miércoles, 1 de mayo de 2019

EL "ARMANDITO"



En mi infancia, cursé la primaria en la escuela N°9 CE 4 "Don Pedro de Mendoza", vulgarmente conocida en el barrio como "Quinquela", por haber sido donada por él y ademas por ser su museo, su casa y su estudio. 
Justo enfrente, en la primera curvita de la Vuelta de Rocha supo haber fondeado un viejo velero, al que vimos deteriorarse con el tiempo y que en distintos periodos supo correr diversas suertes, desde humndirse hasta ser reflotado y convertido en restaurant.
Para nosotros, los pibes, era algo que desataba la imaginación, una especie de barco pirata de tamaño natural que estaba ahí, justo enfrente de la escuela. Siempre fué parte de nuestros juegos y escenario de maldades diversas e iniciaciones a los que venían por primera vez. Por esas cosas de la vida y del tiempo la infancia se fue retirando de nosotros, al fin el velero se pudrió, nosotros crecimos y la vida siguio su curso en otros escenarios.
Pero quedó en el recuerdo y siempre me preguntaba cual había sido la historia de ese barco. Me inquietaba saber porque termino sus días en esas aguas sucias y cuasi estancadas, cuando su figura y sus mastiles, evocaban claramente que habia nacido para otras lides y otros horizontes.
Y al final pude al menos hallar algunos retazos de su historia. No se si yo los encontré o vinieron a mi como una despedida que cierra un circulo de vaya a saber que cosa.
EL ULTIMO VIAJE DE LA GOLETA "ARMANDITO"
En este rincón las viejas historias de la mar están a la orden del día. Se recoge la última singladura del velero Armandito acaecida en el año 1945, desde Tenerife a Buenos Aires, a través del testimonio de Juan Acosta, quizá el último protagonista de la odisea.
- Tardamos noventa días en llegar a puerto. En Buenos Aires nos daban por desaparecidos. Cuando llegamos, media ciudad se apiñó en el muelle para ver a los lobos de mar. Los periódicos publicaron muchas historias de nosotros, la más curiosa de todas es la de que nos había aparecido el fantasma del Corsario Negro al Norte del Ecuador.
Juan Acosta, de 78 años, antiguo chiquillo-bote y veterano de la vendida, fue uno de los diecisiete tripulantes que se hicieron a la mar en el velero construido en Estados Unidos en 1890 y bautizado con el nombre de Georgia Gilkey; más tarde fue adquirido por armadores españoles bajo los nombres de Paquito Orive y Armandito para emplearlo en la pesca, sirviendo de barco-nodriza entre las islas y las costas africanas.
- El velero, de tres palos, más de doscientos metros y mil y pico toneladas, estaba arrimado en puerto hasta que lo compró un catalán para mandarlo a la Argentina a suministro de grasa para una fábrica que tenía de leche en polvo. Antes de irnos para abajo estuvimos remontando La Isleta más de una semana sin poder entrar en Las Palmas, el barco pegaba viento, iban rozando pero no pudo remontar. Cuando lo varamos en Buenos Aires descubrimos que no tenía quilla. Por eso estábamos de aquí para allá a lo loco. La gente estaba extrañada con nosotros, pensaban que éramos un velero de los que iban para Venezuela sin permiso, como el Mocho, la Estrella, el Marte o el Platanito, con emigrantes.

La travesía del Armandito, no exenta de vicisitudes como luego veremos, nunca podría tener parangón con la de los barcos fantasmas -Padrón Albornoz nos ha hecho ver cómo se ha confundido este viaje con el de los veleros clandestinos de posguerra-, ya que sus motivaciones fueron totalmente distintas y el equipamiento, pese a que llegó casi a punto del desguase, menos que envidiable. Así, resaltaremos algunos momentos que dejaron honda impresión en nuestro narrador, cuando el barco afrontó los temibles tifones y las desesperantes calmas del trópico.
- A los diecisiete días nos cogió un temporal que anegó el lastre de agua. El capitán don Manuel Mora puso el barco a la capa, a capiar el tiempo en popa y nos metimos en el Ecuador. Se nos había presentado tan rápido que una de las veces salía por la puerta de la cocina y me tocó un porrazo de mar y salí rodando por la cubierta. Sí quepo por el desagüe salgo por la banda. Pero eso no fue nada comparado con el miedo que cogimos cuando se nos presentó un remolino. Parecía que se iba a chupar el barco como si fuera un fonil. El capitán lo rompió de un cañazo, iba preparado porque sabía que eran sitios de muchos relámpagos y muchos remolinos de viento.
Tampoco faltaron las temibles calmas chicha que, según narraciones de la marinería, volvieron locos a más de uno al verse anclados en medios del océano. Juan Acosta continúa describiendo los pormenores del viaje.
- En el Ecuador nos dio la calma chicha. Estuvimos parados once días. ¡Peor que el temporal porque allí es donde se parte el mundo y se juntan los cuatro mares! No hacía ni una brisa de viento y el barco no hacía más que dar grandes bandazos que se partían los cadernotes de la banda. Pedimos socorro y nos salió un barco de guerra brasilero. Nos dijo que el velero no lo podían sacar de allí y que nos tiráramos al agua.
No hubo necesidad de dejar el barco al garete y salvaron el escollo. Más adelante, cerca de la isla de La Ballena, volvieron a caer en la quietud absoluta.
- Tenía miedo a volverme loco, por eso me asusté cuando me pareció ver a un montón de gente bañándose tranquilamente cerca del barco. Me puse a observar y me di cuenta de que eran focas. Nunca había visto tantas focas juntas. Allí nos entretuvimos pescando bailas, un pescado muy gustoso, parecido a las cabrillas nuestras. Pero fueron tanto las focas que se engodaron que por último ya no sacábamos una entera.
Una vez pensamos que Severiano había perdido el tino porque le dio por beber agua salada. Nos miraba y se echaba a reír. Decía que era agua dulce. Todos estábamos desesperados por beber agua porque la única que tomábamos era la que recogíamos de la lluvia en un encerado. Severiano seguía sacando baldes de agua del mar y con la matraquilla de que era dulce. Hasta que no le dio por coger una pastilla de jabón e hizo espuma, no le creíamos. Habíamos entrado por el Río de la Plata y no lo sabíamos.
En Buenos Aires recibieron una acogida multitudinaria. Los partes y noticias que días antes se publicaban no eran nada esperanzadores para los tripulantes del Armandito. La prensa empezó a entretejer toda una historia en la que no faltaban secuestros en las costas africanas, apariciones de fantasmas, del Corsario Negro y de Honorata de Wan Guld, en el Mar Caribe, que aumentaban las ventas y la expectación hacia los navegantes, a los que se daba por muertos.
- La gente se amontonaba por vernos; nos tiraban dinero y cigarros. Nos dieron fiestas en los clubs de los canarios. El gobierno nos dio un pase para estar seis meses comiendo y bebiendo en los restaurantes que quisiéramos sin pagar una gorda.
Juan Acosta nos muestra unos trozos de periódico, amarillentos y consumidos por el tiempo, de gran valor sentimental pues recogen parte de la recepción de que fueron objeto en aquella tierra, entonces pródiga; asimismo, un afiche del general Perón y otro de la venerada Evita.
- Al año me vine para acá en un Monte, cuidando ganado, toros y vacas. Las autoridades no permitieron que el velero zarpara porque se estaba pudriendo, quedó allá y, según parece, lo convirtieron en cabaret porque tenía una cámara buena. El capitán vendió las cuatrocientas toneladas de piedra que llevábamos de lastre. Los callaos eran del barranco de Tahodio y lo emplearon allá para molerlo y usarlo en la construcción.
Y esta es la otra parte de la historia, mas pedestre y porteña a través del testimonio del Sr.Carlos Galiano:
Durante mucho tiempo estuvo amarrada en la Vuelta de Rocha una vieja goleta de tres palos llamada "Armandito". Pertenecía a mi tío y padrino Pascual Carucci, que era amigote tanto de Quinquela como de Filiberto. Esa goleta se recibió como parte de pago de un trabajo portuario y en todos los años que estuvo en la Boca solo se movió una vez para ir al Uruguay a buscar un cargamento de madera. Antes de llegar a la Boca, "los desconocidos de siempre" ya le habian afanado el menaje de altísima calidad que usaba el capitán para sus invitados. La única utilidad comercial que tuvo fue el uso de un excelente guinche, muy largo el palo de guía, que permitía cargar y descargar chatas amarradas en "segunda andana".
Esa goleta fue utilizada para filmar dos películas "Juan Globo" con Luis Sandrini y "El Conde de Montecristo"; ésta con un excelente elenco encabezado por Elina Colomer y Jorge Mistral. El primer día de filmación cuando todo estaba preparado para decir "acción" descubrieron que en la amura de proa había un señor que estaba haciendo un boceto, al carboncillo, de un futuro cuadro. Se paralizó todo. El "gallego" Mistral no entendía que se parase el trabajo y pataleó. Le tuvieron que explicar que el pintor era uno de los grandes plasticos argentinos. Nadie dijo "a ver cuando se va este hinchapelotas". Esperaron dos horas hasta que terminase, con todo respeto. Cuando terminó su labor, Quinquela, se sorprendió del bolonqui que tenía detras. Y con mucha humildad pidió perdón "por haber molestado". Le regaló a mi tío ese carboncillo y una acuarela. Ese bocetó "lo heredé" hasta que se perdió en una de las grandes inundaciones (junto con TODA mi casa) de Avellaneda en octubre de 1967.


MEMORIAS DEL TIEMPO BOTÓN, QUE TODO SE LO LLEVA


Aquel al que acostumbro a llamar "yo", aquel al que los otros llaman por mi nombre, fue alguna vez, una mota de polvo cósmico.
Hace mas de setenta años, esa partícula de cosmos se coló por las celosías de una desvencijada ventana de la calle Cnel.Salvadores, en la Boca, a una cuadra del puerto, para dotar de un alma a cierta criatura que se empeñaba en nacer del vientre de la que sería mi madre Carmen Soengas.
Fue así, que recibí un nombre y un destino.
Allí donde la calle Garibaldi hace esquina con el viento de la rivera, supo haber en otro tiempo, un café-bar, fonda y almacén de propiedad de un gallego llamado Melchor, mi abuelo.
Ese lugar que para todos siempre fue claramente un bodegón del puerto, a mi siempre se me hizo, un teatro mágico, una función eterna y subyugante. En ese sitio, entre sus mesas, pasé los años mas luminosos de mi vida.
Por la mañana estibadores que pasaban a tomarse la copa matutina para mitigar el frío y las fatigas, diarieros, como el “Tapo”, carreros, vendedores ambulantes.
Al mediodía el boliche se transformaba en fonda y comenzaban a ocupar las largas mesas, los carboneros con sus ropas grises ennegrecidas por el hollín, su contra parte los molineros con sus uniformen enharinados, la gente del astillero, del taller naval y así esas mesas robustas que hacía y mantenía a pura hacha el otro gallego, mi tío abuelo Javier, se vestían de papel y realzaban la tosquedad de la vajilla y las botellas de vino a medio consumir, que se guardaban celosamente del día anterior con la firma del cliente.
Y así, todo se convertía en trajín y algarabía.

-Marche un guiso caballú! Dos de albóndigas con papas!

Mi abuela Maria era el fogonero que desde la cocina, detrás de su grandes y ennegrecidas ollas, proveía el combustible para que hacer viable el funcionamiento del puerto, llenando la barriga de esos hombres que en invierno y verano con sus cuerpos, con sus modestos y arraigados saberes, hacían andar la maquinaria, de sol a sol.
Ya cerca de las 14 hs. luego del vino y con tres platos y postre en la bodega, los sonidos ambientes y la algarabía comenzaban a bajar, los comensales comenzaban a retirarse, algunos a retomar inmediatamente las tareas, otros a entregarse a una pequeña siesta sobre algún ocasional tablón de los que abundaban en el puerto.
Ese era el momento que la familia aprovechaba para sentarse a la mesa, para yantar y descansar.
En el lugar de la arcada se ponía una mesa larga, nunca eramos menos de once, contando la familia, entenados y protegidos de mi abuelo.
Luego de esto y café por medio, aún quedaba lavar los platos y dejar todo a punto para la noche cuando la fonda se erguía en su mejor versión.
Al caer la tarde en el comienzo de los prolegómenos del anochecer, se abría un interregno donde algunos parroquianos se tomaban algún aperitivo mientras leían “La fija”.
Entretanto algún que otro curda se mandaba una ginebra y se terminaba de cerrar alguna mesa de baraja o dominó.

- Vamos despejando! que hay que poner las mesas..

Despotricaba el gallego, mientras los clientes farfullaban molestias mientras juntaban los porotos del tanteo.
Y de a uno comenzaban a llegar los comenzarles de la noche. Todos hombres solos, que habitaban en las piezas de los conventillos vecinos, a veces compartiendo con algún “socio” como lo llamaban en esos tiempos. La mayoría gente llegada huyendo de la mishiadura en la Europa de posguerra, otros que ya estaban de antes huidos de la guerra civil española, anarquistas libertarios y todo el catalogo imaginable en una antología de la rosca izquierda. Tanbíen se podía encontrar uno que otro criollo curtido y decidor. Pero sin excepción en todos ellos estaba presente la sombra del quijote derrotado.
Por las noches yo me quedaba con mi abuelo y siendo el único niño de esa cofradía era un poco como el hijo de todos y me la pasaba de mesa en mesa atendiendo a fulano o a sutano que me contaba alguna cosa fantasiosa, la mas de las veces. Descollaba como nadie para eso un gallego llamado Gaspar Marín de profesión incierta, que se decía autor de obras de teatro y cosas por el estilo, que entre otros relatos me hizo creer durante un tiempo largo que era amigo del Pato Donald.
Mi padre solía decirme, quizás un poco celoso en el fondo: “… si te seguís juntando con todos esos, vas a terminar chiflado como ellos”, suelo pensar en estos días, que quizás a mi padre, no le faltaba algo de razón.
Y así transcurría la velada entre conversaciones de mesa a mesa y cargadas sobre algún “punto” circunstancial, generalmente sobre los que mas se calentaban con la joda. De vez en cuando caía con aviso previo algún artista de esos que pasaban la gorra al final. Que se yo para ilustrar: “El Negro y la Paisanita” Algún charlatán de esos que adivinan cosas y fauna por el estilo. Memorable fue la noche en que llegó un prestidigitador medio faquir que un momento de su acto sacó un tubo fluorescente se lo puso en la boca, lo masticó y trago los vidrios, y seguidamente como muletilla parte del acto, con otro tubo en la mano se dirigió al publico y preguntó:

- Alguno del publico se atreve?

Desde el fondo del boliche donde estaba un grupo de gallegos todos rubicundos y colorados que trabajaban en las cámaras frigoríficas de los barcos se oyó una voz que dijo:

- Pues hombre! Eso si lo haces tu yo lo puedo también, coño!

La voz era de uno de los gallegos primo de un pariente mio conocido como “Barullo” que sin esperar respuesta, avanzo hacia el mago, le quito el tubo y le dio un mordisco que trago el muy bestia.
Hubo que llevarlo al hospital, el animal casi se muere.. bueno así se gastaban esas noches… en el café de Melchor.
En realidad el alma de todo ese dislate no era otro que mi propio abuelo Melchor que en el fondo era un niño y se divertía mas que nadie en ese ambiente.
El almacén o despacho de comestibles no le interesaba y se lo dejaba a Javier su hermano y socio de la firma Soengas Hnos.
Javier no tenía paciencia para el bar, era bueno, pero hosco y poco dado a aguantar la charla de nadie y menos que menos la de los curdas. De hecho tenia bajo el mostrador un palo tipo cachiporra que todos llamaban “amansa locos”.
En cambio se llevaba bien con el despachar fideos, porotos y esas cosas. Su verdadera vocación era andar con rampas de madera barriles de vino y cosas primitivas, tales como hachas, mazas y formones. Como muestra vale consignar que jamas pudo aceptar el concepto del te en saquitos y nunca se dignó despachar esa infusión desde que se implementaran las bolsitas . Cierta vez interrogado al respecto, solo se pudo extraer una respuesta : “Eso no es te” punto y jamas se volvió a hablar mas del asunto.
Melchor estaba en el otro extremo hasta físicamente. Javier era alto y morrudo, introvertido, en cambio mi abuelo era del tipo de Narciso Ibañez Menta chiquito flaco y vivaz. Siempre con un pucho en la comisura de los labios, el vivía un personaje que lo mantenía en un mundo de fantasías. En su rol de tabernero de los puertos se creía Jean Gabin en “El muelle de las Brumas”.
En fin, en el intenso juego de esos caracteres se construía la cotidianeidad en esos tiempos y en esos escenarios.


Jorge Tejera Soengas



ESA MARAVILLOSA CELEBRACIÓN DE LA MAGIA DE LAS LETRAS QUE ES EL FINAL DE "CIEN AÑOS DE SOLEDAD" DE GABRIEL GARCÍA MARQUEZ-

"Herido por las lanzas mortales de las nostalgias propias y ajenas, admiró la impavidez de la telaraña en los rosales muertos, la perseverancia de la cizaña, la paciencia del aire en el radiante amanecer de febrero. Y entonces vio al niño. Era un pellejo hinchado y reseco que todas las hormigas del mundo iban arrastrando trabajosamente hacia sus madrigueras por el sendero de piedras del jardín. Aureliano no pudo moverse. No porque lo hubiera paralizado el estupor, sino porque en aquel instante prodigioso se le revelaron las claves definitivas de Melquíades, y vio el epígrafe de los pergaminos perfectamente ordenado en el tiempo y el espacio de los hombres: El primero de la estirpe está amarrado en un árbol y al último se lo están comiendo las hormigas. Aureliano no había sido más lúcido en ningún acto de su vida que cuando olvidó sus muertos y el dolor de sus muertos, y volvió a clavar las puertas y las ventanas con las crucetas de Fernanda para no dejarse perturbar por ninguna tentación del mundo, porque entonces sabía que en los pergaminos de Melquíades estaba escrito su destino. Los encontró intactos, entre las plantas prehistóricas y los charcos humeantes y los insectos luminosos que habían desterrado del cuarto todo vestigio del paso de los hombres por la tierra, y no tuvo serenidad para sacarlos a la luz, sino que allí mismo, de pie, sin la menor dificultad, como si hubieran estado escritos en castellano bajo el resplandor deslumbrante del mediodía, empezó a descifrarlos en voz alta. Era la historia de la familia escrita por Melquíades hasta en sus detalles más triviales, con cien años de anticipación. La había redactado en sánscrito, que era su lengua materna, y había cifrado los versos pares con la clave privada del emperador Augusto, y los impares con claves militares lacedemonias. La protección final, que Aureliano empezaba a vislumbrar cuando se dejó confundir por el amor de Amaranta Úrsula, radicaba en que Melquíades no había ordenado los hechos en el tiempo convencional de los hombres, sino que concentró un siglo de episodios cotidianos, de modo que todos coexistieran en un instante. Fascinado por el hallazgo, Aureliano leyó en voz alta, sin saltos, las encíclicas cantadas que el propio Melquíades le hizo escuchar a Arcadio, y que eran en realidad las predicciones de su ejecución, y encontró anunciado el nacimiento de la mujer más bella del mundo que estaba subiendo al cielo en cuerpo y alma, y conoció el origen de dos gemelos póstumos que renunciaban a descifrar los pergaminos, no sólo por incapacidad e inconstancia, sino porque sus tentativas eran prematuras. En este punto, impaciente por conocer su propio origen, Aureliano dio un salto. Entonces empezó el viento, tibio, incipiente, lleno de voces del pasado, de murmullos de geranios antiguos, de suspiros de desengaños anteriores a las nostalgias más tenaces. No lo advirtió porque en aquel momento estaba descubriendo los primeros indicios de su ser, en un abuelo concupiscente que se dejaba arrastrar por la frivolidad a través de un páramo alucinado, en busca de una mujer hermosa a quien no haría feliz. Aureliano lo reconoció, persiguió los caminos ocultos de su descendencia, y encontró el instante de su propia concepción entre los alacranes y las mariposas amarillas de un baño crepuscular, donde un menestral saciaba su lujuria con una mujer que se le entregaba por rebeldía. Estaba tan absorto, que no sintió tampoco la segunda arremetida del viento, cuya potencia ciclónica arrancó de los quicios las puertas y las ventanas, descuajó el techo de la galería oriental y desarraigó los cimientos. Sólo entonces descubrió que Amaranta Úrsula no era su hermana, sino su tía, y que Francis Drake había asaltado a Riohacha solamente para que ellos pudieran buscarse por los laberintos más intrincados de la sangre, hasta engendrar el animal mitológico que había de poner término a la estirpe. Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugado por la cólera del huracán bíblico, cuando Aureliano saltó once páginas para no perder el tiempo en hechos demasiado conocidos, y empezó a descifrar el instante que estaba viviendo, descifrándolo a medida que lo vivía, profetizándose a sí mismo en el acto de descifrar la última página de los pergaminos, como si se estuviera viendo en un espejo hablado. Entonces dio otro salto para anticiparse a las predicciones y averiguar la fecha y las circunstancias de su muerte. Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra."

EL RÍO

Desde hace un tiempo despertar en la mañana viene siendo sinónimo de cierto estado de angustia rayano en la levedad, lejos de la desesperación y bastante emparentado con la tristeza y la estética de un presente tremendamente acotado por la parafernalia de recuerdos que el escenario de las ruinas del pasado familiar transmite.
No doy bola, rutina cuartelera, ducha, afeitada café bebido, viva la patria y a la calle. Nada mejor que una caminata enérgica para conjurar fantasmas. Calle Garibaldi, la vía, los perros callejeros, uno que otro transeúnte mañanero, giro en la esquina y puedo ver el puerto, Vuelta de Rocha, el puente a lo lejos y un banco frente al río. Está fresco hay viento y la altura del agua denota sudestada, mi mirada se pierde en el horizonte de ese paisaje vacío. 
Ya no hay barcos, no hay estibadores no hay signo alguno de actividad portuaria, eso ya no es un puerto, solo es un espejo de agua destinado a la explotación turística y a un destino incierto atado a los avatares de la especulación inmobiliaria y la metamorfosis que tarde o temprano unirá su destino a las inversiones millonarias, a los docks y hoteles de lujo de Puerto Madero.
Sin embargo, allí esta el río, como un animal agazapado, reptando, hoy dominado, pero siempre amenazante. 


Allí está ese río que se llevo la vida de mis mayores, que devoro el destino de tantos otros, que vinieron a “hacerse la América” y la América terminó por hacerse con ellos. Esta mañana me encuentra al final de un círculo frente a la bestia, cuya mirada puedo presentir clavada en mi.

RIACHUELO PUENTES Y TRANSBORDADORES


Transbordador Urquiza - Calle Patricios
Entre los años 1913 y 1915 en el cuartel 7º de Avellaneda (hoy Dock Sud y Avellaneda Centro) se inauguraron cuatro puentes que atravesando el Riachuelo la unían con la Capital Federal. En los tres transbordadores y en el puente se cobraba peaje.
Antes de 1913 eran escasos los puentes que unían ambas márgenes; solo el Barracas (hoy Pueyrredón viejo) y el Alsina.
Cruzaban con puentes por Avellaneda los ferrocarriles del Sud, del Oeste, de Entre Ríos, los de la Ensenada, que convergían en el Mercado Central de Frutos y el tranviario Bosch; además Avellaneda tenía los tres frigoríficos más grandes del país, el Mercado General de Haciendas, las industrias metalmecánicas, de vidrios y cristalería, lavadero de lanas, curtiembres, fábricas de jabón, etc. instaladas en el borde del Riachuelo en Piñeiro.
Avellaneda, la “Chicago Argentina”, tenía bien puesto el apodo por el enorme potencial en su actividad comercial e industrial. Ya se había dragado y rectificado el Riachuelo desde la desembocadura hasta la Avenida Mitre. Ello llevó a que en 24 meses funcionaran cuatro puentes más en la hoy localidad Dock Sud y Avellaneda Centro, para el transporte de personas y mercaderías.
Vista del Puente Transbordador Justo José de Urquiza, que cruzaba el Riachuelo de Buenos Aires a Avellaneda a la altura de la Avenida Patricios. Fue desarmado en los años '60.
Atrás asoma el viejo Frigorífico “La Blanca” y al fondo se distingue el otro transbordador luego desmantelado, el Presidente Luis Sáenz Peña, a la altura de la calle Garibaldi y mas atrás, el puente ferroviario frente a la barraca Pena.
Fecha 1944
Transbordador Saenz Peña-Calle Garibaldi
Puente Pueyrredón Levadizo - Calle Vieytes

Puente Ferroviario - Barraca Peña



Puente Tranviario Bosch- Barracas



ESTACIÓN YRIGOYEN LA OTRA PARADA DEL ROCA EN CAPITAL.

Inaugurada como Barracas al Norte, sufrió una importante cantidad de cambios con el paso del tiempo y la ampliación del servicio con destino al Gran Buenos Aires y el Sur de la Provincia.
Poco utilizada pero siempre presente, la estación Hipólito Yrigoyen, en el barrio de Barracas, se encuentra ubicada en el pasaje Darquier y es una de las dos únicas paradas que la línea Roca tiene en la ciudad de Buenos Aires.
Inaugurada en el año 1866 bajo el nombre de “Barracas al Norte”, fue bautizada de esa manera para diferenciarla de “Barracas”, que era como se conocía a la actual estación Avellaneda, que desde entonces pasó a ser denominada “Barracas al Sur”. En esos tiempos abundaban en la zona varios depósitos de lanas y cueros que eran los que le daban el nombre a la zona.
En un primer momento, la estación Barracas al Norte estaba conformada por unas pequeñas construcciones de madera, con cabina de señales, refugio, casilla y edificio de pasajeros del mismo material; que algunas décadas más tarde fueron reemplazadas por un edificio más moderno y adaptado a los cambios que sufrió la línea de ferrocarriles. De hecho, al momento de su inauguración, el por entonces Ferrocarril Sud solo tenía una sola vía entre Plaza Constitución y Chascomús.
Más tarde llegó la doble vía, la construcción conforme a la creciente demanda de pasajeros y cargamentos- de otras dos vías a un nivel superior; y finalmente la elevación de las originales para dejar una cuádruple vía que recorre desde el kilómetro uno hasta el puente sobre el Riachuelo.
Progreso:
Para 1901, los operadores del Ferrocarril Sud decidieron la remodelación de la estación “Barracas al Norte”. El motivo era simple: el movimiento de pasajeros había pasado de 1.931.370 en 1890, a 5.621.310 en el año 1900.
Para ello, le encargaron al estudio de arquitectos británicos Paul Bell Chambers y Louis Newbery Thomas la remodelación que finalizó en el año 1908 según los registros históricos, aunque hay historiadores que indican que fue en 1909.
Para darles nuevos aires a la estación, los arquitectos dejaron de lado la disposición inicial y diseñaron un edificio muy moderno en forma de un bloque de dos pisos de altura que fue construido de manera longitudinal a las vías.
Además de convertirse en una edificación de avanzada para su época, la estación fue provista con un corredor bajo el terraplén que se conectaba con el lado opuesto de la vía. La forma abovedada de los arcos del pasaje sostienen el peso de la estructura.
La edificación es vistosa desde la calle como también desde los únicos andenes donde se detienen las formaciones y desde el paso del tren que no para en la estación.

EL DOCK SUD (EL DOCKE)

Dock Sud es una ciudad del partido de Avellaneda en la provincia de Buenos Aires en Argentina. Forma parte del Área Metropolitana de Buenos Aires. Fue nombrada ciudad oficialmente el 16 de octubre de 2014.
Su nombre proviene de la dársena (dock, en inglés) construida en la orilla sur del Riachuelo, que hoy constituye el Puerto de Dock Sud, utilizado en gran parte por buques petroleros. La actividad más importante es la industria petroquímica que, a lo largo de los años, produjo daños ambientales en la zona.
La localidad de Dock Sud tuvo su origen en 1887 cuando comenzó la construcción del Mercado Central de Frutos, una gigantesca barraca en la costa del Riachuelo (en la actual localidad de Avellaneda, ciudad de Buenos Aires), para el almacenamiento principalmente de lana y cueros. Esta obra formaba parte de un proyecto aún mayor que incluía obras de canalización en la desembocadura del Riachuelo para permitir el ingreso de buques mercantes de gran calado.
Interesado en apoyar este emprendimiento, el 12 de octubre de 1888, el gobierno nacional sancionó la ley que le otorgaba el derecho de excavación y explotación de un Puerto en esa zona a la Sociedad Dock Sud de la Capital, propiedad de la empresa Paul Angulo y Cía. El diseño y la dirección de las obras de este nuevo puerto estuvieron a cargo del ingeniero Luis Augusto Huergo, quien también se ocupó de realizar el trazado de un barrio para albergar a los operarios. Los trabajos comenzaron en noviembre de 1889; sin embargo, a mediados del año siguiente, la empresa concesionaria quebró y la mayoría de las viviendas fueron abandonadas.
Poco después, la concesión pasó a manos del Ferrocarril del Sud, que finalizó los trabajos en 1905. Para entonces, la zona ya contaba con un importante asentamiento conocido por los vecinos como “Dock Sud”, en referencia a la sociedad mencionada.
En esta gran dársena se instalarían primero descargadores de carbón y de cereal. Años más tarde en la década de 1920 se instalarían el frigorífico Anglo y parques de tanques de combustibles. Paulatinamente comenzarían a instalarse usinas de electricidad y otras instalaciones industriales.

PARQUE LEZAMA

El Parque Lezama está entre las calles Defensa, Brasil, Av.Paseo Colón y Av. Martín García, San Telmo. En la época de la colonia se lo conocía como "La punta de doña Catalina" y en otra época como "La quinta de los ingleses" que se inauguró en noviembre del 1917. El terreno que ocupa el Parque Lezama era el jardín de la casa de Gregorio Lezama, quien aficionado a la jardinería y el paisajismo plantó diferentes clases de árboles. En los alrededores esta el bar Británico, la Iglesia Ortodoxa Rusa. Por dentro se destaca la Loba Romana, el Anfiteatro, una fuente Du Val D ́Osne, el Mirador, el monumento a la Cordialidad Internacional, El conocido museo Histórico Nacional y varios lugares dignos de visitar. El Museo Histórico se instaló desde 1897 siendo el más antiguo de la ciudad y el mas grande con una superficie de 8 hectáreas. En el reparto de tierras en 1583 realizado por Juan de Garay, estos terrenos fueron adjudicados al Capitán Alonso de Vera.
Reseña histórica: Fue creado sobre una de las barrancas naturales de la ciudad. El lugar era conocido como la Quinta de los ingleses, por sus dueños originarios. En 1700 se instaló una barraca perteneciente a la Compañía de Guinea, dedicada al tráfico de esclavos negros.

Algunos historiadores sostienen que en esas tierras fue establecido el primer asentamiento que tuvo Buenos Aires, en 1536, por Don Pedro de Mendoza.

El origen del parque fue la quinta de Horne, de propiedad de Carlos Ridgely Horne, norteamericano nacido en Baltimore en 1801, casado con una Argentina, hermana del general Lavalle. Este había llegado a Buenos Aires en 1830. La quinta que adquirió conocida como "la cuesta de Horne" estaba al lado de la quinta del Almirante Brown. En 1907 la vendió a 900 mil pesos al salteño Gregorio Lezama casado con doña Ángela de Álzaga en segundas nupcias.

La barranca era a fines del siglo XVIII propiedad de Manuel Gallego y Valcárcel, secretario del Virrey Pedro Melo de Portugal quien es el que le vende en plena Subasta a Daniel Mackinlay. El ingles Daniel Mackinlay nace en Londres en 1772. Su mujer era Ana Lindo había nacido en Jamaica en 1782 siendo hija de un aristócrata español. Mackinlay, quien la había adquirido la casona de 42 habitaciones en una subasta publica instaló su quinta y levantó la casa, sobre la barranca y frente al río. Sobre el edificio flameaba la bandera inglesa, por ese motivo la gente se acostumbró a llamarla "La quinta de los ingleses". Daniel Mackinlay era herrero y fallece luego de habitar la quinta 14 años en 1826. 
Veinte años después de la muerte de su consorte en 1845, su viuda vendió la casona a Carlos Ridgely Horne, quien amplió la residencia adquiriendo terrenos vecinos. Ana Lindo se refugia en Inglaterra. Horne anexó varios terrenos e hizo construir una nueva mansión sobre la calle Defensa que fue la más lujosa de Buenos Aires. Horne fue expulsado después de Caseros por la buena relación con Rosas y en 1857 la propiedad fue confiscada después de la caída de Rosas y Horne se instala en Montevideo. La casona fue escenario de combates, entre las fuerzas porteñas y el coronel Hilario Lagos.
A principios de este siglo en 1857 la quinta fue comprada por el salteño Gregorio de Lezama para instalar su casa de veraneo. Su esposa María Carolina de Álzaga, amante de las plantas exóticas, hizo traer colecciones de ejemplares de todas partes del mundo que aún algunas se conservan. Ella era hija de Félix de Álzaga. Lezama con su esposa tuvieron un solo hijo Máximo que fallece en París a los 27 años. Ellos vivieron 17 años en la casona. Fallecida su primera esposa Lezama se casa en segundas nupcias con su cuñada Ángela de Álzaga. Ella fue quien sobrevivió a su esposo Lezama también había anexado un terreno vecino extendiendo la propiedad hasta la calle Brasil. Contrató en Europa un especialista en el trazado de parques Varekee, y consiguió poseer el parque privado más hermoso de Buenos Aires. Eran famosas las magnolias que cubrían canteros bordeados de Arrayanes. Amplió y mejoró la mansión de dos pisos rematados por un alto mirador, los salones de la residencia fueron decorados por el artista uruguayo León  Pellejó.
Cuando Gregorio fallece su viuda lo cedió a la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires en 1894 por una suma irrisoria, a condición de que fuera un parque público y llevara el nombre de su marido. Desde 1897 funciona en la mansión el Museo Histórico Nacional (Defensa 1600) que se conserva allí entre varios objetos una reliquia de valor incalculable: El estandarte real (que era el símbolo de poder del rey) que regaló al Cabildo porteño el capitán don Hernando de Vargas en 1605 ( año de la gran epidemia de viruela en Buenos Aires que deja la ciudad desprovista de sirvientes y mano de obra). A destacar Don Hernando de Vargas fue el primer contador de Buenos Aires designado por el rey y enemigo personal de Hernandarias.
La versión oficial de la primera fundación de la ciudad indica que el lugar fue Parque Lezama y/o sus alrededores. Sin embargo, esa afirmación no es el resultado de una lectura seria de los documentos de la época, sino de la visión que se tenía en 1936, cuando se decide sobre esta teoría después de considerar cómo los conquistadores debieron haber pensado la fundación".
Se realizó excavaciones en el inmenso predio de Parque Lezama y no halló ninguna evidencia de la llegada del conquistador español Pedro de Mendoza a estas tierras hace casi cinco siglos.
Hacia fines del siglo XVIII el terreno del museo pertenecía a Juan Necochea Abascal. La actual calle Defensa con el linde con el parque tenia la barranca de Ventura Miguel Marcó del Pont y se la conocía como Barranca de Marcó. Alli era un predio propicio para duelos. A ambos lados la que daba sobre Brasil era propiedad de la Real Compañía de Filipinas, cuyo apoderado era Martín Sarratea, asiento de negros esclavos cuando desembarcaban y antes de su remate y hacia Martín García la propiedad de Andrés Caxaraville. La barranca era a fines del siglo XVIII propiedad de Manuel Gallego y Valcárcel, secretario del Virrey Pedro Melo de Portugal quien es el que le vende en plena Subasta a Daniel Mackinlay.

LA QUERENCIA



En Buenos Aires busqué el café que era mi café, y no lo encontré. Busqué el restorán donde yo comía caracú en inmensas fuentes a cualquier hora del día o de la noche, y tampoco estaba. Donde había estado mi cantina preferida, el Bachín, había un montón de escombros. Habían arrasado el Bachín, y con el Bachín habían matado el mercado donde yo siempre iba a comprar frutas y flores o por la pura fiesta de la nariz y los ojos. Alguien me dijo que el Bachín se había mudado, y que ahora tenía otro lugar y otro nombre.
Una noche fui. Me detuve ante la puerta de ese nuevo Bachín que ya no se llamaba así, dudando, que sí, que no, preguntándome si entrar no sería traición, cuando una súbita explosión ocurrió en el momento exacto en que abrí la puerta: saltaron los fusibles de la electricidad y todo quedó completamente a oscuras. Yo me dí vuelta y me alejé, caminando despacito.
Y así anduve un tiempo, doliendo olvidos, buscando lugares y personas que no encontré, o no supe encontrar; y finalmente crucé el río, el río-mar, y entré en el Uruguay.
Los generales uruguayos tenían todavía el poder, ya casi yéndose, ya casi en los adioses del tiempo del terror: yo entré cruzando los dedos y tuve suerte.
Y caminando las calles de la ciudad donde nací, la fui reconociendo, y sentí que volvía sin haberme ido: Montevideo, que duerme su eterna siesta sobre las suaves colinas de la costa, indiferente al viento que la golpea y la llama: Montevideo, aburrida y entrañable, que en verano huele a pan y en invierno a humo. Y supe que yo andaba queriendo querencia, y que había llegado la hora del fin del exilio. Después de mucha mar, nada el salmón en busca de su río, y lo encuentra y lo remonta, guiado por el olor de las aguas, hasta el arroyo de su origen.
Eduardo Galeano - El libro de los abrazos.

EL BAR BRITÁNICO

El Bar Británico de la esquina de Defensa y Brasil,frente al Parque Lezama forma parte de los recuerdos de infancia. Mi viejo me llevaba en tiermpos en
que mis pies no lograban ni remotamente llegar al piso cuando me sentaba a sus mesas.Eso era a mediados de la decada de los cincuenta. Esa zona en esos tiempos aún era periferia portuaria y alli se hallaban muchas empresas de servicios relacionadas a la actividad portuaria.Puerto Madero aún era puerto de Buenos Aires aunque ya existía Puerto Nuevo que sería mas tarde el puerto definitivo. Pero el Británico tiene su historia y va mas allá.
Antes de tomar su nombre actual, el local era la pulpería "La Cosechera". Según el relato histórico, allí concurrían los ingleses, entre ellos ex combatientes de la primera guerra mundial. También se cuenta que buena parte de los británicos que acudían eran empleados del Ferrocarril del Sud, una compañía del Reino Unido que operaba el tren que partía de Plaza Constitución (hoy Ferrocarril Roca). Debido a los concurrentes en gran parte ingleses, es que se le habría cambiado el nombre a la pulpería por el de "Bar Británico" en 1928. Durante la Guerra de Malvinas, época en donde la Dictadura militar impuso el cambio de nombres de todo espacio que hiciera referencia a Inglaterra, el bar se llamó temporalmente “El tánico”, borrando de los vidrios la sílaba "Bri-".
El Bar Británico, fue atendido hasta la década del 2000 por José Trillo, Pepe Miñones y Manolo Pose, los tres españoles que en la década de 1960 habían comprado el fondo de comercio del lugar. Uno de los mitos del lugar decía que el nombre fue una solución salomónica para acallar disidencias internas: uno de sus dueños era republicano y otro franquista confesó y, al menos en sus años mozos, debían alternar turnos para no verse las caras.
Los “gallegos” administradores, tomaron la costumbre de mantener el café abierto las 24 horas, y por ellos logró constituirse como refugio de personalidades de la cultura y la bohemia. Su entorno inspiró a Ernesto Sabato para ambientar escenas de su novela Sobre héroes y tumbas y su continua vigilia lo hicieron refugio obligado de noctámbulos y "tacheros".
El Británico fue declarado Bar Notable en 1998 por la Comisión respectiva, dependiente del Ministerio de Cultura, que también se movilizó por su continuidad. También ha sido locación para la filmación de escenas de varias películas argentinas e internacionales, como Diarios de motocicleta y Tetro, de Francis Ford Coppola.
En 2006, Juan Pablo Benvenuto, presidente de la Sociedad San Andrés, propietaria del inmbueble, argumentó la “necesidad de mejoras” y se negó a renovar el contrato al local. Cuando intentó recuperar la posesión, se encontró con la oposición de vecinos y parroquianos, que en un gesto simbólico le arrojaron las llaves de sus casas, bajo la imagen de que preferían entregar sus casas antes que renunciar al bar donde se juntaban.4​5​ Incluso el vicepresidente de la Nación Daniel Scioli o el cantautor español Joaquín Sabina participaron del reclamo durante su visita a Buenos Aires en ese año.6​ Con una juntada de firmas, se demostró que al menos 14.000 personas estaban en contra del cierre del simbólico café.
El periodista y escritor Enrique Symns relató escenas del pasado junto a los miembros de los Redonditos de Ricota, legendaria banda del rock argentino, y otros artistas nacionales como el actor Daniel Aráoz, el violinista Jorge Pinchevsky, el bajista Alejandro Medina, e integrantes de la banda Los Piojos.8​ Fernando Iglesias relató también las reuniones del Foro del Bar Británico, organizado por Juan Carlos Gené en 2002, y reunió a intelectuales como Horacio González, Ana Lía Efron, Jack Nahmias y Alvaro Abós, a músicos como Raúl Carnota, a cineastas como Cholo Ruderman y Miguel Mato, y a otros.​ A pesar de los esfuerzos, el bar fue finalmente desalojado en junio de 2006, con un operativo policial.


Finalmente, el local fue comprado por Agustín Souza, quien decidió restaurarlo y agregar muebles nuevos (como un piso de baldosas graníticas, un aire acondicionado nuevo, una choppera y otras adiquisiciones),para poder reabrirlo en febrero de 2007, con un evento público festejado por vecinos y habitués y cubierto por todos los medios masivos de comunicación de la ciudad.12​13​ El 12 de agosto de 2014, por la imposibilidad de mantenerlo, fue nuevamente cerrado. Pero reabrió sus puertas el 11 de noviembre por los hermanos Aznarez.

VICTOR Y BEATRIZ FERRARI

Víctor Ferrari, nació en La Boca en 1923. Ferrari se formó, junto a su hermana Beatriz, en el Conservatorio de Música y Declamación, en el Teatro Cervantes y en el Colón. Entre sus profesores estuvieron Dora del Grande, Raúl Blanco, Esemèe Bulnes y Kurovsky. Hacia 1947 se incorporó al Ballet Estable del Colón, siendo uno de los primeros bailarines argentinos del elenco, ya que hasta esa fecha los hombres eran casi exclusivamente extranjeros. Beatriz ferrari, su hermana, dirigió hasta su muerte el famoso ballet televisivo que llevo su nombre y la en su tiempo famosa academia de danzas de la calle Las Heras.Su madre fué hermana de mi abuela paterna, o sea que ellos y mi padre eran primos. El señor Ferrari, su padre, fué un italiano socialista que era afecto a la lírica y a las artes, que trabajaba de capataz en la empresa Drysdale & Co de la calle Ayolas y Martín Rodriguez y la casa familiar estaba en La calle Lamadrid entre las vias y Del Crucero hoy Del Valle Iberlucea, o sea a la vuelta del Caminito. Era una casa de chapa y madera, pero fué vivienda unifamiliar, tenia en la planta baja una gran sala copn una escalera de madera con balaustrada que llevaba a los dormitorios. Era en esa sala donde todas las tardes cuando llegaba del trabajo, el viejo Ferrari, se sentaba en su poltrona y golpeando el piso de madera con un bastón espetaba: "Que vengano lo chicos!". Y alli los pequeños bailarines en ciernes le demostraban a su padre, su adelanto o no, en sus destrezas. Esa casa se quemó hace años, de modo que no quedan ni fantasmas. En su lugar se levanta una de esas espantosas galerías de la zona donde venden sourvenirs para turistas.
Beatriz Ferrari nació en 1928 su período de auge fué en la década de oro del cine nacional fue (1949-1957) donde intervino con su ballet en películas musicales como "Mujeres que bailan"(1949) en la famosa escena donde la genial Niní Marshall parodia la Muerte del cisne y en "Las campanas de Teresa" (1957) de Carlos Schlieper protagonizada por una de las divas del cine Laura Hidalgo. En televisión ingresó en canal 7 en el año 1952 con su equipo de baile clásico en el show musical "Tropicana Club".
Falleció el 9 de mayo de 2011 en Capital Federal, Buenos Aires, Argentina.
Victor Ferrari nació en 1923, Hacia 1947 se incorporó al Ballet Estable del Colón, siendo uno de los primeros bailarines argentinos del elenco, ya que hasta esa fecha los hombres eran casi exclusivamente extranjeros. Perteneció a la generación de bailarines de reconocimiento internacional en años posteriores, de Olga Ferri y José Neglia, Esmeralda Agoglia, Victor Moreno, Antonio Truyol, Irina Borovska, Enrique Lomi, Norma Fontenla.
Murió en abril de 2012 en Capital Federal, Buenos Aires, Argentina.


Cosas... como yo siempre digo, del tiempo botón que todo se lo lleva...

RECORDANDO A MARIO PAOLUCCI.

Sin dudas todo un personaje que en si mismo era una historia que contar. Me tocó conocerlo en un Festival de cine de Mar del Plata en 1996, en ocasion que "Buenos Aires Viceversa" la película de Alejandro Agresti fuera nominada y de hecho se llevara el primer premio. Agresti un director fuera de serie, supo ver su talento. Dejo aquí un video con un monologo de la antes mencionada pelicula.
El actor Mario Paolucci, murió el sábado 12 de julio de 2008, a los 66 años en su casa de Lomas de Zamora, ubicada sobre la calle Sarandí.
De extensa trayectoria, participó de una gran cantidad de películas del cine nacional, y trabajó junto a grandes actores de la pantalla argentina.
Paolucci, que nació en septiembre de 1961 en el barrio porteño de Parque Patricios y era hincha de Estudiantes de la Plata, trabajo en más de 20 películas en el Cine de la Argentina , y ha aparecido en varias películas aclamadas por el director Alejandro Agresti . Paolucci hizo su debut en ¨Buenos Aires Viceversa en 1996 ¨.Tambien publico Libros de Poemas . Se reconocio siempre como un Poeta mas que como un Actor.
"Soy un poeta que actúa", se había definido en una entrevista realizada en febrero por Info Región, cuando abrió las puertas de su casa y, mate de por medio, dio paso a una charla inolvidable. "El arte no es entretener, es una reflexión sobre las cosas", había deslizado el artista, en una frase para el recuerdo.


KADDISH

El Kaddish es una plegaria judía, que se reza en público. Allen Ginsberg dedica el suyo a la muerte de su madre, Naomi.


Para Naomi Ginsberg, 1894-1956

Es extraño pensar en ti ahora, lejos sin corsé ni ojos, mientras
camino por el soleado pavimento de Greenwich Village,
el centro de Manhattan, luminoso mediodía de invierno, y me
pasé toda la noche hablando, hablando, leyendo el Kaddish
en voz alta, escuchando los blues de Ray Charles que gritan
ciegos en el fonógrafo el ritmo el ritmo
– y tu recuerdo en mi cabeza tres años después –
Y leí las triunfantes estrofas finales del Adonais en
voz alta – lloré, al darme cuenta de cómo sufrimos –
Y cómo la Muerte es aquel remedio que todos los cantantes
sueñan, cantan, recuerdan, profetizan como en el Himno
Hebreo o en Libro Budista de las Respuestas – y mi propia
imaginación de una hoja marchita – al amanecer –
Soñando hacia atrás por la vida, Tu tiempo – y el mío aceleran-
do hacia el Apocalipsis, el momento final
– la flor ardiendo en el Día – y lo que viene después,
recordando la mente misma que vio una ciudad norteamericana
a un flash de distancia, y el gran sueño de Mí o de China o tú y
una Rusia fantasma o una cama arrugada que nunca existió –
como un poema en la oscuridad – que huye de vuelta al Olvido –
Nada más que decir y nada por lo que llorar sino los Seres en el
Sueño, atrapados en su desaparición,
mientras suspiran y gritan en una compra y venta de pedazos
de fantasma, venerándose los unos a los otros,
venerando al Dios involucrado en todo eso – ¿nostalgia o inevi-
tabilidad? – mientras dura, una Visión – ¿algo más?
Salta a mi alrededor, cuando salgo y camino por la calle,
la miro por encima del hombro, Séptima Avenida,
las almenas de los edificios de oficina hombro con hombro altos,
bajo una nube, por un instante altos como el cielo – y el cielo en lo alto
– un viejo lugar azul o por la Avenida hacia el sur, hacia – mientras camino hacia el
Lower East Side – donde caminabas tú hace 50 años, pe-
queña niñita – de Rusia, comiéndote los primeros tomates
venenosos de Norteamérica – asustada en el muelle –
luchando luego con las multitudes en Orchard Street ¿hacia
qué? – hacia Newark –
hacia la confitería, las primeras sodas caseras del siglo, helado
batido a mano en la trastienda sobre mohosos tablones ca-
fé –
Hacia la educación el matrimonio el colapso nervioso, la opera-
ción, la escuela, aprender a estar loca, soñando – ¿qué es
esta vida?
Hacia la Llave en la ventana – y la gran Llave apoya su cabeza
luminosa sobre Manhattan y sobre el suelo y se tiende en la
vereda – en un solo rayo, moviéndose, mientras camino
por la Primera hacia el Teatro Yiddish – y el lugar de la po-
breza
que conociste y yo conozco, pero sin que me importe ahora –
Es extraño haberse movido por Paterson y el Oeste y Euro-
pa y de nuevo aquí,
con los gritos de los españoles ahora en los umbrales y mucha-
chos oscuros en la calle, salidas de incendio viejas como tú
– Aunque tú ya no eres vieja, eso se queda aquí conmigo –
Yo, de todas formas, quizás tan viejo como el universo – y su-
pongo que eso muere con nosotros – suficiente para cance-
lar todo el porvenir – Lo que vino se fue para siempre cada
vez –
¡Está bien! Así quedamos abiertos a la falta de remordimientos
– a no temer a los radiadores, a la falta de amor, al final
hasta el dolor de muelas es una tortura –
Aunque mientras llega es un león que se come el alma – y el cor-
dero, el alma, en nosotros, ay, ofreciéndose en sacrificio al
hambre feroz del cambio – dientes y cabellos – y el rugido
del dolor en los huesos, el cráneo descubierto, la costilla rota,
la piel podrida, Implacabilidad engañada por el cerebro.
¡Ay! ¡ay! ¡nos va peor! ¡Estamos en aprietos! Y tú estás fuera, la
Muerte te dejó salir, la Muerte tuvo Piedad, terminaste con
tu siglo, terminaste con Dios, terminaste con el sendero
que lo atraviesa – Por fin terminaste contigo misma – Pura
– De vuelta a la oscuridad Infantil antes de tu Padre, antes
de todos nosotros – antes del mundo –
Ahí, descansa. No más sufrimiento para ti. Sé adónde te fuiste,
es un buen lugar.
No más flores en los veraniegos campos de Nueva York, no más
alegría, no más miedo a Louis,
y no más de su dulzura y anteojos, sus décadas de colegio, deu-
das, amores, temerosas llamadas telefónicas, camas para la
concepción, parientes, manos –
No más hermana Elanor, – ella partió antes que tú – lo mantu-
vimos en secreto – tú la mataste – o se mató ella para poder
soportarte – un corazón artrítico – Pero la Muerte las mató
a las dos – No importa –
Tampoco el recuerdo de tu madre, lágrimas de 1915 en películas
mudas semanas y semanas – olvidando, dolida viendo a Marie
Dressler dirigirse a la humanidad, al joven Chaplin bailando,
o a Boris Gudonov, a Chaliapin en el Met, alzando su voz de
Zar sollozante – de pie al fondo junto a Elanor y Max –
mirando también a los Capitalistas sentarse junto a la Or-
questa, pieles blancas, diamantes,
viajando a dedo por Pennsylvania con las Juventudes Socialistas
vistiendo una falda pantalón negra para hacer gimnasia, fo-
tografía de 4 muchachas abrazándose en torno al yermo y
ojo risueño, demasiado tímida, virginal soledad de 1920
todas las muchachas envejecidas, o muertas, ahora, y ese lar-
go cabello en la tumba – afortunadas por tener maridos
luego –
Tú lo lograste –también yo vine – mi hermano Eugene antes
(todavía de luto y seguirá lamentasoñando hasta su última
mano tiesa, mientras lidia con su cáncer – o matará – qui-
zás más tarde – de pronto pensará – )
Y es el último momento que recuerdo, que los veo a todos, a
través de mí, ahora – aunque no a ti
No pude anticipar lo que ibas a sentir – qué horrenda apertura
de boca sucia vino primero – a ti – ¿y estabas preparada?
¿Para ir adónde? En esa oscuridad – ésa – ¿en ese Dios? ¿un res-
plandor? ¿Un Señor en el Vacío? ¿Como un ojo en las os-
curas nubes de un sueño? ¿Está Adonoi contigo finalmente?
¡Más allá de mi recuerdo! ¡Incapaz de adivinar! No sólo el crá-
neo amarillo en la tumba, o una caja de polvo agusanado, y
una cinta manchada – ¿la Cabeza de la Muerte con Aureo-
la? ¿puedes creerlo?
¿Es sólo el sol que brilla una vez para la mente, sólo el chispazo
de la existencia, que nunca jamás existió?
Nada más allá de lo que tenemos – lo que tuviste – eso es tan
lamentable – aun así el Triunfo,
haber estado aquí, y haber cambiado, como un árbol, quebra-
da, o una flor – que alimenta el suelo – pero loca, con sus
pétalos, coloreada, pensando en el Gran Universo, conmo-
vida, un corte en la cabeza, despojada de sus hojas, escondi-
da en un hospital huevera, envuelta en telas, irritada – tras-
tornada en el cerebro lunar, con menos que Nada.
Ninguna flor como esa flor, que se sabía en el jardín, y luchó
contra el cuchillo – perdió
Cortada por un idiota y gélido Hombre de Nieve – incluso en
Primavera – extraño pensamiento fantasma – un poco de
Muerte – Un carámbano puntiagudo en su mano – coro-
nada con antiguas rosas – un perro para sus ojos – la verga
de una fábrica clandestina – corazón de planchas eléctricas.
Todas las acumulaciones de la vida, que nos agotan – relojes,
cuerpos, conciencias, zapatos, pechos – hijos concebidos –
tu Comunismo – «Paranoia» en los hospitales.
Una vez pateaste a Elanor en la pierna, después ella murió de un
paro cardíaco. Tú de un derrame. ¿Dormida? en cosa de un
año, las dos, hermanas en la muerte. ¿Está feliz Elanor?
Max vive su duelo en una oficina de Lower Broadway, largo bi-
gote solitario sobre Contabilidades de medianoche, no es-
toy seguro. Su vida pasa – según él ve – ¿y de qué duda
ahora? Todavía sueña con hacerse rico o con que pudo ha-
cerse rico, contratar a una enfermera, tener hijos, ¿incluso
encontrar tu Inmortalidad, Naomi?
Lo veré pronto. Ahora tengo que ir al grano – para hablarte –
como no lo hice cuando tenías boca.
Para Siempre. Y estamos destinados a eso, Para Siempre – como
los caballos de Emily Dickinson – encaminados al Fin.
Conocen el camino – Estos Corceles – corren más rápido de lo
que imaginamos – es nuestra propia vida la que cruzan – y
llevan consigo.
Magnífica, no más llorada, con el corazón dañado, la men-
te detrás, soñó su matrimonio, mortal cambiada – Culo y ros-
tro cansados de los homicidios.
En el mundo, entregada, enloquecida por las flores, no hizo
una Utopía, encerrada bajo los pinos, en la caridad de la Tie-
rra, en el bálsamo de la Soledad, Jehová, acepta.
Sin nombre, Un Solo Rostro, Para Siempre más allá de mí,
sin principio, sin fin, Padre en la muerte. Aunque no estoy
aquí por su Profecía, no estoy casado, no tengo un himno, no
tengo un Cielo, decapitado en el éxtasis aun así te adoraría
a Ti, al Cielo, después de la Muerte, sólo Uno bendito en
la Nada, sin luz ni oscuridad, Eternidad sin Días –
Toma esto, este Salmo, de mí, surgido de mi mano en un
día, algo de mi Tiempo, entregado ahora a la Nada – para ala-
barte a Ti – Pero la Muerte
Éste es el final, la redención de las Tierras Salvajes, una ruta
para el Errante Maravillado, la Casa buscada por Todos, pa-
ñuelo negro lavado por lágrimas – página más allá del Salmo –
El último cambio de Naomi y mío – hacia la perfecta Oscuri-
dad de Dios – ¡Muerte, detén a tus fantasmas!
Allen Ginsberg.

No se enamore nunca de ninguna criatura salvaje...



"No se enamore nunca de ninguna criatura salvaje, Mr. Bell. Esa fue la equivocación de Doc. Siempre se llevaba a su casa seres salvajes. Halcones con el ala rota. Otra vez trajo un lince rojo con una pata fracturada. Pero no hay que entregarles el corazón a los seres salvajes: cuanto más se lo entregas, más fuertes se hacen. Hasta que se sienten lo suficientemente fuertes para huir al bosque. O subirse volando a un árbol. Y luego a otro árbol más alto. Y luego al cielo. Así terminará usted, Mr. Bell, si se entrega a alguna criatura salvaje. Terminará con la mirada fija en el cielo. "
Truman Capote – Desayuno en Tiffany’s