Empezó a merodear el Hotel Plaza, donde se hospedaban los racinguistas, hasta que logró entrar en el hall. En ese momento, el delantero Tucho Méndez, amigo de Julio y enterado de la desaparición del hijo, lo reconoció con enorme sorpresa. De inmediato telefoneó a Buenos Aires, y poco después, a través de un enlace con una radio de Guayaquil, Julio —que nunca le había demostrado afecto a su hijo— le pidió que volviera. Y Cacho volvió.
En 1972, cuatro años antes de morir, Julio fue a vivir con él, ya casado y con dos hijos, luego de haber sufrido dos infartos. Una mañana sonó el timbre de calle. Cuando Cacho abrió la puerta encontró ante sí una muchacha morena, de ojos negros, que simplemente le dijo: «Soy Susana. Soy tu hermana». Julio murió el 6 de marzo de 1976. Pocas semanas antes había abandonado la casa de su hijo en Martínez para instalarse en el Hotel Wilton, cerca de donde entonces estaba la radio. Pero el 2 de marzo le sobrevino un nuevo infarto, del que ya no pudo recobrarse. Estaba internado en el Anchorena. Su última aventura fue escabullirse de su cuarto hasta el de Julián Centeya cuando supo que también lo habían internado.
Aunque como letrista firmó varios tangos de cierta difusión, su éxito absoluto fue “Margarita Gauthier”, con música del talentoso Joaquín Mora. La pieza, que evoca al personaje de La Dama de las Camelias, atrae por su mórbido romanticismo, aunque lo mejor que puede decirse de esos versos es que no estorban el disfrute de la refinada melodía. Este tango fue grabado por Alberto Gómez en 1935, pero realmente se impuso a partir de la versión de Miguel Caló con Raúl Berón, en 1942, a la que siguió la de Aníbal Troilo con Fiorentino, en 1943. Entre las diversas interpretaciones posteriores pueden destacarse la de Osmar Maderna con Pedro Dátila, en 1947, y, tras la muerte de Maderna, la puramente instrumental de la Orquesta Símbolo, dirigida por Aquiles Roggero, y las de Astor Piazzolla: con Roberto Yanés, en 1964 y en solo de bandoneón en 1971.
Nelson —protagonista demoníaco en Megafón, o la Guerra, la novela póstuma de Leopoldo Marechal— fue autor también de los tangos “Carriego”, “Óyeme, mamá”, “Qué será de ti”, “No debemos retornar”, “Nocturno de tango”, “La casa vacía”, “Escuchando tu voz”, “Al volverte a ver”, “Junto al piano”, “Cuento azul” y “Derrotao”, entre otros. No formó un binomio creador con ningún compositor en particular, firmando sus tangos con músicos tan diversos como el ya mencionado Mora, Armando Baliotti, Roberto Nievas Blanco, José García, Miguel Nijensohn y Marcos Larrosa, entre otros. Tuvo además dos incursiones en el cine, en las películas Historia de un Ídolo y Soy del Tiempo de Gardel, ese tiempo que él contribuyó como nadie a prolongar.
Extraído del libro Tango Judío. Del ghetto a la milonga, De Julio Nudler, Editorial Sudamericana.