martes, 13 de septiembre de 2011

La respuesta a la agresión

Vamos en taxi camino hacia Constitución. Tenemos que ir hasta Hudson al barrio “La Porteña”. Allí vive Carlos Juramedo que es un delegado del gremio metalúrgico de Quilmes.

Somos parte de un equipo de asesores para la recuperación de una fábrica que está cerrada hace años y una cooperativa de los antiguos trabajadores la quiere abrir.

El Lobo va porque es una especie de padre político de Juramedo.

Lo asesoro y lo acompaño durante muchos años hasta que la lista en la que estaba Carlos gana la conducción del sindicato.

Yo voy, porque el Lobo me presento en el momento que la cooperativa se estaba armando y como soy ingeniero industrial, los estoy asesorando sobre el mejor modo de organizar la empresa.

Carlos Juramedo es algo más joven que nosotros pero tiene militancia de los 70. Lo conocimos cuando yo era delegado de una metalúrgica y con el Lobo tratábamos de organizar el Grupo Mayo.

Una vuelta pusimos un caño de baja potencia en el sindicato metalúrgico de Avellaneda. No exactamente nosotros, que eramos militantes sindicales, pero fue en respuesta a una proscripción de nuestra lista y a una feroz paliza que habíamos recibido.

El hecho es que la bomba apenas rompió el frente del local del sindicato pero hizo trizas la pared de la casa de al lado y al pobre tipo se le destrozo una pieza. Por suerte no había nadie en ella…

El tachero tiene ganas de hablar….

- A mi leal saber y entender el problema está en que nadie piensa en los derechos del otro.

Saca su cabeza por el espacio que ocupa el vidrio en su puerta. Unos metros adelante, quizás cien o ciento cincuenta, un grupo de jóvenes con las caras tapadas bloquean la calle. No sabemos bien cuál es el reclamo y esa cotidianeidad con los cortes, hace que el pequeño burgués medio viva ese corte de la única manera que puede vivirlo: una agresión.

- Pero si está la policía y los carros de asalto, ¿por qué nos lo sacan?- Dice con el absoluto sentido común que compara a las personas con los cajones o las ramas de árboles.

- No se haga mala sangre- le dice el Lobo

- Discúlpeme caballero, pero muchas veces por personas que actúan como usted vivimos lo que vivimos…

Me parece que el tachero se equivoco…

- Mire pedazo de pelotudo que se cree ilustrado ¡!!. Los lacayos como usted que aman lamerle el culo a los ricos creyendo que pensar como ellos los hace mas cerca del cielo, son una lacra. Aunque no de magnitud suficiente como para decir que las lacras como usted hacen que …”vivamos lo que vivimos…”

Me parece que el Lobo se fue a la mierda…

El tachero clava los frenos y gira la cabeza…Entonces lo tomo de la mandíbula con fuerza y le digo:

- Tranquilo amigo…

Saco cincuenta pesos y se los doy, y según veo en el reloj-taxi , casi triplicando el costo del viaje.

- Nos bajamos- Le digo y abro la puerta del lado derecho que es la del lado del Lobo que está con la mirada clavada en el tachero.

Caminamos por Lima sin hablar. Camino a Constitución.

Sé que se siente mal por su reacción, como yo me siento mal por la mía.
Hace muchos años hubo una discusión en un café de Callao y Corrientes.

Eran los 70, la época en la que la política se vivía en otros términos

Unos muchachos que estaban en el bar empezaron a cantar la Marcha
Peronista. Eran unos chicos…

De pronto un parroquiano se levanto y los insultó. Lo acompañaron en
insulto unos jóvenes que estaban con sus novias o esposas.

No sé ni supe bien que eran de ellas, pero supe que los querían, cuando los
vieron en el piso, sangrando porque el Lobo y yo les habíamos partido una
silla en la espalda y una botella de cerveza en la cabeza.

Una de ellas me pego una cachetada con todas sus fuerzas y durante mucho
tiempo pensé que ese tipo debía ser un buen tipo para que una mujer lo
defendiese así.

Los que cantaban la marcha peronista desaparecieron, el parroquiano
insultador hizo mutis por el foro y la policía nos llevo a nosotros dos, mientras
unos paramédicos curaban en al bar a los tres jóvenes heridos.

En ese momento sentimos, dentro de nosotros, el peso que significa la
desproporción. La reacción por encima de la ofensa…

Nos sentamos en un banco de la Plaza Constitución, esa plaza enorme que ocupa dos manzanas, pero que no tiene calidez como para que las abuelas lleven a los chicos a las hamacas o que los buenos viejos puedan tomar sol y jugar a las bochas.

- ¿Te acordás de la pelea en el bar de Callao y Corrientes?

- Ahá- contesto

- …A uno de los flacos lo encontré años después- hace una pausa- Me dijo que uno de ellos casi pierde un ojo. Me sentí para la mierda. Me resulta difícil sentirme bien si lastimo a alguien

Prende un cigarrillo. Y mira hacia la iglesia que está sobre Bernardo de Irigoyen. Sus ojos están vidriosos. Estamos más viejos. Los ojos se nos ponen llorosos más veces de las que deseamos.

Trato de pensar, de ordenar ideas. Por qué, mierda quiero ordenar ideas, si las ideas no se “ordenan”. Son libres por definición…

-Muchas veces cuando éramos más jóvenes discutíamos sobre el efecto de algunas acciones nuestras. Acciones violentas… No encontré nunca una manera de congeniar la reacción frente a la agresión con la diplomacia- argumento. -No siempre que quisimos pegar, pegamos en el sitio deseado. Eso pasa a menudo y no vamos a ser tan hipócritas de hablar de “efectos colaterales no deseados”….

Hace frío en la Plaza. Hay largas colas para esperando los colectivos. Rostros cansados, esperando ese vehículo que finalmente los deje en sus casas o al menos más cerca de ellas.

Quizás ellos sienten en sus cuerpos y en sus vidas que esa espera es un castigo. Un castigo desproporcionado para su ofensa al sistema, que apenas ha sido la de nacer pobres.

-Vamos Nacho, tomemos el tren de una vez sino se nos va a hacer tarde- me dice el Lobo

Los de la cooperativa nos esperan y quizás podamos ayudar firmemente a que presenten su plan para quedarse con la fábrica. Si lo hacemos, esa será nuestra buena acción y dejaremos de sentir por un momento que somos dos lobos solitarios en el medio de la tundra…

Ebais

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