sábado, 10 de agosto de 2019

AL BUENOS AIRES QUE SE FUE


Cuando la dureza y el furor de Buenos Aires
hacen sentir más la soledad
busco un suburbio en el crepúsculo, y entonces,
a través de un brumoso territorio de medio siglo
enriquecido y devastado por el amor y el desengaño,
miro hacia aquel niño que fui en otro tiempo.

Melancólicamente me recuerdo
sintiendo las primeras gotas de una lluvia
en la tierra reseca de mis calles sobre los techos de zinc.
“Que llueva, que llueva, la vieja está en la cueva”,
hasta que los pájaros cantaban y corríamos descalzos,
a largar los barquitos de papel.

Tiempos de las cintas de Tom Mix y de las figuritas de colores,
de Tesorieri, Mutis y Bidoglio,
tiempo de las calesitas a caballo,
de los manises calientes en las tardes invernales,
de la locomotora chiquita y su silbato.

Mundo que apenas entrevemos cuando estamos muy solos,
en este caos del ruido y del cemento,
ya sin lugar para los patios con glicinas y claveles,
donde una chica casadera cantaba algo de un pañuelito blanco, mientras planchaba la ropa del hermano.

Cuando la dureza y el furor de Buenos Aires,
hacen sentir más la soledad,
salgo a caminar por esos barrios que tímidamente, con vergüenza, conservan algún minúsculo tesoro de un pasado menos duro, una maceta con malvones, alguna reja rezagada.

Pero ya Boedo no es el que cantó De Caro,
ni Chiclana la calle de Esthercita,
ni Puente Alsina en la vieja barriada
que vio nacer al poeta callejero.

En vano buscaremos las muchachas
en torno del gringo y su organito,
ansiosamente mirando la cotorra,
esperando de su pico la buenas suerte o el amor.

Feliz de vos, Homero Manzi, que te fuiste a tiempo,
cuando aún era posible escribir esas canciones de trenzas y almacenes, cuando todavía los espíritus no estaban resecados, por la ferocidad y la violencia.

Ya no hay novias detrás de las persianas,
esperando al gringo y su monito.
Ya murió el último organito
y el alma del suburbio se quedó sin voz.

Ernesto Sábato

sábado, 3 de agosto de 2019

EL POEMA QUE HACÍA LLORAR A DOSTOYEVSKI


Liubov Dostoyevski, a quien se conoce también con el sobrenombre de “Aimée”, la segunda hija que tuvo Fiódor Dostoyevski con su esposa Anna, escribió una biografía de su padre que en español se publicó con el título Vida de Dostoyevski por su hija, en la cual cuenta que el escritor acostumbraba leer poemas a sus hijas y que siempre que les leía este de Pushkin, inevitablemente lloraba.


EL CABALLERO POBRE
Aleksandr Pushkin
Era un pobre caballero
silencioso, sencillo,
de rostro severo y pálido,
de alma osada y franca.
Tuvo una visión,
una visión maravillosa
que grabó en su corazón
una impresión profunda.
Desde entonces le ardía el corazón;
apartaba sus ojos de las mujeres,
y ya hasta la tumba
no volvió a hablar a ninguna.
Púsose un rosario al cuello,
como una insignia,
y jamás levantó ante nadie
la visera de acero de su casco.
Lleno de un puro amor,
fiel a su dulce visión, escribió con su sangre
A.M.D. sobre su escudo.
Y en los desiertos de Palestina,
mientras que entre las rocas
los paladines corrían al combate
invocando el nombre de su dama,
él gritaba con exaltación feroz:
Lumen coeli, sancta Rosa!
Y como el rayo, su ímpetu
fulminaba a los musulmanes.
De regreso a su castillo lejano,
vivió severamente como un recluso,
siempre silencioso, siempre triste,
muriendo por fin demente.

Así lo relata  Liubov Dostoyevski : 

[…] Habiendo formado así un poco nuestro gusto literario, empezó a recitarnos las poesías de Pushkin y de Tolstói, dos poetas nacionales a los que tenía particular afección. Recitaba admirablemente sus poesías; había una que no podía leer sin lágrimas en los ojos, "El caballero pobre", de Pushkin, un verdadero poema medieval, la historia de un soñador, de un don Quijote, profundamente religioso, que pasa su vida por Europa y por Oriente combatiendo por las ideas del Evangelio. En el transcurso de sus viajes tiene una visión: en un momento de exaltación suprema, ve a la Virgen Santísima a los pies de la Cruz. Corre desde entonces una cortina de acero sobre su rostro y, fiel a la Madona, no vuelve a mirar a las mujeres. En El idiota refiere cómo recitaba esa poesía una de sus heroínas. 'Un espasmo gozoso recorre su rostro', dice describiendo esta escena. Eso es precisamente lo que le sucedía a él cuando recitaba; su rostro se transfiguraba, su voz temblaba, sus ojos se velaban de lágrimas. ¡Padre querido! ¡Era su propia biografía la que nos leía en aquel poema! También él era un caballero pobre, sin miedo y sin tacha, que combatió toda su vida por las grandes ideas. También él tuvo una visión celeste, pero no fue la Virgen la que se le apareció: fue Cristo el que le salió al encuentro en el presidio y le hizo seña de que le siguiera.
Vida de Dostoyevski por su hija (El buey mudo, 201; páginas 224 y 225)

jueves, 18 de julio de 2019

VOLAR

Clarice Lispector (*)

Ya escondí un amor con miedo de perderlo, ya perdí un amor por esconderlo.
Ya estuve en manos de alguien por miedo, ya tuve tanto miedo al punto de ni sentir mis manos.
Ya expulsé de mi vida a personas que amaba, ya me arrepentí por eso.
Ya pasé noches llorando hasta caer de sueño, ya me fui a dormir tan feliz al punto de ni conseguir cerrar los ojos.
Ya creí en amores perfectos, ya descubrí que no existen.
Ya amé a personas que me decepcionaron, ya decepcioné a personas que me amaron.
Ya pasé horas frente al espejo intentando descubrir quien soy, ya tuve tanta certeza de mí al punto de querer desaparecer.
Ya mentí y me arrepentí después, ya dije la verdad y también me arrepentí.
Ya fingí no dar importancia a las personas que amaba, para mas tarde llorar silenciosa en mi canto.
Ya sonreí llorando lagrimas de tristeza, ya lloré de tanto reír
Ya creí en personas que no valían la pena, ya dejé de creer en las que realmente valían.
Ya tuve crisis de risa cuando no podía, ya quebré platos, copas y vasos de rabia.
Ya eché de menos a alguien pero nunca se lo dije.
Ya grité cuando debía callar, ya callé cuando debía gritar
Muchas veces dejé de decir lo que siento para agradar a unos, otras veces dije lo que no pensaba para lastimar a otros.

Ya fingí ser lo que no soy para agradar a unos, ya fingí ser lo que no soy para desagradar a otros.
Ya conté chistes y más chistes sin gracia solo para ver a un amigo feliz.
Ya inventé historias con final feliz para dar esperanza a quien lo necesitaba.
Ya soñé demasiado, al punto de confundir con la realidad
Ya tuve miedo de la obscuridad, hoy en la obscuridad "me encuentro, me agacho, me quedo ahí"
Ya caí innumerables veces pensando que no me iba a levantar, ya me levanté innumerables veces pensando que no caería más.
Ya llamé a quien no quería solo para no llamar a quien realmente quería.
Ya corrí tras un carro, porque se llevaba a quien yo amaba.
Ya llamé a mi madre en el miedo de la noche huyendo de una pesadilla, mas ella no apareció y la pesadilla fué aún mayor.
Ya llamé "amigo" a personas cercanas y descubrí que no lo eran, algunas personas nunca necesité llamarles nada y siempre fueron y serán especiales para mí.
No me den formulas exactas, porque no espero acertar siempre.
No me muestren lo que esperan de mí, porque voy a seguir mi corazón.
No me hagan ser lo que no soy, no me inviten a ser igual, porque sinceramente soy diferente.
No sé amar a medias, no sé vivir de mentiras, no sé volar con los pies en la tierra.
Soy siempre yo misma, mas ciertamente no seré la misma para SIEMPRE!
Gusto de los venenos más lentos, de las bebidas más amargas,
de las drogas más poderosas, de las ideas más locas,
de los pensamientos más complejos, de los sentimientos más fuertes
Tengo un apetito voraz y los delirios más locos.
Me puedes hasta empujar de un acantilado que yo voy a decir:
- ¿Y qué? ¡AMO VOLAR!

"Volar" Clarice Lispector


(*)Clarice Lispector (Chechelnik10 de diciembre de 1920 - Río de Janeiro9 de diciembre de 1977) fue una escritora ucraniana-brasileña de origen judío. Es considerada una de las escritoras brasileñas más importantes del siglo XX. Pertenece a la tercera fase del modernismo, el de la Generación del 45 brasileña. De difícil clasificación, ella misma definía su estilo como un «no estilo». Aunque su especialidad ha sido el relato, dejó un legado importante en novelas, entre las que se cuentan La pasión según G. H. y La hora de la estrella, además de una producción menor en libros infantiles, poemas y pintura.

domingo, 7 de julio de 2019

NO TE SALVES...

No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
no te llenes de calma
ni nunca, no te salves
no reserves del mundo
pesados como juicios
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
no te pienses sin sangre
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te juzgues sin tiempo
y quieres con desgana
pero si pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y te salvas ahora
pesados como juicios
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
y te quedas inmóvil
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
al borde del camino
y te salvas, entonces
no te quedes conmigo.
Mario Benedetti.

jueves, 4 de julio de 2019

ÚLTIMA NOCIÓN DE LAURA


(Carta de Avellaneda a Martín Santomé)
Mario Benedetti -LA TREGUA -

Usted Martín Santomé no sabe cómo querría tener yo ahora
todo el tiempo del mundo para quererlo
pero no voy a convocarlo junto a mí ya que aún en el caso de que no estuviera todavía muriéndome entonces moriría sólo de aproximarme a su tristeza
Usted Martín Santomé no sabe cuánto
he luchado por seguir viviendo cómo he querido vivir para vivirlo
pero debo ser floja incitadora de vida porque me estoy muriendo Santomé
Usted claro no sabe, ya que nunca lo he dicho, ni siquiera
esas noches en que usted me descubre con sus manos incrédulas y libres
usted no sabe cómo yo valoro su sencillo coraje de quererme
Usted Martín Santomé no sabe, y sé que no lo sabe,
porque he visto sus ojos despejando la incógnita del miedo
No sabe que no es viejo, que no podría serlo
en todo caso allá usted con sus años yo estoy segura de quererlo así
Usted Martín Santomé no sabe qué bien qué lindo dice Avellaneda
de algún modo ha inventado mi nombre con su amor
Usted es la respuesta que yo esperaba a una pregunta que nunca he formulado
usted es mi hombre y yo la que abandono
usted es mi hombre y yo la que flaqueo
Usted Martín Santomé no sabe, al menos no lo sabe en esta espera
qué triste es ver cerrarse la alegría sin previo aviso
de un brutal portazo
Es raro pero siento que me voy alejando
de usted y de mí que estábamos tan cerca de mí y de usted
Quizá porque vivir es eso, es estar cerca
y yo me estoy muriendo Santomé
no sabe usted qué oscura, qué lejos, qué callada
Usted Martín.. Martín cómo era
los nombres se me caen, yo misma estoy cayendo
Usted de todos modos, no sabe ni imagina
qué sola va a quedar mi muerte
sin
su
vi
da.
ÚLTIMA NOCIÓN DE LAURA
(Carta de Avellaneda a Martín Santomé)
Mario Benedetti -LA TREGUA -



domingo, 30 de junio de 2019

CRÓNICA DE LA CIUDAD DE MANAGUA

El comandante Tomás Borge me invitó a cenar. Yo no lo conocía. Tenía fama de ser el más duro de todos, el más temido. Había otra gente en la cena, linda gente; él habló poco o nada. Me miraba, me medía.

 La segunda vez, cenamos solos. Tomás estaba más abierto; contestó suelto mis preguntas sobre los viejos tiempos de la fundación del Frente Sandinista. Y a medianoche, como quien no quiere la cosa, me dijo:

 - Ahora, contame una película.

 Me defendí. Le expliqué que yo vivía en Calella, un pueblo chico, donde poco cine llegaba, películas viejas...

 - Contame - insitió, ordenó-. Cualquier película, cualquiera, aunque no sea nueva.
 Entonces conté una cómica. La conté, la actué; intenté resumir, pero él exigía detalles. Y cuando terminé:

 - Ahora, otra.

 Conté una de gangsters, que terminaba mal.

 - Otra.

 Conté una de vaqueros.

 - Otra.

 Conté, inventándola de cabo a rabo, una de amor.

 Creo que estaba amaneciendo cuando me di por vencido, supliqué clemencia y me fui a dormir.

 Me lo encontré a la semana. Tomás se disculpó:

- Te exprimí, la otra noche. Es que a mí me gusta mucho el cine, me gusta con locura, y nunca puedo ir.

 Le dije que cualquiera podía entenderlo. Él era ministro del Interior de Nicaragua, en plena guerra; el enemigo no daba tregua y no había tiempo para el cine, ni lujos así.

- No, no -me corrigió-. Tiempo, tengo. El tiempo... uno se hace el tiempo, si quiere. No es problema de tiempo. Antes, cuando estaba clandestino, disfrazado, me las arreglaba para ir al cine. Pero ahora...

No pregunté. Hubo silencio, y siguió:

- No puedo ir al cine porque... porque yo, en el cine, lloro.

- Ah -le dije-. Yo también.

- Claro -me dijo-. Enseguida me di cuenta. La primera vez que te vi, pensé: "Este tipo llora en el cine".

Eduardo Galeano - El libro de los abrazos.

sábado, 29 de junio de 2019

CURRICULUM


El cuento es muy sencillo 
usted nace 
contempla atribulado 
el rojo azul del cielo 
el pájaro que emigra 
el torpe escarabajo 
que su zapato aplastará 
valiente 

usted sufre 
reclama por comida 
y por costumbre 
por obligación 
llora limpio de culpas 
extenuado 
hasta que el sueño lo descalifica 

usted ama 
se transfigura y ama 
por una eternidad tan provisoria 
que hasta el orgullo se le vuelve tierno 
y el corazón profético 
se convierte en escombros 

usted aprende 
y usa lo aprendido 
para volverse lentamente sabio 
para saber que al fin el mundo es esto 
en su mejor momento una nostalgia 
en su peor momento un desamparo 
y siempre siempre 
un lío 

entonces 
usted muere.

Mario Benedetti

COMPAÑERO VIENE, DE COMPARTIR EL PAN

por Horacio Sacco *

Mi viejo era obrero panadero. Maestro de pala, que es quien mete, acomoda con maestría y saca el pan del horno en su momento justo. Vivíamos en un pueblo chato de la llanura bonaerense. Eran tiempos en que se usaba leña y el pan tenía otro sabor, más rico. Entonces nada era automático y había unas pocas máquinas vetustas, casi todo se hacía a mano. El lugar de trabajo era "la cuadra", un hervidero de amasadores, reposteros, maestros, peones, aprendices. Es un trabajo duro, todos son imprescindibles, se trabaja de noche y si alguno falta hay que reemplazarlo. Estoy hablando de fines de los 50, cuando había dictaduras militares y tanta tristeza como hoy en día.

En la panadería se hacía pan, galletas, facturas, bizcochitos, roscas, pan dulce. Mi viejo se levantaba a las tres y media a tomar unos mates apurados y salir en bicicleta para llegar a los cuatro de la mañana en punto a la panadería. Salía a las dos o tres de la tarde, tenía un solo día de descanso semanal rotativo. A veces la noche de su día de descanso, a las tres y media de la madrugada, alguien venía y golpeaba suavemente la ventana del dormitorio de los viejos, que daba a la calle, "Sacco, faltó el Raúl, levantate que tenés que venir". Yo escuchaba desde mi pieza y me daba tanta tristeza oir un "Ya voy", porque la noche anterior, mientras cenábamos, mi viejo había dicho con algo parecido a la alegría: "Cómo voy a dormir esta noche".

Los obreros panaderos tenían un sindicato de noble origen anarquista. De muy chico aprendí que los nombres de algunas facturas venían de Europa y eran reivindicaciones anarquistas y burlas hacia el poder, la Iglesia y la burguesía: vigilantes, bombas de crema, cañoncitos, bolas de fraile, sacramentos. Todos los días a las dos y media de la tarde llegaba el viejo de la panadería, cansado, la cara colorada por el calor del horno. Dormía una siesta y salía a vender escobas y cepillos. Era un buey para el laburo. Por convenio con el sindicato la patronal entregaba a los laburantes, en ese entonces, un kilo de pan diario, y aunque eramos 4 hermanos un kilo era demasiado, así que en casa sobraba el pan rallado y mi vieja hacía budín de pan. Aún así no consumíamos todo. Entonces aparecía el corazón de mi vieja repartiendo pan entre los vecinos más necesitados. Hasta tenía "clientes" fijos que venían puntualmente a llevarse su bolsa de pan.

No sé por qué me acordé del cansancio de mi viejo esta mañana de 2019, donde un kilo de pan cuesta 100 pesos y más. Y de mi vieja sensible y generosa. Creo que soñé mojando de lágrimas la almohada, al recordar al viejo saltar como un resorte de la cama en su único día de descanso semanal, para ganarse un pesitos extras.

Ayer a la tarde (y esto ya no fue un sueño sino una pesadilla del maldito macrismo) entré a una panadería a comprar un cuarto de figacitas de manteca que tengo prohibidas, pero me gustan tanto. Delante mío había una mujer mostrando un puñado de monedas al panadero, "Deme todo esto -dijo- de lo más barato". El panadero, metió tres pancitos en una bolsita, "Y este va de yapa". No parecía pobre ni indigente, solo una vieja, anónima y gris.

Ojalá yo fuera un chico, pensé. Ojalá viviera mi papá, que se ganaba el pan de cada día. Ojalá viviera mi vieja, que repartía el pan entre los más pobres que nosotros. Pero soy grande y tan pelotudo que tuve vergüenza de decirle a esa mujer lleve lo que quiera señora que pago yo. No lo dije en su momento y nunca más se lo podré decir. Como no pude decirle a Doña Laura y a Don Antonio cuando estaban en este mundo el orgullo que tenía de ser su hijo. Y que tanto los amaba.

(El presente no es un texto literario, es una publicación del autor en Facebook, que publicamos con su permiso en la certeza de que posee tres elementos absolutamente necesarios para regenerar el tejido social de la Patria: "Memoria, Sentimiento y reflexión")


Horacio Sacco
*Horacio Sacco Fundador y factotum del colectivo cultural El Ortiba, nació en Chivilcoy, provincia de Buenos Aires, República Argentina, en 1951. Integró, en los años ochenta, el grupo literario César Vallejo. Publicó "Heridos de generación", ediciones de La Cebra Dormida, Buenos Aires, 1982. Colabora en publicaciones, revistas y medios literarios. Pertenece a la Asociación Mutual de Asistencia Psicológica El Bancadero, institución fundada por Alfredo Moffat, discípulo de Enrique Pichón Rivière. Es docente de psicoanálisis y desempeñó funciones en el Hospital Neuropsiquiátrico José T. Borda con pacientes portadores de HIV/Sida. Se especializa en la clínica de adultos, grupos y parejas.

miércoles, 1 de mayo de 2019

EL "ARMANDITO"



En mi infancia, cursé la primaria en la escuela N°9 CE 4 "Don Pedro de Mendoza", vulgarmente conocida en el barrio como "Quinquela", por haber sido donada por él y ademas por ser su museo, su casa y su estudio. 
Justo enfrente, en la primera curvita de la Vuelta de Rocha supo haber fondeado un viejo velero, al que vimos deteriorarse con el tiempo y que en distintos periodos supo correr diversas suertes, desde humndirse hasta ser reflotado y convertido en restaurant.
Para nosotros, los pibes, era algo que desataba la imaginación, una especie de barco pirata de tamaño natural que estaba ahí, justo enfrente de la escuela. Siempre fué parte de nuestros juegos y escenario de maldades diversas e iniciaciones a los que venían por primera vez. Por esas cosas de la vida y del tiempo la infancia se fue retirando de nosotros, al fin el velero se pudrió, nosotros crecimos y la vida siguio su curso en otros escenarios.
Pero quedó en el recuerdo y siempre me preguntaba cual había sido la historia de ese barco. Me inquietaba saber porque termino sus días en esas aguas sucias y cuasi estancadas, cuando su figura y sus mastiles, evocaban claramente que habia nacido para otras lides y otros horizontes.
Y al final pude al menos hallar algunos retazos de su historia. No se si yo los encontré o vinieron a mi como una despedida que cierra un circulo de vaya a saber que cosa.
EL ULTIMO VIAJE DE LA GOLETA "ARMANDITO"
En este rincón las viejas historias de la mar están a la orden del día. Se recoge la última singladura del velero Armandito acaecida en el año 1945, desde Tenerife a Buenos Aires, a través del testimonio de Juan Acosta, quizá el último protagonista de la odisea.
- Tardamos noventa días en llegar a puerto. En Buenos Aires nos daban por desaparecidos. Cuando llegamos, media ciudad se apiñó en el muelle para ver a los lobos de mar. Los periódicos publicaron muchas historias de nosotros, la más curiosa de todas es la de que nos había aparecido el fantasma del Corsario Negro al Norte del Ecuador.
Juan Acosta, de 78 años, antiguo chiquillo-bote y veterano de la vendida, fue uno de los diecisiete tripulantes que se hicieron a la mar en el velero construido en Estados Unidos en 1890 y bautizado con el nombre de Georgia Gilkey; más tarde fue adquirido por armadores españoles bajo los nombres de Paquito Orive y Armandito para emplearlo en la pesca, sirviendo de barco-nodriza entre las islas y las costas africanas.
- El velero, de tres palos, más de doscientos metros y mil y pico toneladas, estaba arrimado en puerto hasta que lo compró un catalán para mandarlo a la Argentina a suministro de grasa para una fábrica que tenía de leche en polvo. Antes de irnos para abajo estuvimos remontando La Isleta más de una semana sin poder entrar en Las Palmas, el barco pegaba viento, iban rozando pero no pudo remontar. Cuando lo varamos en Buenos Aires descubrimos que no tenía quilla. Por eso estábamos de aquí para allá a lo loco. La gente estaba extrañada con nosotros, pensaban que éramos un velero de los que iban para Venezuela sin permiso, como el Mocho, la Estrella, el Marte o el Platanito, con emigrantes.

La travesía del Armandito, no exenta de vicisitudes como luego veremos, nunca podría tener parangón con la de los barcos fantasmas -Padrón Albornoz nos ha hecho ver cómo se ha confundido este viaje con el de los veleros clandestinos de posguerra-, ya que sus motivaciones fueron totalmente distintas y el equipamiento, pese a que llegó casi a punto del desguase, menos que envidiable. Así, resaltaremos algunos momentos que dejaron honda impresión en nuestro narrador, cuando el barco afrontó los temibles tifones y las desesperantes calmas del trópico.
- A los diecisiete días nos cogió un temporal que anegó el lastre de agua. El capitán don Manuel Mora puso el barco a la capa, a capiar el tiempo en popa y nos metimos en el Ecuador. Se nos había presentado tan rápido que una de las veces salía por la puerta de la cocina y me tocó un porrazo de mar y salí rodando por la cubierta. Sí quepo por el desagüe salgo por la banda. Pero eso no fue nada comparado con el miedo que cogimos cuando se nos presentó un remolino. Parecía que se iba a chupar el barco como si fuera un fonil. El capitán lo rompió de un cañazo, iba preparado porque sabía que eran sitios de muchos relámpagos y muchos remolinos de viento.
Tampoco faltaron las temibles calmas chicha que, según narraciones de la marinería, volvieron locos a más de uno al verse anclados en medios del océano. Juan Acosta continúa describiendo los pormenores del viaje.
- En el Ecuador nos dio la calma chicha. Estuvimos parados once días. ¡Peor que el temporal porque allí es donde se parte el mundo y se juntan los cuatro mares! No hacía ni una brisa de viento y el barco no hacía más que dar grandes bandazos que se partían los cadernotes de la banda. Pedimos socorro y nos salió un barco de guerra brasilero. Nos dijo que el velero no lo podían sacar de allí y que nos tiráramos al agua.
No hubo necesidad de dejar el barco al garete y salvaron el escollo. Más adelante, cerca de la isla de La Ballena, volvieron a caer en la quietud absoluta.
- Tenía miedo a volverme loco, por eso me asusté cuando me pareció ver a un montón de gente bañándose tranquilamente cerca del barco. Me puse a observar y me di cuenta de que eran focas. Nunca había visto tantas focas juntas. Allí nos entretuvimos pescando bailas, un pescado muy gustoso, parecido a las cabrillas nuestras. Pero fueron tanto las focas que se engodaron que por último ya no sacábamos una entera.
Una vez pensamos que Severiano había perdido el tino porque le dio por beber agua salada. Nos miraba y se echaba a reír. Decía que era agua dulce. Todos estábamos desesperados por beber agua porque la única que tomábamos era la que recogíamos de la lluvia en un encerado. Severiano seguía sacando baldes de agua del mar y con la matraquilla de que era dulce. Hasta que no le dio por coger una pastilla de jabón e hizo espuma, no le creíamos. Habíamos entrado por el Río de la Plata y no lo sabíamos.
En Buenos Aires recibieron una acogida multitudinaria. Los partes y noticias que días antes se publicaban no eran nada esperanzadores para los tripulantes del Armandito. La prensa empezó a entretejer toda una historia en la que no faltaban secuestros en las costas africanas, apariciones de fantasmas, del Corsario Negro y de Honorata de Wan Guld, en el Mar Caribe, que aumentaban las ventas y la expectación hacia los navegantes, a los que se daba por muertos.
- La gente se amontonaba por vernos; nos tiraban dinero y cigarros. Nos dieron fiestas en los clubs de los canarios. El gobierno nos dio un pase para estar seis meses comiendo y bebiendo en los restaurantes que quisiéramos sin pagar una gorda.
Juan Acosta nos muestra unos trozos de periódico, amarillentos y consumidos por el tiempo, de gran valor sentimental pues recogen parte de la recepción de que fueron objeto en aquella tierra, entonces pródiga; asimismo, un afiche del general Perón y otro de la venerada Evita.
- Al año me vine para acá en un Monte, cuidando ganado, toros y vacas. Las autoridades no permitieron que el velero zarpara porque se estaba pudriendo, quedó allá y, según parece, lo convirtieron en cabaret porque tenía una cámara buena. El capitán vendió las cuatrocientas toneladas de piedra que llevábamos de lastre. Los callaos eran del barranco de Tahodio y lo emplearon allá para molerlo y usarlo en la construcción.
Y esta es la otra parte de la historia, mas pedestre y porteña a través del testimonio del Sr.Carlos Galiano:
Durante mucho tiempo estuvo amarrada en la Vuelta de Rocha una vieja goleta de tres palos llamada "Armandito". Pertenecía a mi tío y padrino Pascual Carucci, que era amigote tanto de Quinquela como de Filiberto. Esa goleta se recibió como parte de pago de un trabajo portuario y en todos los años que estuvo en la Boca solo se movió una vez para ir al Uruguay a buscar un cargamento de madera. Antes de llegar a la Boca, "los desconocidos de siempre" ya le habian afanado el menaje de altísima calidad que usaba el capitán para sus invitados. La única utilidad comercial que tuvo fue el uso de un excelente guinche, muy largo el palo de guía, que permitía cargar y descargar chatas amarradas en "segunda andana".
Esa goleta fue utilizada para filmar dos películas "Juan Globo" con Luis Sandrini y "El Conde de Montecristo"; ésta con un excelente elenco encabezado por Elina Colomer y Jorge Mistral. El primer día de filmación cuando todo estaba preparado para decir "acción" descubrieron que en la amura de proa había un señor que estaba haciendo un boceto, al carboncillo, de un futuro cuadro. Se paralizó todo. El "gallego" Mistral no entendía que se parase el trabajo y pataleó. Le tuvieron que explicar que el pintor era uno de los grandes plasticos argentinos. Nadie dijo "a ver cuando se va este hinchapelotas". Esperaron dos horas hasta que terminase, con todo respeto. Cuando terminó su labor, Quinquela, se sorprendió del bolonqui que tenía detras. Y con mucha humildad pidió perdón "por haber molestado". Le regaló a mi tío ese carboncillo y una acuarela. Ese bocetó "lo heredé" hasta que se perdió en una de las grandes inundaciones (junto con TODA mi casa) de Avellaneda en octubre de 1967.


MEMORIAS DEL TIEMPO BOTÓN, QUE TODO SE LO LLEVA


Aquel al que acostumbro a llamar "yo", aquel al que los otros llaman por mi nombre, fue alguna vez, una mota de polvo cósmico.
Hace mas de setenta años, esa partícula de cosmos se coló por las celosías de una desvencijada ventana de la calle Cnel.Salvadores, en la Boca, a una cuadra del puerto, para dotar de un alma a cierta criatura que se empeñaba en nacer del vientre de la que sería mi madre Carmen Soengas.
Fue así, que recibí un nombre y un destino.
Allí donde la calle Garibaldi hace esquina con el viento de la rivera, supo haber en otro tiempo, un café-bar, fonda y almacén de propiedad de un gallego llamado Melchor, mi abuelo.
Ese lugar que para todos siempre fue claramente un bodegón del puerto, a mi siempre se me hizo, un teatro mágico, una función eterna y subyugante. En ese sitio, entre sus mesas, pasé los años mas luminosos de mi vida.
Por la mañana estibadores que pasaban a tomarse la copa matutina para mitigar el frío y las fatigas, diarieros, como el “Tapo”, carreros, vendedores ambulantes.
Al mediodía el boliche se transformaba en fonda y comenzaban a ocupar las largas mesas, los carboneros con sus ropas grises ennegrecidas por el hollín, su contra parte los molineros con sus uniformen enharinados, la gente del astillero, del taller naval y así esas mesas robustas que hacía y mantenía a pura hacha el otro gallego, mi tío abuelo Javier, se vestían de papel y realzaban la tosquedad de la vajilla y las botellas de vino a medio consumir, que se guardaban celosamente del día anterior con la firma del cliente.
Y así, todo se convertía en trajín y algarabía.

-Marche un guiso caballú! Dos de albóndigas con papas!

Mi abuela Maria era el fogonero que desde la cocina, detrás de su grandes y ennegrecidas ollas, proveía el combustible para que hacer viable el funcionamiento del puerto, llenando la barriga de esos hombres que en invierno y verano con sus cuerpos, con sus modestos y arraigados saberes, hacían andar la maquinaria, de sol a sol.
Ya cerca de las 14 hs. luego del vino y con tres platos y postre en la bodega, los sonidos ambientes y la algarabía comenzaban a bajar, los comensales comenzaban a retirarse, algunos a retomar inmediatamente las tareas, otros a entregarse a una pequeña siesta sobre algún ocasional tablón de los que abundaban en el puerto.
Ese era el momento que la familia aprovechaba para sentarse a la mesa, para yantar y descansar.
En el lugar de la arcada se ponía una mesa larga, nunca eramos menos de once, contando la familia, entenados y protegidos de mi abuelo.
Luego de esto y café por medio, aún quedaba lavar los platos y dejar todo a punto para la noche cuando la fonda se erguía en su mejor versión.
Al caer la tarde en el comienzo de los prolegómenos del anochecer, se abría un interregno donde algunos parroquianos se tomaban algún aperitivo mientras leían “La fija”.
Entretanto algún que otro curda se mandaba una ginebra y se terminaba de cerrar alguna mesa de baraja o dominó.

- Vamos despejando! que hay que poner las mesas..

Despotricaba el gallego, mientras los clientes farfullaban molestias mientras juntaban los porotos del tanteo.
Y de a uno comenzaban a llegar los comenzarles de la noche. Todos hombres solos, que habitaban en las piezas de los conventillos vecinos, a veces compartiendo con algún “socio” como lo llamaban en esos tiempos. La mayoría gente llegada huyendo de la mishiadura en la Europa de posguerra, otros que ya estaban de antes huidos de la guerra civil española, anarquistas libertarios y todo el catalogo imaginable en una antología de la rosca izquierda. Tanbíen se podía encontrar uno que otro criollo curtido y decidor. Pero sin excepción en todos ellos estaba presente la sombra del quijote derrotado.
Por las noches yo me quedaba con mi abuelo y siendo el único niño de esa cofradía era un poco como el hijo de todos y me la pasaba de mesa en mesa atendiendo a fulano o a sutano que me contaba alguna cosa fantasiosa, la mas de las veces. Descollaba como nadie para eso un gallego llamado Gaspar Marín de profesión incierta, que se decía autor de obras de teatro y cosas por el estilo, que entre otros relatos me hizo creer durante un tiempo largo que era amigo del Pato Donald.
Mi padre solía decirme, quizás un poco celoso en el fondo: “… si te seguís juntando con todos esos, vas a terminar chiflado como ellos”, suelo pensar en estos días, que quizás a mi padre, no le faltaba algo de razón.
Y así transcurría la velada entre conversaciones de mesa a mesa y cargadas sobre algún “punto” circunstancial, generalmente sobre los que mas se calentaban con la joda. De vez en cuando caía con aviso previo algún artista de esos que pasaban la gorra al final. Que se yo para ilustrar: “El Negro y la Paisanita” Algún charlatán de esos que adivinan cosas y fauna por el estilo. Memorable fue la noche en que llegó un prestidigitador medio faquir que un momento de su acto sacó un tubo fluorescente se lo puso en la boca, lo masticó y trago los vidrios, y seguidamente como muletilla parte del acto, con otro tubo en la mano se dirigió al publico y preguntó:

- Alguno del publico se atreve?

Desde el fondo del boliche donde estaba un grupo de gallegos todos rubicundos y colorados que trabajaban en las cámaras frigoríficas de los barcos se oyó una voz que dijo:

- Pues hombre! Eso si lo haces tu yo lo puedo también, coño!

La voz era de uno de los gallegos primo de un pariente mio conocido como “Barullo” que sin esperar respuesta, avanzo hacia el mago, le quito el tubo y le dio un mordisco que trago el muy bestia.
Hubo que llevarlo al hospital, el animal casi se muere.. bueno así se gastaban esas noches… en el café de Melchor.
En realidad el alma de todo ese dislate no era otro que mi propio abuelo Melchor que en el fondo era un niño y se divertía mas que nadie en ese ambiente.
El almacén o despacho de comestibles no le interesaba y se lo dejaba a Javier su hermano y socio de la firma Soengas Hnos.
Javier no tenía paciencia para el bar, era bueno, pero hosco y poco dado a aguantar la charla de nadie y menos que menos la de los curdas. De hecho tenia bajo el mostrador un palo tipo cachiporra que todos llamaban “amansa locos”.
En cambio se llevaba bien con el despachar fideos, porotos y esas cosas. Su verdadera vocación era andar con rampas de madera barriles de vino y cosas primitivas, tales como hachas, mazas y formones. Como muestra vale consignar que jamas pudo aceptar el concepto del te en saquitos y nunca se dignó despachar esa infusión desde que se implementaran las bolsitas . Cierta vez interrogado al respecto, solo se pudo extraer una respuesta : “Eso no es te” punto y jamas se volvió a hablar mas del asunto.
Melchor estaba en el otro extremo hasta físicamente. Javier era alto y morrudo, introvertido, en cambio mi abuelo era del tipo de Narciso Ibañez Menta chiquito flaco y vivaz. Siempre con un pucho en la comisura de los labios, el vivía un personaje que lo mantenía en un mundo de fantasías. En su rol de tabernero de los puertos se creía Jean Gabin en “El muelle de las Brumas”.
En fin, en el intenso juego de esos caracteres se construía la cotidianeidad en esos tiempos y en esos escenarios.


Jorge Tejera Soengas



ESA MARAVILLOSA CELEBRACIÓN DE LA MAGIA DE LAS LETRAS QUE ES EL FINAL DE "CIEN AÑOS DE SOLEDAD" DE GABRIEL GARCÍA MARQUEZ-

"Herido por las lanzas mortales de las nostalgias propias y ajenas, admiró la impavidez de la telaraña en los rosales muertos, la perseverancia de la cizaña, la paciencia del aire en el radiante amanecer de febrero. Y entonces vio al niño. Era un pellejo hinchado y reseco que todas las hormigas del mundo iban arrastrando trabajosamente hacia sus madrigueras por el sendero de piedras del jardín. Aureliano no pudo moverse. No porque lo hubiera paralizado el estupor, sino porque en aquel instante prodigioso se le revelaron las claves definitivas de Melquíades, y vio el epígrafe de los pergaminos perfectamente ordenado en el tiempo y el espacio de los hombres: El primero de la estirpe está amarrado en un árbol y al último se lo están comiendo las hormigas. Aureliano no había sido más lúcido en ningún acto de su vida que cuando olvidó sus muertos y el dolor de sus muertos, y volvió a clavar las puertas y las ventanas con las crucetas de Fernanda para no dejarse perturbar por ninguna tentación del mundo, porque entonces sabía que en los pergaminos de Melquíades estaba escrito su destino. Los encontró intactos, entre las plantas prehistóricas y los charcos humeantes y los insectos luminosos que habían desterrado del cuarto todo vestigio del paso de los hombres por la tierra, y no tuvo serenidad para sacarlos a la luz, sino que allí mismo, de pie, sin la menor dificultad, como si hubieran estado escritos en castellano bajo el resplandor deslumbrante del mediodía, empezó a descifrarlos en voz alta. Era la historia de la familia escrita por Melquíades hasta en sus detalles más triviales, con cien años de anticipación. La había redactado en sánscrito, que era su lengua materna, y había cifrado los versos pares con la clave privada del emperador Augusto, y los impares con claves militares lacedemonias. La protección final, que Aureliano empezaba a vislumbrar cuando se dejó confundir por el amor de Amaranta Úrsula, radicaba en que Melquíades no había ordenado los hechos en el tiempo convencional de los hombres, sino que concentró un siglo de episodios cotidianos, de modo que todos coexistieran en un instante. Fascinado por el hallazgo, Aureliano leyó en voz alta, sin saltos, las encíclicas cantadas que el propio Melquíades le hizo escuchar a Arcadio, y que eran en realidad las predicciones de su ejecución, y encontró anunciado el nacimiento de la mujer más bella del mundo que estaba subiendo al cielo en cuerpo y alma, y conoció el origen de dos gemelos póstumos que renunciaban a descifrar los pergaminos, no sólo por incapacidad e inconstancia, sino porque sus tentativas eran prematuras. En este punto, impaciente por conocer su propio origen, Aureliano dio un salto. Entonces empezó el viento, tibio, incipiente, lleno de voces del pasado, de murmullos de geranios antiguos, de suspiros de desengaños anteriores a las nostalgias más tenaces. No lo advirtió porque en aquel momento estaba descubriendo los primeros indicios de su ser, en un abuelo concupiscente que se dejaba arrastrar por la frivolidad a través de un páramo alucinado, en busca de una mujer hermosa a quien no haría feliz. Aureliano lo reconoció, persiguió los caminos ocultos de su descendencia, y encontró el instante de su propia concepción entre los alacranes y las mariposas amarillas de un baño crepuscular, donde un menestral saciaba su lujuria con una mujer que se le entregaba por rebeldía. Estaba tan absorto, que no sintió tampoco la segunda arremetida del viento, cuya potencia ciclónica arrancó de los quicios las puertas y las ventanas, descuajó el techo de la galería oriental y desarraigó los cimientos. Sólo entonces descubrió que Amaranta Úrsula no era su hermana, sino su tía, y que Francis Drake había asaltado a Riohacha solamente para que ellos pudieran buscarse por los laberintos más intrincados de la sangre, hasta engendrar el animal mitológico que había de poner término a la estirpe. Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugado por la cólera del huracán bíblico, cuando Aureliano saltó once páginas para no perder el tiempo en hechos demasiado conocidos, y empezó a descifrar el instante que estaba viviendo, descifrándolo a medida que lo vivía, profetizándose a sí mismo en el acto de descifrar la última página de los pergaminos, como si se estuviera viendo en un espejo hablado. Entonces dio otro salto para anticiparse a las predicciones y averiguar la fecha y las circunstancias de su muerte. Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra."

EL RÍO

Desde hace un tiempo despertar en la mañana viene siendo sinónimo de cierto estado de angustia rayano en la levedad, lejos de la desesperación y bastante emparentado con la tristeza y la estética de un presente tremendamente acotado por la parafernalia de recuerdos que el escenario de las ruinas del pasado familiar transmite.
No doy bola, rutina cuartelera, ducha, afeitada café bebido, viva la patria y a la calle. Nada mejor que una caminata enérgica para conjurar fantasmas. Calle Garibaldi, la vía, los perros callejeros, uno que otro transeúnte mañanero, giro en la esquina y puedo ver el puerto, Vuelta de Rocha, el puente a lo lejos y un banco frente al río. Está fresco hay viento y la altura del agua denota sudestada, mi mirada se pierde en el horizonte de ese paisaje vacío. 
Ya no hay barcos, no hay estibadores no hay signo alguno de actividad portuaria, eso ya no es un puerto, solo es un espejo de agua destinado a la explotación turística y a un destino incierto atado a los avatares de la especulación inmobiliaria y la metamorfosis que tarde o temprano unirá su destino a las inversiones millonarias, a los docks y hoteles de lujo de Puerto Madero.
Sin embargo, allí esta el río, como un animal agazapado, reptando, hoy dominado, pero siempre amenazante. 


Allí está ese río que se llevo la vida de mis mayores, que devoro el destino de tantos otros, que vinieron a “hacerse la América” y la América terminó por hacerse con ellos. Esta mañana me encuentra al final de un círculo frente a la bestia, cuya mirada puedo presentir clavada en mi.

RIACHUELO PUENTES Y TRANSBORDADORES


Transbordador Urquiza - Calle Patricios
Entre los años 1913 y 1915 en el cuartel 7º de Avellaneda (hoy Dock Sud y Avellaneda Centro) se inauguraron cuatro puentes que atravesando el Riachuelo la unían con la Capital Federal. En los tres transbordadores y en el puente se cobraba peaje.
Antes de 1913 eran escasos los puentes que unían ambas márgenes; solo el Barracas (hoy Pueyrredón viejo) y el Alsina.
Cruzaban con puentes por Avellaneda los ferrocarriles del Sud, del Oeste, de Entre Ríos, los de la Ensenada, que convergían en el Mercado Central de Frutos y el tranviario Bosch; además Avellaneda tenía los tres frigoríficos más grandes del país, el Mercado General de Haciendas, las industrias metalmecánicas, de vidrios y cristalería, lavadero de lanas, curtiembres, fábricas de jabón, etc. instaladas en el borde del Riachuelo en Piñeiro.
Avellaneda, la “Chicago Argentina”, tenía bien puesto el apodo por el enorme potencial en su actividad comercial e industrial. Ya se había dragado y rectificado el Riachuelo desde la desembocadura hasta la Avenida Mitre. Ello llevó a que en 24 meses funcionaran cuatro puentes más en la hoy localidad Dock Sud y Avellaneda Centro, para el transporte de personas y mercaderías.
Vista del Puente Transbordador Justo José de Urquiza, que cruzaba el Riachuelo de Buenos Aires a Avellaneda a la altura de la Avenida Patricios. Fue desarmado en los años '60.
Atrás asoma el viejo Frigorífico “La Blanca” y al fondo se distingue el otro transbordador luego desmantelado, el Presidente Luis Sáenz Peña, a la altura de la calle Garibaldi y mas atrás, el puente ferroviario frente a la barraca Pena.
Fecha 1944
Transbordador Saenz Peña-Calle Garibaldi
Puente Pueyrredón Levadizo - Calle Vieytes

Puente Ferroviario - Barraca Peña



Puente Tranviario Bosch- Barracas



ESTACIÓN YRIGOYEN LA OTRA PARADA DEL ROCA EN CAPITAL.

Inaugurada como Barracas al Norte, sufrió una importante cantidad de cambios con el paso del tiempo y la ampliación del servicio con destino al Gran Buenos Aires y el Sur de la Provincia.
Poco utilizada pero siempre presente, la estación Hipólito Yrigoyen, en el barrio de Barracas, se encuentra ubicada en el pasaje Darquier y es una de las dos únicas paradas que la línea Roca tiene en la ciudad de Buenos Aires.
Inaugurada en el año 1866 bajo el nombre de “Barracas al Norte”, fue bautizada de esa manera para diferenciarla de “Barracas”, que era como se conocía a la actual estación Avellaneda, que desde entonces pasó a ser denominada “Barracas al Sur”. En esos tiempos abundaban en la zona varios depósitos de lanas y cueros que eran los que le daban el nombre a la zona.
En un primer momento, la estación Barracas al Norte estaba conformada por unas pequeñas construcciones de madera, con cabina de señales, refugio, casilla y edificio de pasajeros del mismo material; que algunas décadas más tarde fueron reemplazadas por un edificio más moderno y adaptado a los cambios que sufrió la línea de ferrocarriles. De hecho, al momento de su inauguración, el por entonces Ferrocarril Sud solo tenía una sola vía entre Plaza Constitución y Chascomús.
Más tarde llegó la doble vía, la construcción conforme a la creciente demanda de pasajeros y cargamentos- de otras dos vías a un nivel superior; y finalmente la elevación de las originales para dejar una cuádruple vía que recorre desde el kilómetro uno hasta el puente sobre el Riachuelo.
Progreso:
Para 1901, los operadores del Ferrocarril Sud decidieron la remodelación de la estación “Barracas al Norte”. El motivo era simple: el movimiento de pasajeros había pasado de 1.931.370 en 1890, a 5.621.310 en el año 1900.
Para ello, le encargaron al estudio de arquitectos británicos Paul Bell Chambers y Louis Newbery Thomas la remodelación que finalizó en el año 1908 según los registros históricos, aunque hay historiadores que indican que fue en 1909.
Para darles nuevos aires a la estación, los arquitectos dejaron de lado la disposición inicial y diseñaron un edificio muy moderno en forma de un bloque de dos pisos de altura que fue construido de manera longitudinal a las vías.
Además de convertirse en una edificación de avanzada para su época, la estación fue provista con un corredor bajo el terraplén que se conectaba con el lado opuesto de la vía. La forma abovedada de los arcos del pasaje sostienen el peso de la estructura.
La edificación es vistosa desde la calle como también desde los únicos andenes donde se detienen las formaciones y desde el paso del tren que no para en la estación.

EL DOCK SUD (EL DOCKE)

Dock Sud es una ciudad del partido de Avellaneda en la provincia de Buenos Aires en Argentina. Forma parte del Área Metropolitana de Buenos Aires. Fue nombrada ciudad oficialmente el 16 de octubre de 2014.
Su nombre proviene de la dársena (dock, en inglés) construida en la orilla sur del Riachuelo, que hoy constituye el Puerto de Dock Sud, utilizado en gran parte por buques petroleros. La actividad más importante es la industria petroquímica que, a lo largo de los años, produjo daños ambientales en la zona.
La localidad de Dock Sud tuvo su origen en 1887 cuando comenzó la construcción del Mercado Central de Frutos, una gigantesca barraca en la costa del Riachuelo (en la actual localidad de Avellaneda, ciudad de Buenos Aires), para el almacenamiento principalmente de lana y cueros. Esta obra formaba parte de un proyecto aún mayor que incluía obras de canalización en la desembocadura del Riachuelo para permitir el ingreso de buques mercantes de gran calado.
Interesado en apoyar este emprendimiento, el 12 de octubre de 1888, el gobierno nacional sancionó la ley que le otorgaba el derecho de excavación y explotación de un Puerto en esa zona a la Sociedad Dock Sud de la Capital, propiedad de la empresa Paul Angulo y Cía. El diseño y la dirección de las obras de este nuevo puerto estuvieron a cargo del ingeniero Luis Augusto Huergo, quien también se ocupó de realizar el trazado de un barrio para albergar a los operarios. Los trabajos comenzaron en noviembre de 1889; sin embargo, a mediados del año siguiente, la empresa concesionaria quebró y la mayoría de las viviendas fueron abandonadas.
Poco después, la concesión pasó a manos del Ferrocarril del Sud, que finalizó los trabajos en 1905. Para entonces, la zona ya contaba con un importante asentamiento conocido por los vecinos como “Dock Sud”, en referencia a la sociedad mencionada.
En esta gran dársena se instalarían primero descargadores de carbón y de cereal. Años más tarde en la década de 1920 se instalarían el frigorífico Anglo y parques de tanques de combustibles. Paulatinamente comenzarían a instalarse usinas de electricidad y otras instalaciones industriales.

PARQUE LEZAMA

El Parque Lezama está entre las calles Defensa, Brasil, Av.Paseo Colón y Av. Martín García, San Telmo. En la época de la colonia se lo conocía como "La punta de doña Catalina" y en otra época como "La quinta de los ingleses" que se inauguró en noviembre del 1917. El terreno que ocupa el Parque Lezama era el jardín de la casa de Gregorio Lezama, quien aficionado a la jardinería y el paisajismo plantó diferentes clases de árboles. En los alrededores esta el bar Británico, la Iglesia Ortodoxa Rusa. Por dentro se destaca la Loba Romana, el Anfiteatro, una fuente Du Val D ́Osne, el Mirador, el monumento a la Cordialidad Internacional, El conocido museo Histórico Nacional y varios lugares dignos de visitar. El Museo Histórico se instaló desde 1897 siendo el más antiguo de la ciudad y el mas grande con una superficie de 8 hectáreas. En el reparto de tierras en 1583 realizado por Juan de Garay, estos terrenos fueron adjudicados al Capitán Alonso de Vera.
Reseña histórica: Fue creado sobre una de las barrancas naturales de la ciudad. El lugar era conocido como la Quinta de los ingleses, por sus dueños originarios. En 1700 se instaló una barraca perteneciente a la Compañía de Guinea, dedicada al tráfico de esclavos negros.

Algunos historiadores sostienen que en esas tierras fue establecido el primer asentamiento que tuvo Buenos Aires, en 1536, por Don Pedro de Mendoza.

El origen del parque fue la quinta de Horne, de propiedad de Carlos Ridgely Horne, norteamericano nacido en Baltimore en 1801, casado con una Argentina, hermana del general Lavalle. Este había llegado a Buenos Aires en 1830. La quinta que adquirió conocida como "la cuesta de Horne" estaba al lado de la quinta del Almirante Brown. En 1907 la vendió a 900 mil pesos al salteño Gregorio Lezama casado con doña Ángela de Álzaga en segundas nupcias.

La barranca era a fines del siglo XVIII propiedad de Manuel Gallego y Valcárcel, secretario del Virrey Pedro Melo de Portugal quien es el que le vende en plena Subasta a Daniel Mackinlay. El ingles Daniel Mackinlay nace en Londres en 1772. Su mujer era Ana Lindo había nacido en Jamaica en 1782 siendo hija de un aristócrata español. Mackinlay, quien la había adquirido la casona de 42 habitaciones en una subasta publica instaló su quinta y levantó la casa, sobre la barranca y frente al río. Sobre el edificio flameaba la bandera inglesa, por ese motivo la gente se acostumbró a llamarla "La quinta de los ingleses". Daniel Mackinlay era herrero y fallece luego de habitar la quinta 14 años en 1826. 
Veinte años después de la muerte de su consorte en 1845, su viuda vendió la casona a Carlos Ridgely Horne, quien amplió la residencia adquiriendo terrenos vecinos. Ana Lindo se refugia en Inglaterra. Horne anexó varios terrenos e hizo construir una nueva mansión sobre la calle Defensa que fue la más lujosa de Buenos Aires. Horne fue expulsado después de Caseros por la buena relación con Rosas y en 1857 la propiedad fue confiscada después de la caída de Rosas y Horne se instala en Montevideo. La casona fue escenario de combates, entre las fuerzas porteñas y el coronel Hilario Lagos.
A principios de este siglo en 1857 la quinta fue comprada por el salteño Gregorio de Lezama para instalar su casa de veraneo. Su esposa María Carolina de Álzaga, amante de las plantas exóticas, hizo traer colecciones de ejemplares de todas partes del mundo que aún algunas se conservan. Ella era hija de Félix de Álzaga. Lezama con su esposa tuvieron un solo hijo Máximo que fallece en París a los 27 años. Ellos vivieron 17 años en la casona. Fallecida su primera esposa Lezama se casa en segundas nupcias con su cuñada Ángela de Álzaga. Ella fue quien sobrevivió a su esposo Lezama también había anexado un terreno vecino extendiendo la propiedad hasta la calle Brasil. Contrató en Europa un especialista en el trazado de parques Varekee, y consiguió poseer el parque privado más hermoso de Buenos Aires. Eran famosas las magnolias que cubrían canteros bordeados de Arrayanes. Amplió y mejoró la mansión de dos pisos rematados por un alto mirador, los salones de la residencia fueron decorados por el artista uruguayo León  Pellejó.
Cuando Gregorio fallece su viuda lo cedió a la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires en 1894 por una suma irrisoria, a condición de que fuera un parque público y llevara el nombre de su marido. Desde 1897 funciona en la mansión el Museo Histórico Nacional (Defensa 1600) que se conserva allí entre varios objetos una reliquia de valor incalculable: El estandarte real (que era el símbolo de poder del rey) que regaló al Cabildo porteño el capitán don Hernando de Vargas en 1605 ( año de la gran epidemia de viruela en Buenos Aires que deja la ciudad desprovista de sirvientes y mano de obra). A destacar Don Hernando de Vargas fue el primer contador de Buenos Aires designado por el rey y enemigo personal de Hernandarias.
La versión oficial de la primera fundación de la ciudad indica que el lugar fue Parque Lezama y/o sus alrededores. Sin embargo, esa afirmación no es el resultado de una lectura seria de los documentos de la época, sino de la visión que se tenía en 1936, cuando se decide sobre esta teoría después de considerar cómo los conquistadores debieron haber pensado la fundación".
Se realizó excavaciones en el inmenso predio de Parque Lezama y no halló ninguna evidencia de la llegada del conquistador español Pedro de Mendoza a estas tierras hace casi cinco siglos.
Hacia fines del siglo XVIII el terreno del museo pertenecía a Juan Necochea Abascal. La actual calle Defensa con el linde con el parque tenia la barranca de Ventura Miguel Marcó del Pont y se la conocía como Barranca de Marcó. Alli era un predio propicio para duelos. A ambos lados la que daba sobre Brasil era propiedad de la Real Compañía de Filipinas, cuyo apoderado era Martín Sarratea, asiento de negros esclavos cuando desembarcaban y antes de su remate y hacia Martín García la propiedad de Andrés Caxaraville. La barranca era a fines del siglo XVIII propiedad de Manuel Gallego y Valcárcel, secretario del Virrey Pedro Melo de Portugal quien es el que le vende en plena Subasta a Daniel Mackinlay.